Andrea Jeftanovic Avdaloff es una de las ensayistas y narradoras chilenas más destacadas en la escena de  literatura de su país. [Foto: Archivo personal]
Andrea Jeftanovic Avdaloff es una de las ensayistas y narradoras chilenas más destacadas en la escena de literatura de su país. [Foto: Archivo personal]
Alessandra Miyagi


Aunque creció en un hogar donde confluían el catolicismo, el judaísmo y el cristianismo ortodoxo ruso, Andrea Jeftanovic (Santiago, 1970) no se reconoce a sí misma como una persona creyente. Dice, en cambio, que la escritura es su forma de religión. No por nada se ha convertido en una de las voces más interesantes y provocadoras de las letras chilenas. Ha publicado las novelas Escenario de guerra (2000) y Geografía de la lengua (2007), además del libro de entrevistas Conversaciones con Isidora Aguirre (2009), el ensayo Hablan los hijos (2011), las colecciones de relatos Monólogos en fuga (2006) y No aceptes caramelos de extraños (2011), y las crónicas de viaje Destinos errantes (2016). Entre el 20 y el 22 de octubre, Jeftanovic participará en el Festival de la Palabra PUCP.

En No aceptes caramelos de extraños encontramos historias bastante perturbadoras, sexualidades desviadas, abusos y violencia en distintos niveles. ¿Por qué te interesó tratar estos temas tan inquietantes?
Me interesa trabajar la incomodidad, las preguntas morales; todo el tiempo enfrentamos decisiones que recorren la curva del bien y el mal. Es cautivante trabajar las zonas de vulnerabilidad de los seres humanos, alumbrar su oscuridad. Me interesa el cruce entre lo colectivo y lo privado, la violencia y la belleza.

En alguna entrevista dijiste que no consideras que tu escritura sea política, sino más bien íntima y poética. Sin embargo, trabajas mucho el tema del cuerpo, y en tus libros encontramos microcosmos (la familia, especialmente) que nos revelan una sociedad viciada y corrupta desde sus estructuras más nucleares...
Muy de acuerdo. Pero creo que se entendió mal: sí pienso mi escritura como política. Soy una persona bastante politizada pero no milito en ningún partido porque defiendo mi independencia intelectual. En esa escritura política, también de la memoria, me interesa el trabajo más elíptico, es decir, ver el cómo se cuela lo público en los intersticios de lo privado, en los modelos amorosos, en las estructuras familiares. Me gusta escribir sobre esos umbrales. Sin duda, los procesos políticos cruzan o impactan la relación con nuestro cuerpo y el de otros.
Por ejemplo, hoy estamos obligados a pensar cómo el orden patriarcal ha maltratado el cuerpo de la mujer en el espacio de la casa, en la publicidad, en el trabajo, en el sistema de salud. El patriarcado ha erigido discursos muy agresivos contra el cuerpo de la mujer; pienso en la discusión sobre el aborto terapéutico en mi país, o que en el parlamento egipcio se discuta la ablación. Indignante.

Los niños ocupan un lugar central en los cuentos de No aceptes caramelos de extraños y en el de ensayos Hablan los hijos. ¿Qué te llama la atención sobre ellos? ¿Alguna vez has pensado en escribir para chicos?
La perspectiva infantil es un recurso maravilloso, con lo más simple entras a lo más hondo. Yo creo que me influyó haber leído El tambor de hojalata de Gunter Grass, luego El gran cuaderno de Agota Kristof, Los ríos profundos de José María Arguedas, Balún Canán de Rosario Castellanos, los cuentos de Rulfo, y tantos más. Contar una compleja situación desde la mirada de un niño es una trampa seductora porque debes acotar marcos explicativos, entras por otro lenguaje y racionalidad. Obliga a la búsqueda de imágenes más extrañas y líricas. Pienso en el poema “XXVIII” de Trilce de Vallejo:

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habrase quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

2000. Andrea Jeftanovic recibió el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura a la mejor obra editada ese año por "Escenario de guerra2
2000. Andrea Jeftanovic recibió el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura a la mejor obra editada ese año por "Escenario de guerra2

Has dicho que la escritura de ficción, como un espacio de reflexión, le da la oportunidad al autor de revisar, de descubrir su verdadera esencia. ¿Has logrado descubrir la tuya?
La esencia de toda persona es una zona confusa de caos interno. Creo que los que trabajamos en arte, sea cual sea la disciplina, estamos obligados a usar esa ‘esencia’ como material de trabajo. La literatura es una forma lenta de pensamiento, de análisis de esas zonas en diálogo con el mundo que habitamos, con el tiempo que nos tocó vivir, con la familia que nos acogió y con la vida que más o menos elegimos. El descubrimiento nunca ocurre, solo hay tanteos en la oscuridad, una que otra epifanía. Cada libro ha sido un aparato para mirar esa esencia, a modo de ejemplo, la memoria de la violencia política del pasado (Escenario de guerra), el amor en la era de los atentados (Geografía de la lengua), la creación de una mujer en la dramaturga chilena Isidora Aguirre (Conversaciones con Isidora Aguirre) y, de los otros, estamos conversando ahora.

Hablemos de Destinos errantes, tu último libro. ¿Por qué decidiste mezclar la crónica con la ficción, dos elementos aparentemente opuestos?
Porque creo que habitamos muchas dimensiones, y esa supuesta dimensión ‘real’ es insuficiente para relatar lo que sucede en un viaje. Generalmente se asocia la escritura de mujeres con mundos íntimos, cosa que he hecho, entonces quise escribir fuera del “cuarto propio” y recorrer el mundo, las fronteras que tensionan, tomar vuelos, ver mapas, postular a becas, salir a devorar el mundo. Fue un libro para el que tuve que viajar más de una vez a Perú, Brasil, España, California, España, la antigua Yugoslavia, Israel. Pero yo viajo como escritora, entonces llegas a los destinos con muchos referentes literarios, con libros leídos, películas vistas, y quise armar ese contacto, esas conversaciones reales con intertextualidad y con mi imaginación y mis temores. Fue un libro que reúne muchos de mis fragmentos, de mis múltiples dimensiones. Reúne quince años de mi vida y para mí es como un tratado. Además es un libro que me planteó otras preguntas. Otros dilemas: cómo escribo crónica de la vida de otros, yo siempre he sido dueña de mis personajes ficticios pero ahora estoy escribiendo sobre la intimidad de otros, sobre aspectos muy privados y dolorosos. ¿Cómo estoy a la altura de estas circunstancias, cómo escribo de otras vidas con respeto y libertad creativa? Además, algunos de esos viajes los hice con mi pareja e hijos, y en algunos hasta con mis padres. Quise demostrarme que no es incompatible escribir y tener vida personal. No es “la escritura o la familia”, pueden ser ambas y se gatillan otros significantes en esa experiencia colectiva. O bien cuando viajas sola y dejas a los tuyos hay una angustia que se integra al recorrido.

Ahí incluyes una crónica de tu paso por Lima y tu encuentro con José Watanabe. ¿Puedes contarnos un poco sobre esa experiencia?
Sí, a propósito de un proyecto de intercambio de escritores, mi querido colega Enrique Planas me presentó a ese tremendo poeta.
La crónica es una larga conversación entre él y yo en la que hablamos de la enfermedad, la creación, la inmigración y de un viaje imaginario a la frontera entre Perú y Chile, el triángulo marítimo que ha generado tantas discusiones en el tribunal de La Haya. La poesía de Watanabe me resultó inspiradora, reveladora, y la incorporo en la conversación con licencia poética. Además, pienso que muchas veces en los conflictos geopolíticos se debería acudir más a los escritores, a la investigación, al poder de la palabra, a la imaginación.

¿Qué viene después de Destinos errantes?
A corto plazo, un libro de ensayos, Escribir desde el trapecio, por Ediciones UDP. A mediano plazo, un libro que me tiene muy motivada pero del que no digo nada por cábala.

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