“Si existe una confianza mutua entre las personas que tienen que trabajar juntas en una empresa, el costo operativo de ese negocio será menor”.
“Si existe una confianza mutua entre las personas que tienen que trabajar juntas en una empresa, el costo operativo de ese negocio será menor”.
Pedro Cornejo

Todos sabemos que la economía se ha convertido en el vector central de las políticas de Estado y de las preocupaciones cotidianas de la gente. Menos obvia resulta la influencia que ejerce la cultura sobre la economía. Y es eso lo que afirma el politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama en Confianza ( 1996 ), un libro en el que resalta el rol fundamental que juegan la cooperación social, el reconocimiento recíproco y, sobre todo, la confianza en el buen funcionamiento de las organizaciones económicas. “Si existe una confianza mutua entre las personas que tienen que trabajar juntas en una empresa, el costo operativo de ese negocio será menor”. Y remata afirmando que “la gente que no confía en su prójimo termina cooperando con este solo bajo un sistema de normas y regulaciones que tienen que ser negociadas, acordadas, litigadas e implementadas, a veces, en forma coercitiva. Este aparato legal, que sirve como sustituto de la confianza, contiene lo que los economistas denominan costos de transacción”.


II

Como se sabe, Fukuyama se hizo famoso en 1989 cuando publicó, en la revista The National Interest, un polémico artículo titulado “¿El fin de la historia?”, que luego sería incluido en su libro El fin de la historia y el último hombre ( 1992 ). En él, anunciaba la muerte de las ideologías absolutas, el advenimiento de la universalización de la democracia liberal, el triunfo definitivo del capitalismo y, con ello, el fin de la historia. Cuatro años después publicaba Confianza, en que matizaba su postura con respecto a la dinámica de la economía de mercado afirmando que “la actividad económica está unida a una gran variedad de normas, pautas, obligaciones morales y otros hábitos que, en su conjunto, dan forma a la sociedad”. Y añadía que “el bienestar de una nación, así como su capacidad para competir, se halla condicionado por una única y penetrante característica cultural: el nivel de confianza inherente a esa sociedad”. En efecto, la capacidad de asociación, que es parte sustancial del capital humano, se nutre de un conjunto de normas y valores compartidos. Y son estos los que hacen posible la confianza.


III

Remitiéndose a Adam Smith, Fukuyama cuestionaba la idea —defendida por gran parte de los economistas contemporáneos— de que los individuos son seres racionales que “maximizan el logro de la utilidad”. De hecho, en múltiples ocasiones, el individuo actúa sin pensar en los beneficios económicos propios, por ejemplo, cuando pone en riesgo su vida para salvar a otros o cuando abandona una exitosa carrera profesional para iniciar una nueva etapa en que la motivación no es el dinero ni el bienestar material. Asimismo, los compromisos morales que uno asume con su familia no nacen de un simple cálculo costo-beneficio. En palabras de Fukuyama, “el comportamiento social y, por lo tanto, moral, coexiste con el comportamiento egoísta que procura el máximo de utilidad en los más diversos niveles. La mayor eficiencia económica no ha sido lograda, en la mayor parte de los casos, por los individuos racionales y egoístas, sino, por el contrario, por grupos de individuos que, a causa de una comunidad moral preexistente, son capaces de trabajar juntos en forma eficaz”.

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