Hace 15 años, cuando el arqueólogo Régulo Franco presentó al mundo el hallazgo de la Señora de Cao, la historia del Perú —y específicamente la relacionada a la cultura Moche— dio un giro, digamos, feminista.
La investigadora Nicole Púñez recoge, en su artículo “Posibilidades para repensar y reescribir la historia: importancia del hallazgo de la dama de Cao”, los indicios que representan el poder de la señora de Cao. Citando a su descubridor, el arqueólogo Régulo Franco, explica que el ajuar funerario de la dama de Cao tiene todos los elementos de poder, como una corona, diadema, nariguera, orejeras y dos porras de mando, lo que indica que ella cumplió un rol importante en la sociedad Moche hace 1.700 años. “Son precisamente las narigueras un objeto propio de los gobernantes Moche”, añade Púñez. Además —apunta—, la dama de Cao tiene en los antebrazos tatuajes de serpientes, arañas, animales lunares, figuras geométricas que la definen también como curandera, pues llevaban consigo la simbología de su cosmovisión.
La exministra de Cultura Ulla Holmquist escribió en el artículo “Mujeres y poder en la sociedad mochica tardía”, publicado en coautoría el año 2000, ya daban cuenta de la importancia de la arqueología de género frente a la actitud acrítica de la mayoría de arqueólogos —hombres, sobre todo—. “Cuando se discute acerca de la formación de los Estados o la estructuración política de las sociedades del pasado, el silencio acerca del papel de la mujer es mayor. Si bien es muy infrecuente encontrar datos que nos permitan inferir si estos procesos estuvieron en manos de hombres o mujeres, a falta de información tendemos a inferir siempre la presencia de actores masculinos”, escriben.
Damas de alta cuna
La arqueóloga, investigadora y docente universitaria Sofía Chacaltana señala que un problema en la arqueología peruana es que todo se ha visto desde una mirada patriarcal. “Incluso el encuentro de mujeres con poder, como la señora de Cao o la de Chornacamp, es un encuentro entre el hombre contemporáneo que trata de explicar la posición de estas mujeres dentro de la sociedad tal como se había pensado antes de estos descubrimientos. Lo que usualmente se hace es insertarlas en la narrativa de una sociedad machista incluyendo estereotipos biologicistas o bajo criterios culturales de lo que supondría ser una dama contemporánea”, explica.
Un tema similar surgió ante un artículo publicado en noviembre de 2020 que daba cuenta del hallazgo de lo que se denominó “la mujer cazadora” en nuestro país. El antropólogo norteamericano Randy Hass y su equipo hallaron sus restos junto a distintas herramientas de caza. Todos creían que se trataría de un hombre, pero, tras los estudios correspondientes, confirmaron que eran los restos femeninos de 9.000 años atrás, y estaban acompañados por veinte puntas de proyectiles de piedra y hojas apiladas ordenadamente.
Sofía Chacaltana aclara el panorama: “Que las mujeres puedan cazar es algo que ya se sabía. Lo interesante es ver que aún existe el prejuicio o mito de que las mujeres no cazaban y, por ende, no se movilizaban, no eran aventureras, no estaban participando en la construcción de la tecnología lítica. Los arqueólogos están obsesionados con las puntas líticas, tal vez porque se encuentran en esa masculinidad primaria del cazador, pero la tecnología lítica y la caza no son el lugar donde ha florecido la cultura, sino en la domesticación y la recolección de los alimentos. Es ahí donde había un cambio social, no en la caza, porque la caza da muy poco alimento”.
Entonces, es interesante lo que plantea la investigadora: lo que se hizo al visibilizar el descubrimiento de una mujer cazadora fue introducir a las mujeres a la visión masculina del pasado. “No hay ningún impedimento biológico por el que las mujeres no podrían haber cazado, ningún impedimento cognitivo. Nunca se ha probado que no han cazado. Lo bueno es que están desinstalando este mito; lo malo es que lo están haciendo para hacerlas ingresar en otro: que solo si cazaban eran importantes en el pasado”, añade.
El sesgo de la feminidad
Sofía Chacaltana señala que la mujer ha sido ubicada en los campos de estudio como un ser dominado por su naturaleza, su biología, su falta de movilidad, por la maternidad, por la menstruación, por la gestación y, por tanto, por sus deberes que vienen de esa idea de biología —situación que las encierra dentro de ciertos roles históricos—, mientras los hombres son derivados hacia la cultura: son los que aprenden la tecnología lítica, los que cazan, los aventureros, etc.
Sobre ello, la investigadora Sara Beatriz Guardia refiere, en el libro Mujeres peruanas: el otro lado de la historia, que, si bien es cierto que las mujeres, por razones del embarazo y la lactancia, podrían haberse visto en la necesidad de permanecer concentradas en el terreno, esto no significa que no participaran activamente en la lucha por la supervivencia. “La etnografía contemporánea nos muestra en efecto que, en determinados grupos trashumantes, ni siquiera el parto interrumpe demasiado el duro trajinar de las mujeres”, escribe.
Estos modelos de feminidad también fueron cuestionados por nuestra destacada historiadora María Rostworowski, quien se interesó en la investigación sobre la situación de la mujer en tiempos prehispánicos. Por ejemplo, ella distinguió entre los incas la presencia de dos arquetipos femeninos: por un lado, la mujer hogareña, ocupada en las tareas de la casa, la crianza de los hijos, el cumplimiento de las faenas agrícolas y textiles, y, por el otro, la mujer guerrera, libre y osada, que ejercía el mando de los ejércitos y el poder. Estos dos ejemplos de mujeres estaban representados para ella por Mama Ocllo y Mama Huaco, ambas compañeras de Manco Cápac a su arribo al Cuzco. Rostworowski consideraba especialmente significativo que estos dos arquetipos femeninos estuviesen presentes en el mito de origen de los incas y que era una forma de manifestar la relación no solo entre los dioses y héroes fundantes, sino entre los géneros.
Por ello, resulta relevante lo afirmado por la investigadora española Alicia Alvarado en su ensayo “La imagen de la mujer de élite en la costa norte del Perú a través de las crónicas de Indias”. Ella explica que la imagen que perpetuaron los cronistas españoles sobre las mujeres en la élite costeña fue construida con base en una subjetividad propia de su época.
Dice Alvarado que, cuando los cronistas llegaron a las costas del Ecuador y norte del Perú, quedaron perplejos ante el número de mujeres que “gobiernan como hombres”. Estas mujeres fueron comparadas con el ideal de feminidad europeo, bajo connotaciones medievales y católicas según las cuales las mujeres no tenían capacidad para llevar a cabo tales tareas. “Les resulta llamativo cómo estas mujeres gozan de una distinción social, una capacidad de acción y decisión, y cómo ejecutan un mandato varonil impropio de su género”, comenta.
Es curioso ver, 500 años después, estereotipos que persisten; lo que confirma la necesidad de enfoques que aporten nuevas visiones para cambiarlos.
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