La primera vez que escuché su nombre fue a través de Manuel Jesús Orbegozo, quien se refería a él siempre como “mi director” o “mi maestro”. Orbegozo enseñaba Periodismo en la Universidad de San Marcos y Francisco Miró Quesada Cantuarias era su jefe en El Dominical. Orbegozo no solo lo respetaba, también lo admiraba. Y no existen palabras más precisas para definir lo que inspira este filósofo, matemático y periodista ahora centenario: un hombre de saberes diversos, siempre dispuesto a enseñar.
Cuando lo conocí, a mediados de los noventa, el doctor Francisco había sido nombrado presidente de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, una entidad que agrupa a instituciones académicas de más de cien países. El cargo le había sido conferido por unanimidad en Moscú y era el primer sudamericano que lo ejercía. Eso demostraba su inmensa valía. Era entonces alguien que solía realizar largos viajes para cumplir sus compromisos académicos, pero cuando aparecía por las oficinas del suplemento, solía organizar reuniones de trabajo que eran amenas clases magistrales. Con su voz serena y cálida, como un susurro, demostraba su conocimiento en temas tan variados, desde metafísicos, como el significado del amor o la felicidad; hasta científicos, como la enigmática física cuántica; incluso comentaba la resolución de difíciles problemas matemáticos, y también hablaba de fútbol o de box, su otra gran pasión.
Al terminar diciembre los ajetreos en la oficina aumentaban no solo por las fiestas de fin de año, sino también para celebrar su cumpleaños. Era un ritual al que eran convocados todos los colaboradores del suplemento y era una nueva ocasión para escuchar sus múltiples anécdotas y enseñanzas. Haberlo conocido ha sido —y es— un aprendizaje permanente.