Vivimos en la era de los datos. Cada clic que hacemos en nuestro celular genera información que luego es procesada por un algoritmo. ¿Pero qué significa esta palabra? ¿Cuál es la función que cumple en esta era dominada por los datos e internet?
En términos sencillos un algoritmo no es más que una serie de pasos para transformar un dato o un conjunto de datos en información útil. Es decir, esta secuencia de instrucciones servirá para tomar una decisión. Por ejemplo, si solemos ver películas dirigidas por determinado director de cine en Netflix, un algoritmo tomará esa información y la usará para decidir qué película nos mostrará con más frecuencia en el futuro. Lo mismo sucede con Facebook, que toma en cuenta a las personas con las que más interactuamos para mostrarnos más noticias sobre ellas, o con YouTube, que nos recomienda contenido a partir de los videos que hemos visto en el pasado. La inteligencia artificial y otros conceptos que pretenden transformar nuestras vidas en el futuro se basan en algoritmos y en los datos a los que tienen acceso para procesarlos.
Los algoritmos no son nuevos, pero su importancia ha ido cambiando en el tiempo. Si bien los algoritmos fueron utilizados desde la antigüedad, cuando se crearon las bases para las matemáticas que conocemos hoy día, el gran salto se dio con la invención de la computadora en el siglo XX. Con la automatización de los procesos gracias a las computadoras, los algoritmos se convirtieron en las nuevas estrellas de ramas del conocimiento como las ciencias de la computación, la ingeniería e incluso de la biología. El siguiente paso fue internet. Gracias a la red se pueden obtener datos en tiempo real de millones de usuarios y no solo utilizar algoritmos, sino incluso mejorarlos.
—El reconocimiento facial—
Machine learning es un campo de la inteligencia artificial que se encarga de perfeccionar los algoritmos. La transformación de datos se convierte en un proceso de entrenamiento que cada vez se vuelve más fino. Un ejemplo es la tecnología de reconocimiento facial de Facebook que, a partir de las fotos que hemos colgado en la plataforma, es capaz de reconocernos en las fotografías tomadas por otras personas y sugerirnos que nos identifiquemos en ellas.
Esta tecnología ya se está utilizando en algunas ciudades de China, en donde las cámaras de vigilancia tienen acceso a la base de datos de los ciudadanos y son capaces de detectar, por ejemplo, cuando alguien cruza una pista de forma indebida e identificarlo. Para el año 2020, el Gobierno chino planea integrar esta tecnología dentro de un programa llamado Sistema de Crédito Social en el que las infracciones serán castigadas con una restricción en los servicios públicos.
Con el tiempo, el algoritmo será cada vez más inteligente y se equivocará menos. La misma tecnología también se ha comenzado a utilizar en los últimos modelos de celulares, que se desbloquean cuando colocamos nuestro rostro frente a ellos.
Pero el alcance de los algoritmos se extiende más allá de las pantallas del celular. El historiador y escritor Yuval Noah Harari, autor del libro Homo deus: breve historia del mañana, dice: “El ‘algoritmo’ es quizás el concepto más importante en nuestro mundo. Si queremos entender nuestra vida y nuestro futuro, debemos esforzarnos por conocer qué es un algoritmo y cómo los algoritmos están conectados con las emociones”. En su libro, Harari argumenta que incluso los organismos vivos pueden considerarse como sistemas de algoritmos y que, de la misma forma en que una aplicación toma un dato para decidir qué película mostrarnos, el ser humano recibe estímulos del exterior y los transforma en acciones, sentimientos o deseos.
De esta manera, los avances en las ciencias de la computación y en las ciencias de la vida permitirían a los científicos modificar el comportamiento de las personas desde el exterior. Por ello, él predice que el futuro será de aquellos que tengan acceso a los datos y las herramientas para transformarlos.
—La lucha por el control de los datos—
La nueva importancia de los datos ha levantado alertas. Empresas como Google, Facebook y Apple conocen al detalle nuestros hábitos de consumo gracias a las interacciones que realizamos en sus plataformas. No solo conocen nuestra edad, domicilio o nivel de educación, sino también cuál es nuestra ruta diaria al trabajo, qué restaurantes frecuentamos y sobre qué temas nos gusta leer. Las empresas de tecnología utilizan esta información para ofrecernos productos que saben que nos podrían interesar y, a su vez, venden espacios de publicidad a otras empresas interesadas en perfiles de compradores como el nuestro.
El debate sobre la protección de los datos personales ha sido amplio en los últimos años, especialmente tras los casos de filtración que han tenido compañías de internet como Facebook este año y del uso que se les ha dado en campañas políticas. La Unión Europea puso en vigencia este año el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR, por sus siglas en inglés) que busca devolver a los usuarios el control de sus datos y obligar a las empresas que los utilizan a resguardarlos y explicar al detalle para qué los van a usar.
—No son todopoderosos—
Los algoritmos no son invencibles. Amazon —la plataforma de e-commerce más grande en el mundo occidental— enfrenta el reto de evitar las reseñas falsas de productos, que alteran la posición en que estos se muestran a los usuarios. Como lo reportó el portal BuzzFeed News en el artículo “Inside Amazon’s Fake Review Economy” (Dentro de la economía de las reseñas falsas de Amazon), en mayo del 2018, es usual encontrar grupos en Facebook y en otras plataformas donde buscan personas que, a cambio de regalos, califiquen con cinco estrellas un producto. Las mismas startups de tecnología también manipulan los algoritmos para mostrar que sus servicios son populares. En octubre del 2018, los medios chinos Xiaosheng Bibi y Hooray Data acusaron a la plataforma local Mafengwo —en la que los usuarios pueden compartir sus experiencias de viaje— de crear más de 18 millones de comentarios falsos (el 85 % del total) con el fin de engañar a sus visitantes y a los motores de búsqueda mostrando más actividad de la que existía en realidad.
Mientras este tipo de alteraciones siga ocurriendo, el control no estará por completo en los algoritmos.
Quizás esto sea algo bueno: es una muestra de que los programas no son capaces de pensar por sí mismos y que siempre podremos recurrir a nuestro intelecto en el caso de que algún día los algoritmos dejen de funcionar.