Nadie, hasta George R.R. Martin, había pensado que los dragones seguían órdenes de algún tipo. Menos aún de algún ser humano. Esto solo fue posible gracias a la genialidad del escritor estadounidense: si habían de seguir una orden, tenía que ser un “Dracarys”.
El protagonismo de los dragones no es patrimonio exclusivo del universo de “Game of Thrones” ni mucho menos de su precuela “House of The Dragon”. Tampoco de “El señor de los anillos” o de “Harry Potter”. Según los libros de historia, las representaciones más antiguas de los dragones se hallaron en unos amuletos de jade de la cultura Hongshan, en China, y los más antiguos datan de hace aproximadamente 7.000 años.
Sin embargo, los dragones no fueron tampoco propios de las culturas orientales, pues se han hallado también representaciones suyas en Europa y América; incluso con significados distintos. Por ejemplo, mientras para el budismo oriental tiene que ver con la buena fortuna, para el cristianismo es una imagen que representa el mal y la destrucción.
La popularidad de los dragones aumentó en la Edad Media. Los primeros científicos los describían, documentaban, clasificaban y consideraban que los hallazgos de huesos gigantes eran de dragones, cuando lo más probable es que hayan sido de dinosaurios o de animales marinos de gran tamaño.
Diversificar los mitos
El ser humano se relaciona con los mitos y los seres fantásticos desde su nacimiento. Es en la primera etapa vital cuando adquirimos conciencia de los dragones, duendes, hadas, sirenas, e incluso personajes que pertenecen a una mitología más elaborada, como Medusa o el Minotauro.
Y también fue en la primera etapa del desarrollo de la humanidad cuando se desarrollaron estas ideas. El investigador español Fidel Fernández-Rubio, en el artículo titulado “El origen de los seres míticos y su impacto sobre la mente humana”, explica que, conforme avanzó el proceso de la humanización y el desarrollo de la capacidad cognoscitiva del ser humano, debió exacerbarse la necesidad de conocer el origen y razón de fenómenos naturales.
En muchas tribus primitivas cualquier acaecer, bueno o malo, se atribuye a los espíritus. Y, en esta línea evolutiva, se puede entender la formación de mitos y leyendas, diferentes según el tiempo y las culturas.
El progresivo aumento de los conocimientos, los cambios en las creencias religiosas y la globalización actual relegaron progresivamente muchas de esas leyendas y mitos –escribe Fernández-Rubio–, pero su substrato sigue presente en la imaginación popular, en las esculturas y pinturas. Muchas de esas creencias y leyendas son equivalentes en diferentes pueblos, aunque con distintos nombres, lo que sugiere un origen común en un mito mucho más antiguo.
En la casi totalidad de mitos se busca racionalizar aquello que no podía explicarse de otra manera. Por ejemplo, los duendes reemplazan el olvido de dónde se colocaron objetos; y los kraken, las serpientes marinas y las sirenas se suponen como las causas de los naufragios.
El dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero estas son inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y cuatro garras cada una provista de cuatro uñas. Se habla asimismo de sus nueve semblanzas; sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su cabeza a la del camello, sus ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a las del tigre y sus orejas a las del buey. Hay ejemplares a quienes les faltan orejas y que oyen por los cuernos. Es habitual representarlo con una perla, que pende de su cuello y es emblema del sol. En esa perla está su poder. Es inofensivo si se la quitan.
Nuevas mitologías
Sin embargo, no podemos señalar que la mitología ha sido estática, pues así como muchos mitos se han reinventado con el paso del tiempo, se han creado nuevos. Al igual que la escritora J.K. Rowling creó “Animales fantásticos y dónde encontrar los” para continuar alimentando el ya mítico universo de Harry Potter, hay escritores que han hecho lo propio con anterioridad.
Jorge Luis Borges, por ejemplo, publicó en 1957 el “Manual de zoología fantástica”, donde reunió decenas de seres imaginarios, “extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres”, como señala en el prólogo.
Sin embargo, esta recopilación estaría incompleta si no hablamos del universo creado por el escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Estamos frente a una mitología propia y sui géneris, que compone un ciclo de terror que sobrepasa las fronteras del planeta Tierra y que explora una filosofía que sostiene que existen divinidades procedentes del cosmos y de realidades alternas. Así, el papel de la humanidad es más pequeño frente a lo que sale de su comprensión. Dentro de este mundo el ente más popular es el Cthulhu; el más poderoso, Azathoth.
El universo de Lovecraft se desarrolla bajo la premisa: “Antaño nuestro mundo fue poblado por otras razas que, por practicar la magia negra, perdieron sus conquistas y fueron expulsadas; pero viven aún en el Exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra”.
Han pasado miles de años desde que se escribió el “Poema de Gilgamesh” (2.000-2.500 a.C.), una narración en verso sobre las peripecias del rey sumerio del mismo nombre, la obra épica más antigua conocida, el mito más antiguo de la civilización... y las historias protagonizadas por seres fantásticos han encontrado un nuevo cauce en el desarrollo de productos de la cultura popular. Juegos de mesa, como “Calabozos y dragones”, películas como “Thor” y series como “House of The Dragon” son un ejemplo de ello. Los dragones siempre estarán ahí para nosotros.
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