El físico chileno José Maza conversará con Aldo Bartra el miércoles 4 de noviembre, a las 19:30, en el marco del Hay Festival Digital Arequipa. Inscripción gratuita en http://www.hayfestival.com/arequipa/inicio (Foto: Mónica Molina / Hay Festival)
El físico chileno José Maza conversará con Aldo Bartra el miércoles 4 de noviembre, a las 19:30, en el marco del Hay Festival Digital Arequipa. Inscripción gratuita en http://www.hayfestival.com/arequipa/inicio (Foto: Mónica Molina / Hay Festival)
Jorge Paredes Laos

A sus 72 años, José Maza se ha convertido en uno de los mayores divulgadores de la ciencia en Chile. Antes de la pandemia, solía llenar estadios en La Serena para observar fenómenos como el eclipse solar del 2 de julio de 2019 y, ahora, recluido en su casa desde hace siete meses —como refiere—, se ha limitado a dar charlas en línea que son vistas por más de 40.000 personas, como el ciclo que ofreció en agosto a través del Facebook del Centro de Excelencia de la Universidad de Chile. El astrónomo acaba de publicar El manto de Urania, sobre los genios que fundaron la ciencia moderna. Conversamos con él, a través del WhatsApp, antes de su participación en el Hay Festival de Arequipa.

­¿Qué significa que la Nasa haya descubierto agua en la Luna?

El agua que han encontrado cerca de la superficie lunar es una pequeña traza. Son unas pocas moléculas. Antes se creía que no había absolutamente nada. Ahora se encuentran leves vestigios que estarían en pequeños túneles oscuros, pero es una reserva minúscula. Se habla de que es menos agua de la que hay en el Sahara. Esto solo da una esperanza para que, en el viaje que la Nasa realizará cerca del polo sur lunar en 2024, se pueda encontrar un poco más de agua.

­¿Por qué la astronomía interesa tanto en Chile?

Hay una razón geográfica. Tenemos el desierto de Atacama, donde no entra la humedad del mar y no hay lluvias. El aire ahí no tiene turbulencias y, si uno va a un cerro, a unos 2.000 metros, y se pone a mirar la noche, verá las estrellas quietas, sin su titilar típico. Todos los mapas meteorológicos señalan que el mejor lugar para observar el universo es una elipsis que va desde Arequipa, en el Perú, hasta La Serena, en el norte de Chile. El primer observatorio que puso la Universidad de Harvard estuvo en Arequipa. Nosotros tuvimos la suerte de que, en 1959, el director del Observatorio Astronómico Nacional fuera a la Universidad de Chicago para invitar a una comisión a que analizara los cielos chilenos. Se enamoraron e instalaron un observatorio en el cerro Tololo. Después, los europeos pusieron otro en el cerro La Silla, y así fueron llegando más. Hoy la mitad de los telescopios del mundo están puestos en Chile.

Desierto chileno da pistas sobre la existencia de vida en Marte
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­Esta particularidad lo llevó a organizar eventos en La Serena para invitar a la gente a mirar las estrellas.

Yo creo que el hombre del siglo XXI tiene que conectarse con el cielo y saber cómo es el universo, saber que el Sol está a 150 millones de kilómetros y que es una estrella mediana y puede vivir unos 5.000 millones de años más. Saber que vivimos entre Venus y Marte, y que Venus está más cerca del Sol y es más caliente que Marte. Yo llevo cuatro, cinco años haciendo grandes esfuerzos por divulgar esto. Ahora quiero animar a que todo el mundo piense que vamos a ir a Marte…

­¿Colonizaremos Marte algún día?

Tal como llegó Colón a América, ahora nos toca colonizar Marte. Vamos a ir en 2035, cuando Marte vuelva a estar muy cerca de la Tierra. Contarles estas cosas a los niños me entusiasma. Decirles: “Miren, ustedes pueden pensar qué vamos a comer en Marte. Hay que hacer un invernadero porque el clima de noche es muy crudo; desciende 50 grados bajo cero. ¿Y qué vamos a cultivar? Arroz, trigo, quinua”. A las niñas de 10, 12 años, que son muy inteligentes, les digo que piensen en ser astronautas, en salir al espacio. En el sur de Chile, hay lecherías y yo les digo: “Ustedes no pueden soñar con ordeñar vacas; eso lo ven todos los días. Sueñen con ir al espacio”.

Marte, el Planeta Rojo. (Foto: NASA)
Marte, el Planeta Rojo. (Foto: NASA)

­Su último libro está dedicado a Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Newton. ¿Qué nos pueden enseñar estos personajes hoy?

Son fundamentales. El modelo geocéntrico de Ptolomeo predominó en Europa por 1.500 años. El gran cambio vino con Copérnico, cuando planteó que el centro era el Sol y que la Tierra era un planeta. Después, vinieron Tycho Brahe y Kepler, que estudiaron el movimiento de Marte. Con esas observaciones maravillosas, Kepler descubrió que las órbitas eran elípticas y eso, con la caída de los cuerpos de Galileo, le dio a Newton la clave para ser el gran arquitecto de la ciencia moderna. ¿De qué servía que Kepler estudiara las órbitas elípticas? Sus vecinos probablemente ni se enteraron; a nadie le cambió la vida. Pero resulta que, con esas órbitas keplerianas, hoy tenemos satélites que están a 36.000 kilómetros de altura, podemos mandar cohetes y ver como yo, hace dos semanas, la final del Roland Garros. Lo que ayer no tenía ninguna utilidad hoy es fundamental. Y toda esta maravilla nació porque un danés medio chiflado observó Marte durante veinte años. La ciencia es un árbol, cuyo tronco se va diversificando de rama en rama y, mientras más sepamos, más lejos vamos a llegar.

­Esta conversación por WhatsApp, aunque no lo creamos, viene por ese tronco.

En Chile, cuando el hombre llegó a la Luna en el año 60, éramos unos siete u ocho millones de personas y no había más de cien mil teléfonos, hoy día somos 18 millones y hay 25 millones de teléfonos móviles… El teléfono celular es producto de que alguna vez el hombre soñó con ir a la Luna y lo logró. Antes de eso, los computadores no existían, no existía la electrónica, la electrónica era de tubos, y empezaron a hacer circuitos integrados cada vez más chicos, cada vez más perfectos, y hoy día estamos hablando por wasap a una distancia de 4.000 kilómetros. Es una maravilla que el hombre siga pensando, investigando y estudiando, eso nos beneficia a todos y a todas. Yo recuerdo que, cuando el hombre llego a la Luna, había compañeros míos de la universidad, muy militantes, que decían “mira, los norteamericanos cómo botan plata en tonteras cuando hay hambre en la Tierra”. Yo siempre defendí acérrimamente la inversión en ciencia y tecnología, nunca es un gasto inútil. Hay una anécdota que le quiero contar. En el observatorio naval de Estados Unidos, hace unos 30 años, había alguien que construyó un reloj atómico tan preciso que fallaba un segundo en un millón de años. Y él creyó tener un método para hacer un reloj que fallara un segundo en cien millones de años. Presentó una petición de 20.000 dólares para construir ese nuevo reloj. Se rieron durante horas y se preguntaban a quién le interesaba un reloj que fallara un segundo en cien millones de años, uno se lo imagina puesto en la muñeca y sería como el reloj de Dios. Al final le dieron la plata. Lo hizo y con esa generación de relojes atómicos, que tienen una precisión exquisita, se pudo hacer todo el sistema GPS de la actualidad.

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