Cuando se sienta ante su escritorio, Ruth Shady, la arqueóloga peruana que hace casi un cuarto de siglo asumió la faraónica misión de poner en valor a la civilización más antigua de América, Caral, se enfrenta a un horizonte enigmático y doloroso: una serie de fotocopias en blanco y negro de relieves de iconografías de niños, mujeres y hombres con huecos en el vientre, costillas exageradas y rostros espantados.
Los papelitos, pegados uno al lado del otro, como secando al sol, en la pared, evocan quizá el hallazgo más simbólico del sitio arqueológico de Vichama, un conjunto de 16 monumentos erigidos en 25 hectáreas a orillas del mar en “los tiempos finales de la civilización Caral” (aproximadamente entre 1900 y 1700 a. C). Representaciones similares fueron registradas por Anne Marie Hocquenghem en publicaciones sobre la civilización Mochica, que habitó la costa centro-norte peruana en 650-750 d. C. No es coincidencia.
“Queremos entender el sistema social, por eso trabajamos en 12 sitios; [vemos] cómo es que la sociedad se desarrolló, luego entró en crisis y colapsó”, dice Shady y apunta que hasta ahora los arqueólogos encuentran una explicación a ese declive: los cambios climáticos drásticos. Estos habrían sucedido, aproximadamente, cada quinientos años, acompañados de manera sucesiva de fuertes movimientos sísmicos, derretimiento de glaciares y aluviones. “[Eso] afectó el desarrollo de la civilización Caral. Después de los sismos y los aluviones, vino una sequía por la falta de agua y la desaparición de los nevados”, dice, como reviviendo una época atroz.
“Esas sequías pueden durar entre 60 y 120 años”, agrega Shady. “La gente no tenía cómo dedicarse a la agricultura, y tuvo que abandonar los centros poblados. ¿En esos momentos dónde hay posibilidades de recursos? Allí es cuando aparecen los conflictos”, razona. Lógico, no había alimentos, solo hambre.
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Eso que pasaba hace 5.000 años se repite episódicamente en esta parte del mundo. La Organización Meteorológica Mundial advirtió hace dos semanas sobre la presencia de aguas cálidas en el extremo oriental del océano Pacífico y el posible retorno de un episodio de El Niño en ese lado del mundo. El fenómeno de El Niño (FEN) costero del verano pasado nos recordó no solo cuán vulnerables somos en el Perú ante sus pataletas, sino que estas en un escenario de calentamiento global pueden ser más frecuentes e intensas y, sobre todo, inesperadas.
“Fue un afloramiento muy sectorizado que no se había reflejado antes. Se produjo en un fin de semana de enero, a pesar de que teníamos agua fría [en el mar]. No sé cómo explicarlo”, recuerda Fernando Arboleda, subdirector del área de Predicción Hidrológica del Senamhi. “La lección de todo El Niño o La Niña es que es un evento recurrente pero no similar. Hay que educar a la gente para paliar sus efectos”, opina.
En su última aparición en nuestro país, El Niño se cobró la vida de 162 personas, dejó 286.000 damnificados y afectó en general a 1,5 millones.
Antonio Zambrano, coordinador de energías limpias del Movimiento Ciudadano frente al Cambio Climático (MOCCIC), atribuye dichas mermas a la falta de gestión del FEN. Compara y critica que exista un presupuesto anual para atender las heladas de la zona altoandina —algo necesario—, pero no para El Niño y que este se cubra de manera reactiva, es decir, mediante mecanismos de emergencia. Por eso anota la necesidad de mirar al pasado y valorar los conocimientos de nuestros antepasados.
“Los pueblos indígenas tienen bioindicadores que incorporan a su cosmovisión”, señala el politólogo, quien participará esta semana en la vigésima cuarta Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Katowice, Polonia. “Vamos a posicionar el discurso del movimiento ciudadano global de elevar la ambición de los Estados”, dice. Se refiere a que las economías del mundo se comprometan a implementar políticas que garanticen que la temperatura de la Tierra no se incremente más de 1,5 ºC respecto a la era preindustrial.
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Aunque no siempre son valorados por los científicos, los bioindicadores existen. Ranas que advierten dónde y cuándo sembrar; aves que anticipan sequías si anidan a orillas del lago o inundaciones si lo hacen lejos; especies vegetales que crecen y otras que no en su época habitual; loritos que pasan en bandadas pronosticando un cambio de clima; ríos selváticos cargados de troncos que hablan de huaicos en las alturas; Spondylus que afloran en la desembocadura de los ríos ecuatorianos y dan cuenta de un calentamiento de la temperatura del mar y de un probable El Niño.
“Nosotros hemos llegado tarde al planeta. [Entonces,] ya había otros seres que habían pasado por una serie de trastornos naturales, [que] se avisan entre ellos de lo que va a pasar. Nuestras sociedades ancestrales también tuvieron en cuenta estas advertencias de las plantas y de otros animales”, recuerda Ruth Shady, quien recalca que la observación partía del conocimiento profundo del territorio.
¿Cuánto hemos dejado de mirar y descifrar esos rituales minúsculos, a los que nuestros abuelos otorgaban ese poder significativo y protector? Ketty Marcelo, presidenta de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas, vive hace seis años en Lima con sus dos hijos, y ve la diferencia con su natal Pucharini, en Chanchamayo, Junín.
“Lo primero que hacemos desde niños —cuenta— es conocer nuestro territorio, los linderos. Allí creces libre, aprendes a conocer los caminos, a cuidarte de la serpiente. Yo llegaba de la escuela, tiraba mis cuadernos, y corriendo me iba a cuidar las balsitas. Mis hijos no han disfrutado de esos ríos, porque están contaminados”.
En la ciudad ese saber ancestral se pierde y en los pueblos originarios la falta de peces en los ríos contaminados obliga a los moradores a implementar piscigranjas para comer aunque alteran el ecosistema al introducir especies “de otros lugares”.
Marcelo dice que cuando llega El Niño crecen los ríos y se pierden los sembríos y animales. Por eso, entre sus faenas, ellos incluyen la siembra de árboles en las riberas para paliar las inundaciones provocadas por el exceso de lluvias. Pero hay efectos difíciles de paliar: el abandono de los pueblos que provocan los desastres naturales. “Esto impacta en la vida de las mujeres. El esposo se marcha a la ciudad a trabajar y nosotras nos quedamos solas, se pierde identidad”, reflexiona.
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Evaristo Pujupat es comunicador comunitario de la nación Wampís. Cuenta que las próximas cuatro semanas saldrá a ‘caminar’ en peque peque por los ríos Santiago y Morona. Espera visitar 20 centros poblados. Está emocionado porque, desde hace dos semanas, la radio de su comunidad —Chinganaza, en Amazonas— volvió a funcionar después de dos años. “Tengo que caminar. Ese es el compromiso mío”, dice y se ríe cuando se lo compara con los chasquis incas. Lo que hará Evaristo es recabar información sobre la gente y los cambios climáticos. Según cuenta, desde hace unos cuatro años los vientos son más fuertes, por lo que hay que recomendar que se aseguren mejor las bases de las casas y que tengan cuidado al salir al bosque porque se pueden caer los árboles. Además, los niños y ancianos se enferman más de gripe y otra dolencia que se parece al sarampión. “Antes no era así, además hay mucha temperatura”, dice.
Ahora, como en el pasado, El Niño vuelve cada año en diciembre —con una intensidad inusitada— para recordarnos lo vulnerables que somos como especie. Por eso, como explica Ruth Shady y recuerdan Ketty Marcelo y Evaristo Pujupat, las civilizaciones ancestrales buscaron conocer el territorio para aprender a vivir en él. Lo respetaron y lo cuidaron hasta donde les fue posible.
La desaparición en el pasado de pueblos y civilizaciones se debió, al parecer, no solamente por cambios climáticos drásticos, sino también por invasiones y enfermedades. Nosotros, en pleno siglo XXI, ¿estamos a tiempo de no sucumbir ante lo mismo?
Como dice el secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, el finlandés Petteri Taalas: “Conviene reiterar una vez más que somos la primera generación que comprende plenamente el cambio climático y la última generación que puede hacer algo al respecto”.
Para revisar:
En el año 2015 el programa "Sucedió en el Perú" le dedicó un programa a narrar la presencia de este fenómeno a lo largo de nuestra historia. Para ver el programa de click al enlace que se encuentra a continuación.