Martin Amis (Oxford, 1949) es uno de los más importantes narradores vivos del mundo: así de simple y rotundo. Ha escrito novelas tan fascinantes y divertidas como "El libro de Rachel", "Dinero", "Campos de Londres" y "Lionel Asbo: el estado de Inglaterra"; y ensayos como "La guerra contra el cliché". Recientemente ha levantado polvareda tras la publicación de "La zona de interés", donde satiriza con muchísimo humor negro —rasgo característico de su obra— las miserias morales de un grupo de individuos durante el exterminio nazi.
Cuando supe que venía a Hay Festival, tardé en decidirme por cuál libro suyo traer para pedirle una firma (finalmente me decidí por el primero, "El libro de Rachel"). Después de tantas grandes novelas y ensayos, ¿con qué título de su obra se quedaría si solo pudiera escoger uno?
No tengo favoritos. Sería como tener un hijo preferido: no es posible, amas a todos por igual. Pero quizá yo hubiera traído "Experiencia", mis memorias. O los ensayos, pues describen mi obra, mi escritura, contienen muchas de mis ideas y preferencias personales.
Su novela más reciente, "La zona de interés", ha despertado bastante polémica porque hace sátira sobre un tema que sigue siendo tabú: el Holocausto. ¿Hay tópicos que deberían estar vetados desde el humor? ¿Cuáles serían sus límites?
No hay ni debería haber límites en la literatura. La cuestión es si algo funciona o no. Sin embargo, por ejemplo en cada reseña y crítica en Alemania de mi última novela, la gente en efecto se preguntaba si era legítimo hacer humor del Holocausto, si se trataba de un libro serio o solo una burla, una sátira. Pero… pensemos en la risa: no solo expresa optimismo. La risa es algo muy complicado, una respuesta humana espontánea. Nos reímos cuando dudamos, cuando nos ponemos nerviosos; a veces incluso de la miseria, o por amargura, asco, aversión hacia uno mismo… La risa no toca una cuerda simple, no expresa un solo estado anímico, sino muchos. Así es el humor. Esto me recuerda que los tiranos y villanos odian ser objeto de risas, le temen mucho más que al castigo. En la Alemania de Hitler podías ser ejecutado por hacer una broma sobre él.
Entiendo que los dictadores le teman a la burla, pero… ¿y el pueblo? ¿Los lectores? Pienso en el duelo; en que, por ejemplo, aún no existe una novela satírica sobre la época del terrorismo en el Perú. En el caso del exterminio nazi, han tenido que pasar 70 años para que aparezca un libro como el suyo.
La escritura es la voz de la cordura. Por ejemplo, González Prada fue un escritor que no solo fue un líder, sino la voz de la sensatez y la humanidad en este país. Pero sí, es muy difícil escribir sobre la violencia cuando aún está ocurriendo. Escribes sobre ella cuando ha terminado; de otro modo, sigue siendo muy delicado, muy crudo para mucha gente. El duelo al que usted refiere. Así que sí, usualmente deben pasar muchos años antes de que uno pueda tomar distancia y abordarla con respeto.
En su presentación en el festival, habló sobre algunos temas que no se pueden o son muy difíciles de narrar, como los sueños y la sexualidad. ¿Por qué?
Mi padre [el escritor Kingsley Amis] decía que, luego de una escena sexual, el autor tiene que despertar de su ensueño, recomponerse y decir “Bueno, ¿dónde estábamos?”. Porque siempre es algo excluyente. Es muy difícil narrar una escena sexual que se mantenga al mismo nivel que el resto de la novela, pues se basa en tus deseos y preferencias personales. Es demasiado individual. La sexualidad no es una experiencia universal. Por otro lado, Henry James decía “Narra un sueño, pierde un lector”. Es por la misma razón. Solo hay un par de sueños que todos hemos tenido, por ejemplo, dar un examen desnudo en un salón de clases, con un lápiz que no funciona. Igual, muchos escritores se han esforzado en narrar los sueños, escribir sobre el mundo de los sueños, pero es una tarea titánica. Uno de los ejemplos más famosos es "Finnegans wake", de James Joyce. Es imposible de leer. Leer ese sueño es una pesadilla [risas], una tortura. Kafka es la única excepción porque va más allá de los sueños... Samuel Johnson decía que en la literatura nada que sea raro, que no encaje, funciona por mucho tiempo. Fíjese que puede eliminar las tres novelas de Kafka, y ello no afectaría la increíble originalidad de su obra. Kafka no pudo terminar sus novelas… ni él como autor, ni nosotros como lectores [risas]. Lo que realmente permanece y vale la pena son sus formas breves. En fin, pienso que, si va a contar un sueño, mejor hágalo en una sola oración.
¿Dónde nacen las novelas?
Esa es una cuestión maravillosa de la ficción: de pronto a uno se le aparece una idea original a través de una imagen, de la visión de una situación o de un solo personaje. Es una sensación especial que te embarga, te das cuenta de que va a funcionar, sabes que a partir de allí puedes escribir un texto de ficción. Luego investigas, lees, te empapas del tema, y es como si el texto ya estuviese allí.
Muchas veces me doy cuenta de que esa idea ha estado transitando mucho tiempo en mi inconsciente, es por eso que cuando empiezo a escribir fluye, porque es algo que ya tenía. Esa sensación extraña que se apodera de ti… la ficción nace de un telegrama del inconsciente [risas]. El mundo de los sueños, la muerte, la rareza y todas esas cosas habitan detrás de la cabeza, en la nuca, no al frente.
Precisamente, ayer también habló sobre su proceso corporal de escritura. Cuénteme sobre eso.
La escritura no es solamente una actividad cerebral, sino que todo el cuerpo parece estar involucrado. No sé, por ejemplo Saul Bellow necesitaba que hubiese buen clima para escribir bien. Sudaba mientras lo hacía, se encontraba en un estado muy intenso.
Para escribir, la idea tiene que surgir del cerebro, llegar al corazón, a las tripas, a la ingle, luego salir por el culo, y luego volver y correr a lo largo de la espina y llegar finalmente hasta la nuca [risas]. Este recorrido toma algunos años, no puedes apurar el proceso. Entonces recién puedes sentarte a escribir.
Quisiera preguntarle algo sobre esa increíble generación a la que pertenece. Me refiero a usted y a Barnes, McEwan, Rushdie; o poco después Ishiguro, Kureishi… Cuando empezaron, ¿se imaginaba hasta dónde llegarían? Porque no solo todos han perdurado, sino que pareciera que escriben incluso cada vez mejor.
No, por supuesto que no lo imaginábamos. Lo que me sorprende es que se esperaba que hubiera algunos que se quedaran en el camino, que uno o dos del grupo se perdieran, pero no ha pasado. Eso es extraño. Bueno, sabía que no sería yo el que quedara en el olvido [risas]. Fíjese esto: cuando teníamos 20 años y casi sin conocernos, compartíamos estudios en un edificio de dos pisos con Julian Barnes, el poeta James Fenton y Christopher Hitchens. Es verdad, es una enorme coincidencia que todos nos hayamos mantenido vigentes, que no hayamos perdido el camino, cada uno con su estilo particular, además. Le comparto una coincidencia curiosa: Ian McEwan y yo hemos publicado 14 novelas y ambos hemos escrito la misma cantidad de cuentos y ensayos. Curioso, ¿verdad?