La propagación del coronavirus y las drásticas medidas adoptadas por el gobierno actual para frenarla han planteado una serie de paradojas dignas de ser comentadas. La más notable es, sin duda, aquella que consiste en considerar —de manera unánime— que, para evitar que la pandemia siga haciendo estragos, es imperativo el llamado “aislamiento social”. Ello significa, como sabemos, quedarnos en casa y evitar, en la medida de lo posible, el contacto con los otros, manteniendo el denominado metro de “distancia social”, usando mascarillas y guantes protectores, y evitando cualquier contacto físico (besos, abrazos, apretones de manos, etc.).
De acuerdo con este plan, si queremos salir indemnes de esta “plaga”, debemos alejarnos de los demás. Si queremos enfrentar solidariamente al virus, tenemos que aislarnos los unos de los otros. La unión (física), esta vez, no hace la fuerza. Y la expresión (física) de nuestros afectos es altamente peligrosa. Exagerando un poco: hay que huir del otro como de la peste para, de ese modo, acabar con la peste y restituir la vida en comunidad.
II
Otra paradoja es el producto del uso “obligatorio” de mascarillas o de cualquier otra forma de cobertura de la boca y de la nariz, órganos a través de los cuales el virus se propaga. Esto —y la momentánea escasez de mascarillas— ha suscitado que los ciudadanos empleen pañuelos o improvisen ingeniosos diseños que evocan los ominosos pasamontañas de antaño. La paradoja consiste en que hoy cubrirse el rostro no hace a nadie sospechoso de intentar ocultar su identidad con fin non sancto. Por el contrario, se considera que el uso de dichos dispositivos no solo es imprescindible sino revelador de la conciencia y responsabilidad hacia el cuidado de uno mismo y de los otros. Andar a cara descubierta, en cambio, significa infringir las recomendaciones sanitarias, desacatar las normas establecidas por el Gobierno e incurrir en una conducta de “riesgo” que convierte al que así se comporta en una suerte de “peligro social”.
III
¿Qué es lo que cambiado para que prácticas que, en otros momentos, son o han sido valoradas de una manera positiva sean hoy objeto de rechazo social, y viceversa? Muy simple. Lo que ha cambiado es el contexto. Y, como sostiene la escritora canadiense Margaret Atwood en su novela El cuento de la criada, “el contexto lo es todo” —al menos en lo que se refiere al significado que les atribuimos a los hechos—. Así, lo que en el marco histórico de la violencia política que azotó al Perú de los años ochenta y noventa del siglo XX era considerada una actitud sospechosa y atemorizante —cubrirse el rostro—, hoy es una indispensable medida de salud pública. Del mismo modo, lo que en tiempos “normales” —es decir, sin pandemias a la vista— sería considerado como una gruesa muestra de autoritarismo y represión de las libertades —el toque de queda, por ejemplo—, en el excepcional contexto del coronavirus, es percibido como una medida drástica pero necesaria y positiva cuyo fin no es coartar nuestras libertades sino protegernos de una amenaza potencialmente letal.
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