Es muy difícil abreviar el CV de Óscar Naters. Pero digamos que desde 1985 está al frente de Íntegro, un laboratorio de artes escénicas y performáticas que con una tenacidad poco frecuente se mantiene fiel a su independencia discursiva y su esencia experimental; que su trabajo se ha mostrado y ha sido reconocido en tres continentes; y que, entre otros muchos reconocimientos, ha sido distinguido como Personalidad Meritoria por el Ministerio de Cultura. En la última edición del FAEL (2014) montó su propia versión de "Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía", la estupenda novela de César Calvo, lo que le valió el premio Aibal a la Mejor Dirección. Ahora Naters e Íntegro reponen "Ino Moxo" en el Teatro Británico por una brevísima temporada: del 31 de marzo al 11 de abril. Entradas en Teleticket. Se trata de una experiencia imperdible.
Más allá de lo estético, las propuestas de Íntegro se han movido siempre entre lo mítico, lo político y lo literario. Y creo en esta obra casan todos esos elementos.
Sí, es cierto. Coinciden, además, con una madurez de más de 30 años de trabajo, lo que permite que la puesta en escena tenga la fuerza y la precisión necesarias para llevar al espectador a una lectura muy intensa y a la vez individual. Todo esto también es un viaje interior para nosotros, uno que está funcionando: llegando al corazón del público se logra una comunión general. Creo que es un ritual contemporáneo muy intenso que vale la pena ver.
A propósito de lecturas, la novela de Calvo no es lineal, y ustedes, una vez más, tampoco han realizado una versión “narrativa”. ¿Cómo ha sido traducir este lenguaje ya de por sí poético y no convencional a uno multidisciplinario, performático?
Ha sido sumamente difícil abordar la novela porque es muy amplia, está llena de visiones, desplazamientos, puntos de vista, tonos. Apelamos a lo sonoro como eje estructural (por ejemplo, incorporando ícaros), así como a cierta circularidad, presente en la ficción y, a su vez, con reminiscencias de las ceremonias de ayahuasca. No trabajamos con ningún guion, y si lo hubo, se trató solo una propuesta general de la cual fuimos descartando elementos. Al final, nos quedamos con frases e imágenes que consideramos contundentes para trabajar lo mítico, lo político y lo literario que decías.
¿En qué medida resulta terapéutico?
El resultado —sin pretensión alguna— es algo que te puede curar. Si hay un comentario que es bien recibido de esta obra es que es sanadora. Es un honor acercarnos a la posibilidad de que la gente se sienta mejor saliendo de ella. La música, el arte en general tienen mucho poder. En este caso, sumándole a los elementos mencionados otros de danza, de imágenes y de iluminación, y llegar a la resonancia precisa que permita que lo sanador se potencie, resulta muy gratificante.
¿Cómo fue el trabajo de investigación previo sobre lo amazónico y el ayahuasca? Pienso, además de la novela de Calvo, en los estudios de Frank Bruce Lamb o Luis Millones.
Sí: además de Calvo, Río, tigre y más allá y Un brujo del Alto Amazonas de Lamb, que son narraciones más directas de Manuel Córdova [el Ino Moxo real]. Luis Millones, claro, pero también Carl Jung, y ¿sabes qué? Algunos viajes anteriores, a la India por ejemplo, o a México, donde hemos vivido, donde hemos tenido también encuentros y propuestas interculturales enriquecedoras [con el plural se refiere a la compañía de la bailarina y coreógrafa Ana Zavala, su pareja desde hace décadas]. Estar alerta es muy importante para mi trabajo. Uno puede encontrar situaciones que sirvan para la puesta en escena inesperadamente, en la calle… señales que conecten con lo que estás persiguiendo.
Crees en el artista a tiempo completo.
Absolutamente. Hay que estar alerta siempre porque muchas cosas pasan espontáneamente.
Tú llegaste a trabajar un proyecto con Calvo.
Sí, a propósito de un homenaje a Chabuca Granda en el Teatro Segura. Montamos una coreografía a partir de un poema de Javier Heraud. Me presentaron a César —que leyó el poema— y nos caímos muy bien, era todo un personaje, un artista multidisciplinario que andaba ocupado en muchas cosas, periodismo, poesía, Perú Negro... No le rehuía a nada. Con el tiempo me cedió los derechos para abordar la novela.
Como en "El corazón de las tinieblas", en "Ino Moxo" subyace la idea de que la verdadera barbarie no viene de los “salvajes” sino de los colonos. ¿Lo suscribes?
Definitivamente, sigue habiendo rezagos de la Colonia en las actitudes del limeño o el occidental que se acerca a la Amazonía. En cambio, quienes viven ahí están más conectados con la naturaleza, tienen memoria, antepasados, saberes ahí. El occidental busca “entender” y no “sentir” las cosas. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, simplemente depreda todo: recursos, cultura, etc.
¿La relación entre nativos y colonos no ha mejorado desde la época de Ino Moxo?
Yo diría que es peor. Los exterminios de aquella época eran terribles, pero ahora percibo más malicia, una cierta desesperación por querer arrasar a toda costa, sin importar los medios o los daños. Es algo más feroz y peligroso.
Volviendo al montaje, ¿te apoyas siempre en el trabajo colectivo?
Sí, claro, básicamente en Ana. Trabajamos desde siempre juntos. Tenemos una actitud guerrera, siempre encontramos dificultades pero decimos “vamos a hacerlo”, “va a salir”. Creo que por eso sobrevivimos. La vida es similar al proceso creativo de una obra: el secreto está en persistir. Esta no es una compañía que trabaje con auspiciadores sino de acuerdo a cómo viene el montaje. Nosotros invitamos a la gente de acuerdo al proyecto y siempre empezamos de cero.
Un recurseo muy peruano, digamos.
Totalmente. Vamos resolviendo las cosas de acuerdo a cómo se presentan.
La del estribo
¿El secreto de tu método es que no hay un método?
Exacto, eso es lo que planteo en los talleres. No pido, por ejemplo, que traigan a “Revés” un tema, sino que este va apareciendo a partir de conversaciones y del trabajo que realizamos juntos con los talleristas. La idea es soltar el nudo que todos tenemos dentro. Algunos vienen con experiencias artísticas, y de lo que se trata es de descartar esos “letreros” para ir abriendo caminos nuevos. Y sí, tal vez haya necesidad de crear un método, un no-método, como dices, que se convierta en el modelo.