Esta historia de amor no fue un espejismo. Aunque sí una película que transcurrió entre el melodrama y la comedia, pero siempre custodiada por la brisa de algo muy parecido a la felicidad. Armando Robles Godoy y Ada Rey Marcazzolo se conocieron en el parque de la entonces idílica Chosica, muy jóvenes aún. Armando había perdido a su padre hacía pocos meses y Ada se recuperaba de la trágica muerte de un muy querido enamorado. Ella caminaba con su prima Ida, y mi padre las perseguía tambaleante, colgado literalmente de dos amigos. Estaban de boleto y pasados de copas, una manera sutil de decir que estaban ebrios hasta el codo: un inicio desastroso que no presagiaba nada. Sin embargo, se encontraron al día siguiente en el mismo parque, y empezaron a consolarse mutuamente. Fue así que, en el verano del 42, Eros y Tánatos encendieron una fogata que resistió todo tipo de embestidas y duró 67 años, de los cuales estuvieron casados 64. Se soltaron finalmente de la mano en el 2010, cuando Armando decidió dejar este mundo.
—Mamá, ¿hiciste tus maletas alguna vez para dejar a Armando?
Una vez. Vivíamos en Tingo María (Huánuco), y yo había logrado, no me preguntes cómo, desembarcar a un pasajero que viajaba a Lima porque no había cupo. Así es que fui donde mi amiga Raquel a pedirle prestada una maleta (en ese entonces ni maleta teníamos) y me dijo: “No puedo porque yo también me voy”. En esa época nadie daba medio por nosotros. Las parejas de amigos no entendían qué teníamos en común, porque no nos parecíamos en nada. Yo no era ninguna intelectual, y a mí me preguntaban qué le había visto a Armando.
—¿Cuándo te diste cuenta de que eran el uno para el otro?
En una banca del parque de Chosica. Yo tenía una de esas sortijas con monograma que se usaban entonces, con mis iniciales A.R., y me di cuenta de que él tenía otra con sus iniciales también. En ese momento sentí que ya no había nada que hacer. Un amigo de Armando decía que la suma de nuestras iniciales resultaba en una hermosa palabra: ARAR.
—En algún momento Armando te propuso fugarse juntos.
Sí. Él no estaba dispuesto a cumplir con los convencionalismos de la boda que exigía mi familia, que era muy conservadora. Y yo lloraba cada vez que veía un traje de novia. Finalmente me dio a entender que o me iba con él así nomás o se acababa la cosa. Hasta que un buen día me aparecí con mi maleta (¡en ese entonces sí tenía!) y le dije: “Aquí estoy, me voy contigo”. Se pegó un susto padre. No sabía qué hacer conmigo, así es que me propuso: “Bueno, vamos a hacerlo a tu manera”. Y nos casamos. Cuando nos despertamos al día siguiente, Armando dijo: “Dios mío, qué hemos hecho”.
—No te llevabas bien con tu madre...
No la comprendí. Y me dio mucha pena, porque la comprendí al final, poco antes de su muerte. Solo entonces pude entender todo el amor que fue capaz de darme, y logré reconciliarme con ella. Cuando se es muy joven uno es muy egoísta y vive solo para uno mismo. No te das cuenta de lo que te está dando la otra persona.
—¿Y qué pensaste cuando surgió la idea de ir a colonizar la selva?
Armando había renunciado a Panagra, donde trabajaba, y se compró un camión al que le puso Fúlmine. Era para transportar salitre, así es que toda la casa apestaba a demonios. ¡No quería recibir a nadie! Por eso, cuando me propuso que nos fuéramos a la selva me pareció una gran aventura, ante el horror de mi familia. Fueron algunos de los años más increíbles de nuestras vidas, y ahí nacieron ustedes dos.
—Vinimos casi por accidente. Ustedes no querían tener hijos tan pronto.
Al comienzo fue difícil, porque Armando y yo estábamos concentrados en nosotros dos. Era un inicio y teníamos personalidades muy fuertes, así es que nuestra lucha era para fortalecer nuestra relación. Por eso durante los primeros años Delba y tú crecieron un poco por su cuenta. Pero después aprendimos a comunicarnos y a dejar que el cariño fluyera. Una vez que está abierta la comunicación todo es posible.
—Durante este larguísimo matrimonio (pregunta atrevida), ¿han tenido otros amores?
(Se miran el uno al otro, sonríen y Armando responde). ¡Yo era celosísimo! Pero me gustaban mucho las mujeres y a Ada le encantaban los hombres. Yo creo que Ada era eminentemente poliándrica y yo era polígamo por naturaleza. Y aquí estamos, cincuenta años después. Hubo otros hombres en la vida de Ada, existieron otras mujeres en mi vida, pero nunca hubo ninguna duda en el sentido de tener que elegir. Nunca.
—Ada, ¿qué piensas de la frase “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”?
Debe ser cierto.
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