La industria del cine y de las televisión conocen muy bien este gusto colectivo por las sensaciones de miedo y han apostado por grandes producciones
La industria del cine y de las televisión conocen muy bien este gusto colectivo por las sensaciones de miedo y han apostado por grandes producciones

¿Nos gusta tener miedo? Las largas colas que se forman ante el estreno de cualquier película de terror parece dar una respuesta positiva, y el éxito de series como The haunting of Hill House, reciente producción de Netflix, parece confirmarlo. Pero no deberíamos quedarnos en el terreno de las suposiciones.

Primero hay que definir que el miedo es una alteración del ánimo que produce angustia ante un peligro o un eventual perjuicio, ya sea producto de la imaginación o propio de la realidad. La psicología explica que el miedo tiene que ver con nuestra supervivencia y que, básicamente, nuestra respuesta puede ser huir, esconderse o enfrentar la situación. Las tres opciones tienen la misma respuesta fisiológica: las pupilas y pulmones se dilatan, aumenta el ritmo de los latidos del corazón y se liberan catecolaminas —como la adrenalina— y glucocorticoides —el cortisol, por ejemplo— que elevan el nivel de azúcar en sangre.

Sin embargo, no son pocos los investigadores que consideran que las historias de miedo funcionan principalmente para evitar el aburrimiento, y no producen temor, sino cierta fascinación al observar el sufrimiento, el pánico o la muerte desde un lugar seguro.

También hay en la historia de la psicología social la idea de que exponerse a estos relatos de ficción funciona como un simulador del mundo real. Viviendo en esa fantasía, las personas aprendemos de situaciones que por un momento sentimos como nuestras, aunque sin las consecuencias físicas ni emocionales que suelen padecer los protagonistas de dichas historias.

Margee Kerr, socióloga experta en el tema, dijo al portal The Atlantic que los humanos se han estado asustando a sí mismos desde el nacimiento de la especie, a través de todo tipo de métodos como contar historias, saltar desde acantilados, o saliendo de lugares oscuros para espantar a otros. “Hemos hecho esto durante todo este tiempo por diferentes razones, como darle unidad a los grupos, preparar a los niños para la vida en el peligroso mundo y para controlar nuestro comportamiento. Pero realmente solo ha sido en los últimos tiempos cuando hemos empezado a asustarnos a nosotros mismos por diversión y beneficio, y esto se ha convertido en una experiencia bien cotizada”, explica.

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Aunque empezamos este artículo hablando de nuestro apego a las historias de terror, lo cierto es que el miedo es un mecanismo de supervivencia que nace en el cerebro, más específicamente en la amígdala, una estructura con forma de almendra. Justin Feinstein, Ph. D. en neuropsicología e investigador principal del Laureate Institute for Brain Research, dijo tras realizar una investigación sobre el tema: “La amígdala revisa constantemente toda la información que llega al cerebro a través de los distintos sentidos con el fin de detectar rápidamente cualquier cosa que pueda influir en nuestra supervivencia. Una vez que detecta el peligro, la amígdala orquesta una respuesta rápida de todo el cuerpo que nos empuja a alejarnos de la amenaza, lo cual aumenta nuestras posibilidades de supervivencia”.

¿La amígdala se activa cuando nos exponemos a una historia de terror ficticia? Sí. Y el cuerpo responde pronto buscando un lugar seguro. En este caso, caer en la cuenta de saberse un cómodo espectador.

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En el caso de The haunting of Hill House la amígdala se activa con éxito, por supuesto. La historia sigue la fórmula de presentarnos una familia que es feliz hasta que llega a una casa embrujada, donde todo finalmente se trastoca. Sin embargo, el éxito de la serie está en no mezclar los ingredientes de dicha fórmula de manera convencional. Es cierto que se trata de una historia en la que los personajes son afectados por fenómenos sobrenaturales, incontrolables, cosas que en el mundo real no tenemos forma de entender; pero esta ficción da un paso más allá. La maldición que sufre la familia Crain es también el detonante para una serie de situaciones familiares conflictivas que poco tienen que ver con lo desconocido.

Además de lo sobrenatural, nos encontramos con padres e hijos que no se hablan; una familia que no sabe cómo lidiar con el problema del alcohol y las drogas de uno de sus miembros, ni con la ansiedad y depresión de otro y un progenitor que esconde un secreto para mantener a salvo a sus hijos. Situaciones pedestres en las que el miedo también juega un papel protagónico. Quizá ahí esté el secreto: le tememos más a lo posible que a lo fantástico.

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