En las instalaciones del Gran Teatro Nacional nos encontramos con el peruano Jimmy Gamonet, a punto de dirigir a su elenco en un ensayo general. Tras una larga carrera artística, que lo ha llevado a fundar el Miami City Ballet y ser primer bailarín del Ballet de Oklahoma y el Ballet du Nord en Francia, desde el año pasado asumió el rol de director artístico del Ballet Nacional del Perú. Este 9 de diciembre se estrena su tercera temporada al frente, en la que ofrece un variado espectáculo con cuatro piezas coreografiadas por él.
¿Cómo nace tu interés en la danza?
Es difícil de responder, es una necesidad casi biológica. Yo estaba en el teatro con mi padre, que en paz descanse. Tenía una compañía, era actor y mi mamá era actriz, así que desde niño estuve expuesto a este tipo de ambiente. Pero, por alguna razón, me llamó mucho más el movimiento que la comunicación verbal. En esa época pasaban en la televisión shows musicales, de danza, y me fascinaban, me llamaban la atención. Me sentía cómodo expresándome físicamente, moviéndome. A los cinco años ya estaba saltando en mi casa sin ninguna razón: en la sala, en el dormitorio. Saltaba, giraba, me sentía liberado, botaba toda esta energía de niño… Estos fueron los primeros indicativos de lo que llegué a ser. Más adelante tuve la oportunidad de ver una clase de ballet, y desde entonces no paré.
¿Cómo definirías el proceso para crear una coreografía?
Siempre varía. Es muy importante, primero, estar familiarizado con la música, tanto en partitura como en ejecución, para crear una especie de mapa mental de los movimientos, especialmente sobre cómo va a terminar la pieza. Para mí es importante tener eso lo más claro posible en mi mente, porque después, cuando uno va donde los bailarines, las cosas inevitablemente comienzan a cambiar, a modelarse dependiendo del momento y el artista.
¿Cómo es tu trabajo con los bailarines?
Depende de cuál de las dos formas de ballet sea: la abstracta o la narrativa. En la narrativa estamos lidiando con historias que preexisten a la pieza, “El lago de los cisnes”, “Carmen”, “La bella durmiente” o cualquier otra. El bailarín representa a un personaje: es mucho más fácil, incluso se le puede dar literatura para que se empape en el papel. Cuando es abstracta es distinto. Entonces no le das referencias literales, sino que le dices: “Siente que estás en un vacío” o “Siente que te estás despertando”. ¿Te das cuenta? Son referencias que el artista trata de representar en movimientos.
El programa es muy variado: hay piezas experimentales y otras cercanas al neoclásico…
Sí, es parte de la idea que tengo con la compañía de enriquecer al bailarín a través del repertorio. Hay dos canales acá que ayudan al desarrollo de una compañía. El primero son las clases diarias, que son pura técnica y físico. Después viene el repertorio, que empieza a modelar al bailarín, a darle su tonalidad profesional, donde comienzan a emanar sus propias idiosincrasias de movimiento. Yo respeto mucho el ballet del siglo XIX, los clásicos, los grandes, porque son nuestra fundación, pero también miro hacia adelante: no nos podemos quedar estancados. Trato de traer la mayor cantidad de experiencia no solo para el artista, sino también para quienes vienen a ver a la compañía. Tener una apuesta como esta, de cuatro ballets distintos, te enriquece, te mantiene interesado, no pierdes enfoque.
¿Presentarás ballets narrativos más adelante o seguirás con piezas abstractas?
Vamos a hacer ballets grandes, estos clásicos del siglo XIX, como “Giselle” o “El lago de los cisnes”, pero los vamos a hacer bien, como los debe hacer una compañía nacional de ballet. No los vamos a hacer a la loca. Primero vamos a hacer estas composiciones cortas y variadas porque enriquecen a los bailarines técnica e interpretativamente (además de que enganchan a la audiencia) y después vamos a hacer funciones grandes. Esta fórmula ha funcionado tanto en mi compañía en Miami como con otras compañías con las que he trabajado en el extranjero, y no veo por qué no podría funcionar acá. Mientras tenga el apoyo del ministerio y el de los bailarines, estaremos en buen camino.
¿Cómo enfrentas a un público no acostumbrado a este tipo de espectáculos?
El primer problema es traer al público al teatro. Porque una vez que se sientan acá, si les gusta lo que ven, tienes la garantía de que van a regresar. Hay un programa del Gran Teatro Nacional que es espectacular: llenan el teatro de escolares y se les presenta segmentos de las obras. Luego tienen la oportunidad de conversar con nosotros, y ahí empiezan las preguntas, desde las más complejas hasta las más simples, y se habla de todo tipo de cosas. En la última de esas funciones yo dije: “Y quién sabe, de repente acá tenemos al futuro primer bailarín nacional”, y se pararon como veinte diciendo “¡Yo, yo!”. Es una experiencia preciosa que muestra la importancia que puede tener el ballet para un niño.
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