En el año 2000, el historiador estadounidense Martin J. Sherwin (Nueva York, 1937) llevaba ya 20 años enfrascado en una investigación sobre la figura de J. Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la bomba atómica”. Atascado en la farragosa tarea de perfilar a un personaje tan complejo, Sherwin convocó al escritor y biógrafo Kai Bird (Oregon, 1951) para que juntos intentaran sacar adelante el proyecto. Les tomó cinco años más de investigación y escritura, pero finalmente publicaron “Prometeo americano”, la más completa biografía del físico estadounidense.
LEE TAMBIÉN: Oppenheimer y los destructores de mundos
El libro se convirtió en todo un suceso. Fue aclamado por la crítica, les valió ganar a ganar el Premio Pulitzer, y con los años llegó a la manos del cineasta británico Christopher Nolan, que la adaptó a la pantalla grande con el título “Oppenheimer”, la película que con casi total seguridad ganará más de un Óscar el próximo domingo 10 de marzo.
Sherwin falleció en octubre del 2021, pocos días después de conocer que su libro se convertiría en un filme. Kai Bird, en cambio, sí ha sido testigo de cómo la historia que escribió ha adquirido renovada relevancia gracias a la cinta de Nolan. Para hablar de dicha adaptación fílmica, de lo que implica escribir un libro a cuatro manos, de los matices y tribulaciones del Oppenheimer científico y humano, y de los fantasmas de la amenaza nuclear en el mundo contemporáneo, Bird atendió en exclusiva a El Comercio.
Quizá el adjetivo más usado para describir a Oppenheimer es contradictorio. ¿Cree que realmente era la característica que mejor lo definía?
Fue un hombre misterioso y complicado, sí. Un hombre que fue muy intenso, inmensamente inteligente como físico cuántico; pero también muy frágil, sensible, extremadamente empático. Era un científico, pero también un humanista que leía novelas de Hemingway, la poesía de T.S. Eliot y John Donne, incluso él mismo escribía poesía. Tenía un pasado judío, pero fue educado en la Ethical Culture Society School, donde recibió una formación secular. Desde pequeño le enseñaron los dilemas éticos. Y fue un hombre complejo también por todos los misterios que hay a su alrededor: desde su vida amorosa hasta sus ideas políticas.
¿Cree que la culpa también fue un tema que lo marcó? ¿Cree que tenía en claro el monstruo que estaba construyendo? ¿O se dio cuenta muy tarde?
Sí, él sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y sus terribles consecuencias. Es algo que padeció. Pero no sentía culpa en absoluto, y ese es otro aspecto de su complejidad. Oppenheimer entendió lo que estaba haciendo y por qué lo estaba haciendo. Él construyó la bomba porque temía que los físicos alemanes lo hicieran antes y se la dieran a Hitler. Temía que los fascistas ganaran la guerra con esta arma atómica. Era plenamente consciente de lo que hacía, y es por eso que, después de la Segunda Guerra Mundial, pasó el resto de su vida tratando de advertir a la gente sobre la naturaleza de este dispositivo terrible, sobre la necesidad de regular la bomba y no construir más, explicando que no se trataba de un arma militar, sino un arma de terror. Pese a todo ello, no tenía culpa. Es una cosa extraña eso. Nunca se disculpó por lo que hizo. Creo que en parte se debe a que era un hombre de ciencia, y él entendía que los seres humanos están siempre movidos a hacerse preguntas sobre el mundo de la física, es algo que no puedes detener. El átomo ya había sido explorado, la fisión había sido descubierta en 1939, todo eso era inevitable.
¿Cuánto cambió la visión que usted tenía de Oppenheimer antes y después de este libro?
Antes de “Prometeo americano” yo había escrito dos libros biográficos: uno sobre John McCloy, un poderoso abogado de Wall Street, y otro sobre McGeorge Bundy y su hermano Bill, consejeros de seguridad nacional de los presidentes Kennedy y Johnson. Tanto los Bundy como McCloy fueron amigos de Oppenheimer. Lo conocieron y lo admiraron. Oppenheimer le había dado muchos informes a McCloy sobre armas nucleares. Así que en el proceso de escribir esas dos biografías tuve que ver su relación con Oppenheimer, por lo que ya sabía quién era. Pero cuando me sumé al proyecto de libro sobre Oppenheimer que tenía Martin Sherwin, y que había estado trabajando durante 20 años, él ya había recopilado 50.000 páginas de material. Eso abrió las puertas a todo tipo de anécdotas e historias sobre Oppenheimer que yo no conocía. Entonces, aunque yo sabía quién era, no tenía idea de la profundidad de su vida.
¿Le parece que podría existir una figura como Oppenheimer en el mundo de hoy? ¿Existe algún personaje contemporáneo comparable?
Es difícil pensar en un científico contemporáneo que pueda ocupar el sitio que Oppenheimer ocupó entre los años 40 y 50. Y la razón de ello es, en buena parte, la tragedia que le ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue destruido y humillado en una auditoría de seguridad en 1954. Esa humillación contra el más importante de los científicos estadounidenses envió un mensaje a más de una generación de científicos que vino después. Un mensaje de que tuvieran mucho cuidado con cruzar la delgada línea de su especialidad. Que no se convirtieran en intelectuales públicos o pontificaran sobre política porque podrían ser destruidos, fulminados, como le pasó a Oppenheimer. Me parece que es una tendencia que se da no solo en EE.UU., sino en todo el mundo: que los científicos se concentren solo en su especialidad y no se involucren en política o asuntos públicos. Lo cual es algo lamentable, porque nuestra civilización en este siglo XXI está inundada de ciencia y tecnología, hay muchos asuntos con los que debemos lidiar y necesitamos científicos que nos den explicaciones, que nos ayuden a articular ideas, a encontrar salidas. Eso ha quedado demostrado con la pandemia, porque no hemos tenido científicos confiables para el público. En vez de eso, pasó todo lo contrario: múltiples teorías conspirativas, gente que cuestionaba a las autoridades científicas. Y en vista de la nueva revolución que traerá la inteligencia artificial, necesitaremos con mayor razón hombres y mujeres de ciencia que nos ayuden a tomar elecciones y a regular esta tecnología. Eso es exactamente lo que Oppenheimer intentó hacer a finales de los años 40 e inicios de los 50. Hoy es muy difícil mencionar a un científico que tenga una reputación similar, de filósofo, de intelectual público.
Dígame si me equivoco, pero creo que el mundo no parece ya muy preocupado por la bomba atómica. Y su amenaza sigue aquí.
Correcto, sí. Creo que nos hemos vuelto demasiado complacientes sobre vivir con la bomba atómica. Había mucha más discusión, mucho más miedo, en los 40, 50, 60 del siglo pasado. Quizá se deba a que han pasado casi 80 años desde Hiroshima y Nagasaki y nunca más ha sido vuelta a usar en combate. Pero 80 años es apenas una gota dentro del océano del tiempo, y yo temo que, si no hacemos nada para regular las armas nucleares, para prohibirlas o para deshacernos de ellas, algún día van a ser usadas otra vez. Solo mira la guerra en Ucrania, con los políticos rusos frecuentemente amenazando con usarlas. O mira la guerra en el Medio Oriente. Sería tremendamente devastador.
EL LIBRO
¿Qué es lo más retador de escribir una biografía?
Es un género muy desafiante. La mayoría de biografías te toman por lo menos cinco años, a veces el doble. La primera que escribí, sobre John McCloy, me tomó 10 años. Con la última, sobre Jimmy Carter, me tardé 6. Y esta sobre Oppenheimer tomó un total de 25 años. Creo que es uno de los géneros más desafiantes precisamente porque el biógrafo intenta crear toda una narrativa en torno a otra persona. Y eso es sumamente complejo porque uno nunca llega a conocer por completo la vida de otra persona. El biógrafo debe crear toda una narrativa, como el trabajo de una novelista que construye una ficción. Esta es mi historia sobre Robert Oppenheimer, pero contada con miles de notas al pie. Así que cada hecho, cada cita, tiene una referencia. Y eso es necesario para mantener la confianza entre el biógrafo y el lector. El lector siempre quiere estar seguro de que, además de posible, la historia esté basada en fuentes verificables. Es un proceso difícil, pero también muy gratificante.
¿Y cómo fue el trabajo de escribir entre dos personas? ¿Cómo organizaron el trabajo con Martin Sherwin?
Martin trabajó durante 20 años para reunir todo lo investigado. Él hizo la mayor parte de la investigación. Yo me encargué de ciertas entrevistas, de alguna búsqueda de archivos, pero él hizo la mayoría. Cuando me uní a su proyecto en el año 2000, nos tomó otros cinco años escribir y completar el libro. Empecé escribiendo el primer capítulo del libro, sobre los años de infancia de Oppenheimer, y mientras avanzaba eso, estimulé a Martin a empezar a escribir también, porque él reconocía que estaba bloqueado, necesitaba a alguien que lo animara a escribir. Yo le daba mi borrador y él lo reescribía, y así íbamos y veníamos. Debo admitir que al principio yo estaba algo preocupado cuando me invitó a unirme. Porque los biógrafos también tenemos grandes egos. Le dije: ‘Creo que no quiero hacer esto porque me caes muy bien’ [risas]. Pero él fue muy persistente y me convenció.
¿En algún momento hubo discrepancias o controversias entre ustedes?
No realmente. Sí debatimos algunos de los misterios de la vida de Oppenheimer. Por ejemplo, la pregunta de cuán cerca estuvo al Partido Comunista. Si era realmente rojo o solo rosado [risas]. Recuerdo ciertas discusiones en las que tuvimos diferentes posturas, pero siempre lo debatimos buscando la evidencia. El material del FBI constaba de unas 800 páginas con transcripciones, memos, etc. Y aunque trataron de demostrar que Oppenheimer fue miembro del partido, fracasaron en su intento. Es cierto que era cercano a varios de sus miembros; es cierto también que su esposa, Kitty, había sido ella misma integrante antes de conocerlo, y que su hermano también lo fue. Pero nosotros concluimos que, en términos de la personalidad de Oppenheimer, él no era el tipo de persona que fácilmente se sometiera a la disciplina de un partido o que acatara órdenes. Otra controversia que viene a mi mente es la historia de la manzana supuestamente envenenada que le entrega a un profesor en Cambridge, un episodio que aparece al inicio de la película de Christopher Nolan. En el libro la historia es un poco más complicada, y nosotros admitimos que no estamos muy seguros de qué ocurrió. Pero algo pasó, ciertamente, porque las autoridades de Cambridge lo sancionaron, y Oppenheimer tuvo una crisis emocional que lo llevó a tratarse con un psiquiatra. Para mí es muy destacada la forma en que Nolan presenta este episodio. Porque si bien la película no aborda la infancia de Oppenheimer, esta historia resulta muy importante para entender al personaje, su fragilidad, su estado psicológico, su sensibilidad, su debilidad como ser humano.
¿Es cierto que el título del libro fue sugerido por su esposa, Susan Goldmark?
Sí, a ella se le ocurrió el título. Es una historia graciosa. Martin [Sherwin] y yo manejamos un título provisional durante los cinco años que trabajamos juntos. El libro se iba a llamar “Oppie”, que era el sobrenombre de Oppenheimer. Nos gustaba porque era corto y afectivo, pues sus alumnos lo llamaban así. Pero a nuestra editora no le gustaba. Y a mi esposa tampoco le gustaba. Pocos días antes de que el libro entrara en producción, me llama mi editora y me dice que el equipo de marketing de la editorial le informa que no pueden promocionar un libro con ese título. Así que esa noche, antes de dormir, Susana me dice “¿por qué no lo llamas ‘Prometeo americano’?”. Yo le dije que me parecía muy complicado, que quién en estos días recordaría un mito griego. Pero a la mañana siguiente recibo una llamada de Martin, que me cuenta que un amigo en común le dijo que jamás leería un libro llamado “Oppie”, y que por qué no lo titulábamos “Prometeo americano” [risas]. Sin saberlo, a dos personas se les ocurrió el mismo título. Así que quedó. Y creo que fue una buena elección.
LA PELÍCULA
Sé que le gustó la película de Nolan, pero quería consultarle si llegó a participar en ella.
Cuando pude reunirme por primera vez con Nolan para conversar sobre la película, él ya tenía escrito todo su guion. Luego me invitó a leerlo, y yo solo le hice un par de sugerencias.
¿Sugerencias de qué tipo?
Primero le dije que había encontrado una inexactitud histórica. En un punto del guion, a Oppenheimer le preguntan cuántas personas habrían muerto por la bomba, y él responde que 70.000. Y es verdad que eso es lo que él menciona en las transcripciones de los audios, esa es su respuesta. Pero es una cifra muy baja. Por eso en la película verás que él dice 70.000, pero luego duda y dice que son como 140.000, contando las dos ciudades [Hiroshima y Nagasaki], y que quizá podrían morir más víctimas en los siguientes meses. Nolan lo corrigió de esa manera para no dar la impresión de que “solo 70.000″ habían muerto. Lo otro que le indiqué es que Oppenheimer había dicho muy claramente en un discurso público, apenas tres meses después de Hiroshima, que esta era una arma de terror, y que había sido usada contra un enemigo ya derrotado. Yo le sugerí que ese dato debería incluirse en la película, y él lo hizo. En una escena después de que la bomba es usada, ves a Oppenheimer parado fuera de su oficina en Los Álamos, conversando con [Edward] Teller, discutiendo tranquilamente sobre lo que va a pasar luego. Y Oppenheimer le dice que acaba de enterarse por informes de Washington que la bomba se había usado contra un enemigo ya derrotado. Esto es importante para que los espectadores puedan discutir el tema. Que reflexionen sobre si la bomba fue necesaria para acabar la guerra o no. Martin Sherwin y yo coincidimos en que la evidencia señalaba que el arma fue usada contra un enemigo que estaba intentando rendirse, algo que se estaba negociando. Ese es un pasaje muy controversial en la historia estadounidense, y por ende algo que la gente debería discutir e investigar. Me dio mucho gusto que Nolan añadiera ese detalle tan complejo.
Y también hay una cuota lógica de ficción, ¿verdad?
Cuando leí el guion, me di cuenta de que Nolan había inventado muchos diálogos privados, como los de Einstein con Oppenheimer, entre otros personajes. Pero no eran conversaciones improbables. Einstein y Oppenheimer se conocían, eran cercanos, y fácilmente podrían haber dicho las cosas que Nolan incluye en el guion. Todos los personajes en las tres horas de película son notables. Nolan fue muy cuidadoso con eso. No hay personajes imaginados aquí, es todo un elenco muy sólido, algunos con escenas mucho más cortas que otros, pero siempre personajes reales. Ha sido un gran logro el de Nolan sacar eso adelante.
¿Qué es lo que más destacaría de la actuación de Cillian Murphy como Oppenheimer?
Lo que lo que más me gustó de su interpretación es que retrata a un hombre notablemente intenso. Muy inteligente, pero brutal también. Y frágil. Todo eso captura al personaje de Oppenheimer tal como Martin y yo lo describimos en el libro. El día en que me invitaron al rodaje en Los Álamos, vi una escena que estaban grabando Cillian con el personaje de Teller [Benny Safdie] y otros físicos. Y durante uno de los recesos, me presentaron a Cillian. Mientras se acercaba, lo vi vestido en su traje marrón y holgado, con su correa plateada, y su sombrero Pork Pie. Bromeando le dije “Dr. Oppenheimer, he estado esperando por décadas conocerlo” [risas]. Luego tuvimos una breve conversación y yo elogié cómo había capturado la voz de Oppenheimer. Una voz que era muy distintiva, elocuente, que pronunciaba cada sílaba, y hablaba muy suave y lento, casi en un susurro. El tipo de voz hacia la que debes inclinarte para asegurarte de que oyes cada palabra. Él me dijo que como actor nunca trataba de imitar al personaje, sino capturar su espíritu. El espíritu de su voz en este caso. Y creo que lo hizo muy bien.
¿Sabe algo de las visitas de Oppenheimer al Perú en los años 60?
Supongo que es algo que debería saber, pero confieso que no lo recuerdo [risas]. A veces tengo muy mala memoria.
Cuénteme entonces de su visita al Perú. Sé que vivió en Lima algunos años.
Sí, en Barranco. Eso fue entre 2011 y 2014. Por entonces estaba escribiendo la biografía de Robert Ames, “The Good Spy”. Era un poco extraño, estar en ese departamento encantador, mirando el mar, mientras mi esposa Susan [Goldmark] estaba dirigiendo el Banco Mundial para la región. Me siento algo culpable porque, aunque viajé un poco por el Perú, estaba realmente enfocado en el libro, así que no me molesté en aprender español. Fui un turista muy superficial.
¿Llegó a familiarizarse con la política peruana? Imagino que allí hay varios personajes bastante “biografiables”...
Sí, llegué a conocer un poco de su situación política. Ya tenían a un presidente en prisión, luego el presidente de ese entonces también acabaría preso, y otro expresidente se suicidó. Es delirante. Una vida política bastante colorida, digámoslo así.
¿Está trabajando en algún proyecto por estos días?
Estoy escribiendo una biografía de Roy Cohn. Él llegó a ser en su juventud consejero principal del senador Joseph McCarthy, en los años 50. Luego, en la década de los 60 y 70 trabajó como abogado de varios jefes mafiosos de Nueva York. Y después, en 1973, conoció a un empresario de bienes raíces llamado Donald Trump y se convirtió en su abogado por los siguientes 12 años. De alguna manera Cohn moldeó a Trump, lo creó como figura pública, enseñándole cómo lidiar con la prensa, cómo entablar siempre contrademandas, cómo manipular el sistema legal, cómo evadir impuestos. Será un libro que cubrirá buena parte del lado oscuro de Estados Unidos. El título tentativo es “American Scandal”.
A menos que su esposa le sugiera otro título…
A menos que mi esposa me sugiera un título mejor, sí [risas].