Desde el inicio de la pandemia de COVID-19, las informaciones que regularmente ofrecen organismos internacionales (como la OMS), locales (como el Minsa), y las opiniones de epidemiólogos y virólogos de todas partes del mundo son altamente contradictorias e inducen a la confusión, incertidumbre y a una suerte de psicosis en la población. Se dijo, por ejemplo, que el virus solo se contagiaba directamente a través de las vías respiratorias (nariz y boca), por lo cual el uso de mascarillas resultaba imperativo, junto con el famoso distanciamiento social y el lavado de manos para evitar el contagio. Luego, se añadió que el virus se “adhería” también a las superficies y que el uso de guantes era imprescindible.
Posteriormente, las autoridades sanitarias se retractaron y descartaron su empleo obligatorio. Más recientemente, se hizo público que debía evitar tocarse los ojos porque el contagio también podía producirse por esa vía, por lo que se recomienda utilizar curiosos y futuristas dispositivos de protección facial. Ahora se dice que el virus también está en el aire, algo que se negaba enfáticamente hasta hace muy poco. Finalmente, los protocolos de tratamiento de la enfermedad son, asimismo, erráticos, y cambian según el país y según avanza la propagación de la enfermedad.
¿Qué tiene que ver todo esto con la filosofía? Muy poco si nos atenemos a la idea de que la filosofía es, ante todo y sobre todo, una disciplina ontológica que tiene como interrogante fundamental (¿y excluyente?) la pregunta por el ser, es decir, por la totalidad de lo existente. Pero, si se considera, como decía Aristóteles en su Metafísica, que la filosofía nace del asombro (thaumazein), es decir, de la perplejidad ante lo que aparece (phainomenon) y de la necesidad de responder a esa perplejidad por medio de una actitud crítica basada en un escrutinio racional del tema que nos ocupa, entonces llegaremos a la conclusión de que una actitud semejante es de vital importancia en una coyuntura tan grave para la humanidad como la que vivimos actualmente.
No aceptar como cierto lo que se nos dice —así venga santificado por una supuesta “autoridad” en la materia— sin examinarlo y contrastarlo con otros puntos de vista igualmente analizados con base en la razón y la experiencia constituye una condición sine qua non para no dejarse llevar por prejuicios, rumores o meras hipótesis, máxime si las investigaciones sobre el coronavirus siguen en un estado de work in progress, con las marchas y contramarchas que le son inherentes. Mantengámonos atentos e informados, pero tengamos siempre presente que la información que se nos ofrece no significa nada si es que no hacemos una adecuada interpretación de ella.
Ya lo afirmaba Kant en su ensayo titulado ¿Qué es la ilustración?: “La incapacidad [del hombre] significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!”.
*Pedro Cornejo es filósofo y ha escrito libros sobre el rock en el Perú.
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