[Nancy Chappell]
[Nancy Chappell]
Dante Trujillo


Mariana Tschudi (Lima, 1979) ha querido siempre aunar el arte con una conexión personal con la naturaleza. Ello la ha llevado a formarse en estupendas escuelas del exterior, pero también a buscar el equilibrio en su propio ser: desde la práctica del yoga hasta la experimentación con las plantas sagradas de la Amazonía.

      Hace casi diez años, cuando volvió al Perú tras estudiar en la Rhode Island School of Design, estrenó una de las primeras series web de nuestro país: El síndrome de esto es el colmo. Desde entonces, no ha parado de investigar, de capacitarse, de retarse en los más distintos soportes del arte visual. Así terminó dirigiendo Pacíficum, un precioso documental sobre el mar de nuestro país que le valió el premio del público en la última edición del Festival de Cine de Lima, y que está a punto de estrenarse en el circuito comercial; y a participar de un espectáculo llamado La muyuna, que antes de partir de gira por España se pondrá solo por dos días (el 29 y 30 de setiembre) en la Casa Yuyachkani (jr. Tacna 363, Magdalena).

¿Qué es La muyuna?
Se trata de un espectáculo que fusiona diferentes formas de expresión (audiovisuales, danza, la palabra) para tratar los saberes amazónicos. Fue presentado como proyecto por Además, mi empresa de arte digital; y la compañía española de teatro L’Om Imprebís, dirigida por Santiago Sánchez, y ganó un premio de financiamiento de Iberescena para su montaje.

¿Cuál tu rol?
Son ‘roles’. Por un lado, soy bailarina y actriz a las órdenes del director; y también me encargo de los visuales y de la producción.

Los proyectos de Mariana Tschudi están relacionados a la costa y el mar peruano, así como a los saberes ancestrales de la Amazonía y los Andes. [Foto: Nancy Chappell]
Los proyectos de Mariana Tschudi están relacionados a la costa y el mar peruano, así como a los saberes ancestrales de la Amazonía y los Andes. [Foto: Nancy Chappell]

No sabía que tuvieras práctica escénica.
Sí, escribí Urania, un espectáculo del 2015 y 2016, donde también actuaba y bailaba. He actuado algunas veces, hecho performances, bailado con Karin Elmore… digamos que tengo más experiencia y gusto que formación. Pero me resulta fascinante, por lo que cada vez me estoy metiendo más en ello.

¿Y en qué consiste lo audiovisual en La muyuna?
Estoy dándole vida y animación a los cuadros de Rember Yahuarcani, y relacionándolos con las historias que surgieron durante el mismo proceso de concepción del espectáculo, por demás complejo y colectivo, en el que ha intervenido mucho la investigación, la intuición, la improvisación, la inducción al inconsciente de los participantes. Por todo ello, el acto de creación no acaba, de alguna manera sigue siempre nutriéndose, renaciendo.

Lo que tiene que ver con el mismo concepto, una especie de eterno retorno…
Claro. En la cosmovisión amazónica, muyuy es dar vueltas, girar, germinar; son los ciclos de la vida. La muyuna —que también es el viento, los remolinos del río— te lleva a su propio vacío, al ojo del huracán que es, para desde ahí permitirte resurgir. Emocionalmente es como limpiarte de todo lo aprendido (el pasado) para renacer (el futuro). Un círculo perpetuo. Debido a eso mismo, el espectáculo no tiene un argumento lineal, y su sentido está expresado de manera racional —hay mucha información— y también sensorial, unido, como en una ceremonia.

El vínculo entre arte, espiritualidad y plantas sagradas no es nuevo para ti.
Mi interés viene de siempre, pero recién cuando hice una maestría en arte digital pude explorar el tema a fondo por dos años. Me dediqué a ilustrar viajes, experiencias y enseñanzas con estas plantas. Así me uní para concebir la obra con la ambientalista Eloísa Tréllez —con quien ya había trabajado el guion de Urania—, lo que, dicho sea de paso, terminó en el contacto con Santiago Sánchez, pues Paloma Rojas, hija de Tréllez, forma parte de su compañía.

Y por eso también se van de inmediato a España.
Sí: luego de las dos presentaciones en Yuyachkani, gracias a Iberescena y al apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores y del Centro Cultural de España nos vamos Festival de Teatro Contemporáneo de Almagro, y al Encuentro Tres Continentes, en Agüimes, Gran Canaria… y a lo que salga en el camino.

Es curioso que la puesta en Lima casi coincida con el estreno en salas comerciales de Pacíficum.
¡De hecho llegó a coincidir, no podía creerlo! Por suerte todo se alineó, y el estreno de la película será el 28, y el de la obra el 29.

El documental es hermoso. ¿Cuánto conoces del mar ahora?
La verdad es que no lo conozco, me siento en un lugar muy parecido a cuando empezamos el rodaje, hace más de cinco años. Antes codirigí otro documental más corto llamado Madre Mar, y por eso me invitaron a hacer Pacíficum, pero entonces yo estaba más conectada con la selva (por la maestría), y sentía que el mar era algo inmenso e intimidante de lo que no sabía realmente nada. Pero como dices, la naturaleza me llama, así que solo me quedó entregarme y aprender… pero de verdad es tan poco lo que sabemos del océano.

De hecho en una parte de la película se dice que el hombre solo conoce el 5 %; que sabemos más de la Luna que del mar. ¿Qué fue lo mejor que te pasó dirigiéndola?
Comprender la relación de los antiguos pobladores con el mar fue una de las cosas que más me ha conmovido. Los templos de veneración que se ven en la cinta, esa relación de ofrenda… Los antiguos, antes de tomar algo de la naturaleza, primero ofrendaban, pidiendo permiso, no al revés. No como ahora, que es “primero cojo, después pago”. ¡Qué distinta sería la vida si conservásemos ese concepto en la cabeza! También me marcó aprender a respirar bajo el agua, con calma, en un estado parecido al de la meditación del yoga; a controlar el miedo cuando te pasan cosas raras, como cuando se te acerca de improviso un animal, te separas de los demás buzos, tu medidor de presión deja de funcionar, te lleva la corriente… ganar control para manejar la ansiedad: bajo el mar sabes que si te asustas, ahí te quedas.

Eso, digamos, a nivel “interior”. ¿Y “exterior”?
Todo. Los escenarios en la costa de Arequipa, las manadas de cientos de delfines en el norte, el regalo de 15 ballenas juntas, caminar por el desierto de Ocucaje… yo iba caminando y todo a mi alrededor me parecían piedras, y Rodolfo [Salas, paleontólogo que aparece en el documental. N. del R.] me decía “Mira bien, ah: ¿qué forma tiene esa piedra?”. Y así me iba dando cuenta de que esa piedra podía ser un molusco, un caracol, y así mi ojo se fue adaptando al paisaje, y todo a mi alrededor volvía a ser el fondo marino que fue hace millones de años.

[Foto: Nancy Chappell]
[Foto: Nancy Chappell]

¿Te imaginabas ganar el premio del público en el Festival de Cine de Lima?
Fue una sorpresa absoluta, a tal punto que casi no voy a la premiación. Tenía entradas para ir a ver otra película, pero lo pensé mejor, y fui… sola. Poco a poco, por lo que iba oyendo y la agitación me iba haciendo la idea. Y cuando ganamos… pensé que había sido en la sección “Hecho en Perú”: no tenía idea que era el premio de todo el festival. De hecho no me di cuenta hasta un rato después, ya celebrando, cuando la gente venía a felicitarme. Me siento muy orgullosa de ese premio: se trata de un contenido científico, y la única manera de llevarlo al público era con la emoción.

Además del valor estético y del registro, la película tiene un objetivo político.
Sí, y tiene que ver con eso que te decía de la ofrenda. Si hoy tomamos tanto del mar, debemos devolver algo en consonancia, y protegerlo. Lo inmediato es impulsar la creación de la reserva marina Cabo Blanco-Banco de Máncora, que ya está en proyecto. Ahí en el norte está el 70 % de la diversidad marina, y cerca de la orilla los animales desovan, se reproducen las especies. Es clave crear la reserva, lo que no significa que se detenga, sino que se modifique la actividad económica en la zona, lo que permitirá que el mar y las especies se regeneren. Esa es nuestra pelea concreta, nuestra ofrenda.

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