Hay efemérides que pasan desapercibidas. El Día Mundial del Inodoro no es una de ellas, aunque en internet se posiciona como objeto de burla antes que como hito conmemorativo. Es que la naturaleza misma del objeto que se conmemora es una invitación previsible e irresistible a la chacota. Pero quedarse en el nombre de la efeméride es ignorar la verdadera razón por la cual se creó.
Ocurrió en 2013. La fecha fue instaurada por la ONU el 19 de noviembre para llamar la atención sobre una realidad que quienes contamos con servicios básicos de saneamiento damos, literalmente, por sentada.
Lo cierto es que, según información de la OMS, 2.000 millones de personas no cuentan con acceso a servicios de saneamiento básicos como un baño o una letrina, y se estima que alrededor de 893 millones atienden sus necesidades fisiológicas a la intemperie. La situación resulta particularmente escandalosa si tomamos en cuenta que los retretes no son una innovación tecnológica surgida en años recientes.
En un reportaje de la Deutsche Welle se recuerda que la idea de un asiento para aliviar estas necesidades se remonta a algún momento entre 3.000 y 3.500 años antes de Cristo en Mesopotamia. Tiempo después, fueron los romanos los que popularizaron los baños públicos como espacio de socialización. El wáter, tal como lo conocemos, se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, y en el Perú, sin embargo, según estimaciones recientes, solo en Lima más de un millón de personas utiliza silos en vez de baños.
Además de los peligros de salud a los que se expone un ser humano por estar en contacto directo con heces y orina, en diversas locaciones del mundo, no contar con un baño en casa expone a las personas a una serie de peligros adicionales que van desde ser asaltadas hasta ser asesinadas o violadas. Que el reflejo por señalar que la efeméride coincide también con el Día Internacional del Hombre no nos haga soslayar estas realidades.