Sobre el populismo: La retórica del ascenso social ha perdido su “fuerza inspiradora”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Sobre el populismo: La retórica del ascenso social ha perdido su “fuerza inspiradora”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Pedro Cornejo

Racismo, xenofobia, fundamentalismo religioso, nacionalismo, populismo. Todo esto se creía superado a mediados de los años noventa tras la caída del Muro de Berlín, el desmoronamiento de la Unión Soviética y el triunfal advenimiento del “nuevo orden mundial”, es decir, del capitalismo global. Derecha e izquierda asumieron como inexorable e irreversible el fin de las ideologías, del socialismo y de la historia.

Los hechos, sin embargo, se sucedieron de un modo muy distinto. Los fenómenos enumerados al principio de este artículo no solo no desaparecieron, sino que encontraron nuevos caldos de cultivo para crecer y expandirse como una poderosa amenaza para el statu quo occidental. Con un añadido explosivo: las desigualdades económicas entre pobres y ricos, lejos de disminuir, aumentaron dramáticamente. Las consecuencias políticas de este proceso han sido la exitosa irrupción de tendencias abiertamente autocráticas y el debilitamiento de la legitimidad de la democracia representativa como forma de gobierno.

Según el filósofo estadounidense Michael J. Sandel, autor del libro La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (2020), estos fenómenos son tan solo síntomas de un malestar social más profundo. Al respecto, dice lo siguiente: “Es un error no ver más que la faceta de intolerancia y fanatismo que encierra la protesta populista, o no interpretarla más que como una queja económica”. Y añade que la furia populista ha sido “una airada condena a décadas de desigualdad en aumento y de extensión de una versión de la globalización que beneficia a quienes ya están en la cima, pero deja a los ciudadanos corrientes sumidos en una sensación de desamparo. También fue una expresión de reproche a un enfoque tecnocrático de la política que hace oídos sordos al malestar de las personas que se sienten abandonadas por la evolución de la economía y la cultura”.

Por otro lado, la retórica del ascenso social ha perdido su “fuerza inspiradora”. La confianza en que cualquiera que haga los méritos necesarios puede ascender socialmente ya no se refleja en los hechos. Los países con mayor movilidad social de abajo hacia arriba (Canadá, Alemania, Dinamarca, entre otros) tienden a ser aquellos con mayor igualdad y acceso a la educación, la salud y otros recursos que fortalecen a las personas de cara al mundo laboral. Como sostiene Sandel: “La movilidad ya no puede compensar la desigualdad. Toda respuesta seria a la brecha entre ricos y pobres debe tener muy en cuenta las desigualdades de poder y riqueza, y no conformarse simplemente con el proyecto de ayudar a las personas a luchar por subir una escalera cuyos peldaños están cada vez más separados entre sí”.


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