[Ilustración: Jhafet Pianchachi]
[Ilustración: Jhafet Pianchachi]


Por Mariana de Althaus

En una de las entrevistas de su más reciente libro, Gabriela Wiener le pregunta a alguien: “A la gente de bien no le importa el qué dirán, pero a mí me obsesiona —llámame loca— saber algo que te haya rondado la cabeza acerca de mí y que callaste”. Este podría ser el subtítulo de Dicen de mí.

     Lo inquietante es que después de leer el libro, uno se ve obligado a reconocer frente al espejo que Wiener ha hecho algo que a todos nos encantaría, pero que no haremos jamás. A casi todos nos importa lo que los demás piensan de nosotros, pero está mal visto admitirlo. De niña yo soñaba con ser invisible para poder entrar a los cuartos donde, según yo, los demás estarían rajando de mí. Ser escritora, de alguna manera, es volverte invisible para meterte imaginariamente a los cuartos de los demás y escucharlos hablar de ti.

     De alguna manera, todos nuestros libros y nuestras obras son formas solapadas de hablar de nosotros; realizamos en nuestros textos la fantasía de hacer que los demás nos digan lo que no se atreven a decirnos en la vida real. Gabriela Wiener lo ha hecho, pero sin disimulos. Ha ido donde algunas personas a preguntarles qué piensan de ella, y ha publicado las entrevistas para ofrecer un retrato de sí misma a partir de cómo la miran los demás. Se ha saltado la barrera de la ficción sin ser invisible y ha preguntado sobre ella misma, sin armaduras, con los brazos abiertos para que le den en el corazón. Se ve mal, sí. Se ve pésimo que alguien no disimule su necesidad de ser el tema de conversación. Pero ella sabe que alguien tiene que hacer lo incorrecto, alguien tiene que cumplir ese rol para que las cosas se muevan y para generar esos libros que ensanchan los límites del arte y de la literatura.

     “Él es uno, yo soy varias”, dice sobre su papá. En realidad todos somos varios, somos todas las versiones construidas por la mirada de los que nos conocen. Wiener lo acepta, y lo publica. Había varios riesgos, y ella los tomó todos: que le digan la verdad que la destruya. Detectar deshonestidad en sus respuestas. Descubrir en esa deshonestidad una gran verdad difícil de digerir. Dañarse y dañar a sus seres queridos. Pero también hay mucho de show; la autora del libro lo sabe y los entrevistados también. Están actuando para la cámara. Están construyendo juntos un personaje literario que se llama Gabriela Wiener.

[foto: Felix Ingaruca]
[foto: Felix Ingaruca]

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La hipersinceridad y el ejercicio de egocentrismo impudoroso en la literatura tienen el riesgo de quedarse en el escándalo o la autorreferencialidad, pero, lejos de dejarnos indiferentes, este libro produce lo que produce la literatura o el teatro de no ficción cuando está bien hecho: nos hace mirarnos a nosotros mismos, nos invita a pensar a quiénes quisiéramos entrevistar, qué dirían de nosotros, qué les preguntaríamos, qué no podríamos preguntarles jamás.

     Como la autora, también queremos pedirle cuentas a la amiga con la que nos peleamos, oír un diagnóstico retrospectivo de la psicóloga que nos vio en la adolescencia, preguntarle a nuestra mamá qué fue lo más difícil de criarnos, tratar de comprender la distancia de nuestro papá, enterarnos de qué opinión tienen de nosotros los colegas que admiramos. Que nos amen en público los que nos aman en privado, que nos odien en público los que nos odian en privado, y que este odio sea una prueba más de amor.

     El poeta Jaime Rodríguez, su pareja, le dice en su entrevista: “Soy mucho más consciente de mi masculinidad desde que el feminismo es una parte imprescindible de ella”. Gracias a aportes como este, Wiener aprovecha también para tirarse abajo la figura del patriarca, la madre perfecta, el falocentrismo, la monogamia, la fidelidad, etc.; pero todo eso ya lo había hecho antes. Lo nuevo es que al final del libro ensaya una reflexión sobre la violencia contra la mujer a partir de una entrevista a un exnovio que la golpeó, una entrevista que retó su pudor y que al final decidió no publicar, una reflexión que inquieta y añade un punto incómodo al intento de definición de la violencia de género.

     ¿Hasta qué punto la conducta violenta de una mujer en el marco de una relación violenta puede convertirse en la justificación para una agresión masculina que termina en una sala de operaciones? Hemos oído muchas veces a hombres que justifican su conducta violenta aduciendo que su pareja también los agredía a ellos, sobre todo psicológicamente. ¿La agresividad de la mujer es equiparable a la del hombre? ¿Acaso la violencia que ejerce la mujer no tiene su raíz en una situación de disparidad en la pareja? En una relación de igualdad, ¿las mujeres agrediríamos a nuestras parejas, o las razones para hacerlo disminuirían considerablemente? Preguntas incómodas y complejas que sin duda contribuyen a seguir avanzando en la lucha y la prevención de la violencia doméstica, un mal que, lejos de disminuir, va aumentando conforme los movimientos que reclaman la equidad van creciendo.

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Dicen de míGabriela Wiener
Editorial: Estruendomudo
Páginas: 142
Precio: S/ 35,00

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Todos los libros de Gabriela Wiener tienen un costo alto. En todos se pone en riesgo, y también conduce su relación con los que ama hacia zonas peligrosas. La última entrevista de este libro es a Lena, su hija. Un duelo de titanes, una carrera de obstáculos entre dos mujeres; una es el obstáculo de la otra, una es la pasión de la otra. Toda relación entre madre e hija es un peligroso juego de espejos: nos vemos en nuestras hijas y en nuestras madres como en espejos deformantes y a veces cegadores. En este mundo que exige mujeres perfectas, excelentes profesionales que además sean madres infalibles, la autora, insensata y temeraria, nos ofrece una imagen perturbadora del interior de su hogar, y en nuestras manos esta se convierte en un espejo de todas nosotras, madres e hijas torpes, llenas de un amor tan grande como el tamaño de nuestras heridas.

     Wiener inventó un tema literario con Nueve lunas: hizo un libro sobre su propio embarazo. Antes de ese libro, el embarazo estaba en la sección de autoayuda de las librerías. Ahora, con Dicen de mí, ha inventado algo que podría llamarse autoperiodismo, un libro entero de entrevistas sobre ella misma. Lograr que todas las estrellas del firmamento apunten hacia ella ya es una marca registrada. Como dice su amigo el crítico en el libro, con los hijos es casi imposible emprender la escritura de libros extensos, pero Gabriela Wiener, lidiando con una vida familiar compleja, dos parejas, dos hijos y mil trabajos periodísticos para pagar las cuentas, se las ingenia para sacar un libro. Aprovecha su sección semanal en un diario para hacer una serie de entrevistas a personas, algunas conocidas y otras no, sobre el tema más prohibido del mundo: ella misma. Aprovecha un trabajo periodístico para hacer un experimento de no ficción literaria que seguramente genera escozor y rechazo en colegas periodistas y escritores.

     En el libro, su amigo el crítico le dice que estamos todos esperando de ella un gran libro, y yo imagino a Wiener pensando: “Pero eso ya lo hacen ustedes, ¿para qué voy a hacerlo yo también?”. No estoy muy segura de si tiene sentido pedirle a Gabriela Wiener libros normales. Tal vez su aporte fundamental no sea escribir esas novelas que se insertan en una línea clara de sucesión en nuestra tradición literaria. Tal vez su gran aporte, el que nadie más que ella puede producir, sean esos libros inclasificables, impúdicos, sobre temas poco prestigiosos, marginales e incómodos. Libros que dan la nota que nadie da, que violentan los límites de la tradición literaria con humor y verdad, y sacuden los cimientos del canon. Su próximo libro solo se le puede ocurrir a ella, y solo ella lo podría escribir bien.

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