La prolífica y talentosa periodista y escritora Rosa Montero (Madrid, 1951) acaba de cumplir 50 años en el ejercicio periodístico. Y, aunque también recuerda que hace 41 años publicó su primer libro, Crónica del desamor, su primer trabajo literario data de mucho antes, de cuando tenía cinco años, específicamente. “Empecé a escribir cuentos de ratitas que hablaban y desde entonces siempre he escrito ficción, pues es mi manera de estar en el mundo. No es un trabajo”, comenta.
Mientras la pandemia sigue su curso, Rosa Montero continúa escribiendo, leyendo —recomienda El inifinito en un junco, de Irene Vallejo, que habla sobre la historia de la escritura y la lectura; Sobre los huesos de los muertos, de Olga Tokarczuk; y Dioses contra microbios: los griegos y la COVID-19, de Alejandro Gándara— y respondiendo entrevistas como parte de la promoción de su última novela, La buena suerte. A propósito de ella y de su participación en el Hay Festival Digital Arequipa, nació esta conversación sobre el periodismo, la literatura y la vida.
El año pasado publicó un libro de entrevistas. Leyéndolo, recordé Entrevista con la historia, de Oriana Fallaci, aunque sus estilos son muy distintos. Ella veía la entrevista como un reto. Para usted, ¿qué es?
Una entrevista para mí no será un reto nunca. Yo hacía entrevistas para intentar conocer al otro, rascar un poco el personaje público que todos llevamos y tocar un poco la carne que se esconde debajo. Yo tengo una genuina curiosidad por el otro y creo que esa es la esencia de la entrevista: superar los prejuicios que se tienen para conocer y entender a esa persona que tienes delante. Desde ese punto de vista, te digo que Oriana Fallaci a lo mejor no era buena entrevistadora, pues se le reclamó muchas veces el haber manipulado las respuestas, y creo que eso tiene que ver con que era muy prejuiciosa. Pero era una gran escritora, eso sí.
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Hace mucho no hace entrevistas. ¿No las extraña?
No, para nada. Ya no quiero hacer más. Mira, yo empecé como periodista cuando estaba en primer curso de carrera, hace 50 años, y ya estoy cansada. La última entrevista que hice fue a Malala ( 2013 ).
Ahora que cumple 50 años como periodista y habla de su cansancio, me da curiosidad saber cómo veía el periodismo cuando empezó a ejercerlo.
Me encantaba. Era una época horrible porque eran los últimos años del franquismo y, cuando buscabas trabajo, te decían sin asco que a las mujeres no las contrataban. No es que yo hubiese querido ser periodista desde siempre; yo toda la vida he querido ser escritora porque siempre he escrito ficción, porque es mi manera de entender el mundo, pero también me gustaban muchas cosas en la vida. Yo pensaba —y tenía razón— que no se podía vivir de escribir. Estudié psicología y lo dejé. También fui hippie y pensé que podía dedicarme a vivir on the road toda mi vida simplemente dando vueltas. Hubiera podido hacerlo y tal vez ahora sería camarera en Camberra. Pero sería una camarera que escribe, eso te lo aseguro. Estudié periodismo porque pensé que me permitiría conocer el mundo, viajar, y acerté, y también porque tengo una curiosidad universal y pensé que me permitiría seguir aprendiendo toda mi vida de todos los temas. Y también acerté.
En una entrevista, usted dijo: “Los escritores sufrimos de una inseguridad patológica”. Este año también se cumplen 41 años desde la publicación de su primera novela. ¿Sigue sufriendo esa inseguridad?
Totalmente, por supuesto que sí. Hay novelas con las que me siento más insegura y otras, con las que no. Ahora llevaba publicada tres novelas en las que estaba bastante segura —La ridícula idea de no volver a verte, La carne y Los tiempos del odio— y, aunque creo que he llegado a la madurez literaria con La buena suerte, me ha vuelto la sensación de inseguridad, de si está bien, si estoy haciendo una tontería, si tendré que tirar todo... Luego, me dije que, si pensaba eso, es porque es una novela poco convencional, y, cuando haces una apuesta grande, la inseguridad siempre es mayor.
La buena suerte habla de temas muy duros, como la violencia intrafamiliar, un asunto que la sociedad prefiere siempre tapar porque “los trapitos sucios se lavan en casa”.
La novela trata del bien y del mal, y yo creo que no hay mayor ejemplo del mal sinsentido que la violencia intrafamiliar. La novela dice que las religiones se inventaron para darle al mal un sentido, para que no nos destruya, porque el mal perverso, sinsentido, nos vuelve locos. Y en serio creo que no había un ejemplo mejor para representar ese mal que esas familias aterradoras —que existen, lamentablemente no me las he inventado—, esos padres y esas madres que en vez de ser refugio y nido de sus hijos, pues los violan, los torturan, los matan. Y claro, el protagonista necesita entender el mal. Lo que pasa con este libro —y de eso me he dado cuenta después de su publicación— es que hay gente me escribe diciendo que es una novela que les alivia, que les consuela, que les serena, que les da paz, que la terminan con una sonrisa...y es la novela más luminosa que he escrito sin lugar a dudas.
En la novela, los personajes encuentran “la luz al final del túnel”...
Y, en la vida, también. A medida que he ido envejeciendo, he entendido hasta qué punto el ser humano es un superviviente absoluto, pues somos capaces de volver a ponernos de pie después de estar destrozados y podemos volver a crearnos una vida razonablemente feliz incluso después de estar mutilados y llenos de heridas. El ser humano es un bicho tenaz. Somos más tenaces que las cucarachas por nuestra capacidad de superación y de resiliencia. Todas mis novelas hablan de supervivientes, menos Te trataré como a una reina, que es la tercera que publiqué. Entonces tenía 30 y pocos años, y no sé qué pasaría por mi cabeza en ese momento, porque ni uno solo de los personajes se salva. Fui malísima con ellos, pobrecitos míos. Pero todas mis demás novelas tienen ese tipo de luz, que es la luz de la vida. Esta novela tiene un final razonablemente feliz y yo creo que a la gente le gusta porque ese final no esconde ni el mal ni el dolor, sino que muestra quey pese a eso tenemos la posibilidad, la capacidad, la obligación incluso, de intentar ser felices.
Además de hablar de supervivientes, en su trabajo, siempre les ha otorgado un lugar preferencial a las mujeres: como protagonistas de sus novelas o buscando visibilizar sus vidas.
Cuando saqué el primer libro de biografías de mujeres en los años 90, no había ninguno. Ahora hay veinte mil, y afortunadamente, porque tenemos que recuperar un pasado que nos han escamoteado y que es mentira. Creíamos que no había mujeres conocidas en la historia porque las pobrecitas estaban tan discriminadas que no las dejaban estudiar o trabajar, y eso es mentira. La realidad es mucho peor que esa, pues, a pesar de la discriminación y de no dejarlas estudiar y trabajar, ha habido a lo largo de la historia todo tipo de mujeres que hacen cosas, y las han borrado de los anales. Tenemos que recuperar una historia que ha sido manipulada y que nos han robado a todos, a hombres y a mujeres. Nos han robado nuestro pasado.
Estamos en un buen tiempo para remediar eso.
Sí. Y para deconstruirnos. Mira, cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo piensa que está hablando de mujeres, pero, cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todo el mundo piensa que está hablando del género humano. Yo no quiero hablar de mujeres en mis novelas. Quiero hablar de mujeres cuando escribo el libro de ensayos de historia de la mujer. En mis novelas, yo quiero hablar del género humano. Lo que pasa es que la mitad del género humano más uno somos mujeres.
¿Cómo ve esta última ola feminista?
Creo que hemos subido un escalón los últimos años en la larga historia del sexismo y creo que es cada vez más importante porque también se están implicando un montón de hombres. La marcha del 8M del 2019 fue la más grande de la historia y no solo hubo mujeres, sino también hombres, y hombres jóvenes. Es que creo que el feminismo no es solo una cuestión de mujeres. Estamos cambiando el mundo, la relación entre sexos, el estereotipo de los sexos, tanto de mujeres como de hombres. Por lo tanto, a ellos les interesa tanto como a nosotras.
Para ir terminando, ¿qué ha significado esta pandemia para usted? ¿un momento para crear, para leer, para escribir?
La pandemia primero me dejó muda. Los primeros días no podía ni leer ni escribir. Hacer mi trabajo, mis columnas, me costó muchísimo. La verdad, me salvó la propia escritura. Yo había terminado el último borrador de La buena suerte en enero y entonces me tocó revisarlo tras dejarlo descansar un par de meses. Hacer esa revisión me ayudó a aterrizar, a conectarme conmigo y con la vida otra vez. Yo no creo que hubiera sido capaz de empezar a escribir otro libro de la nada sin ese impulso. Ahora, mientras estoy en la promoción de La buena suerte, también estoy trabajando ya en mi próximo libro, una especie de ensayo de esos raros que hago y que hablará de la relación entre la creación y la locura.
* Puede ver la charla que sostuvo Rosa Montero con Renato Cisneros con motivo del Hay Festival Arequipa 2020 en este link.
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