por Piero Che Piu Palao
El nobel mexicano Octavio Paz escribió que la distracción es la atracción hacia el reverso del mundo. El distraído Juan Villoro se ha convertido en un residente de esa tierra. Sus columnas de los viernes en el diario Reforma son un ejercicio semanal en el que el escritor mexicano dice algo sobre una cosa para hablar de otra. ¿Por qué es necesario verse en un espejo en los ascensores? (sobre la utilidad social de la vanidad), ¿desde cuándo decirle “caballero” a un hombre es un insulto disfrazado? (sobre la declinación de la cortesía), ¿por qué toser en los recitales es una expresión de libertad? (sobre las bondades de la carraspera). Juan Villoro no le da la espalda a la realidad, sino que revela sus paradojas. Conseguir que cada viernes un lector acostumbrado a revisar más de 150 veces su celular al día le preste atención a un texto reafirma la salud de un estilo que no podrá ser superado por ningún algoritmo.
Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) recuerda el momento en el que aprendió que el lenguaje tiene la extraordinaria cualidad de mejorar la realidad. En su crónica sobre la provincia de Yucatán Palmeras de la brisa rápida (1989), recuerda a su abuela, una mujer de esa región maya llamada Estela Milán. Ella le contaba tramas de películas que únicamente existían en su memoria. Anécdotas en que los buenos solo podían ser pobres. Era tan dramática que podía hasta fabricar unas lágrimas para añadir emoción a sus relatos. Es decir, con su imaginación convertía en drama sus recuerdos. Villoro la recuerda aprovechando cualquier oportunidad para que la vida de su casa “se volviera interesante, es decir, sospechosa”. El nieto de Estela Milán ha llevado esta práctica más allá de esa casa en Yucatán.
Después de perder la visión de uno de sus ojos en Madrid, publicó una novela sobre el tráfico de córneas en México. Cuando sobrevivió a un terremoto en el sétimo piso de un hotel chileno, propuso una crónica sobre el horror de un 8,8 en la escala de Richter. Al recorrer Seúl, en Corea del Sur, escribió una breve historia de la prisa. Es como si aprovechara cualquier oportunidad para que la vida en la tierra se volviera interesante, es decir, sospechosa.
—El hombre multiplicado—
Villoro recurre a la escritura con la misma motivación con la que un lector abre un libro: para imaginar otras vidas. Ha publicado una novela juvenil sobre un libro salvaje que se niega a ser leído, una crónica sobre el amor a la mexicana al chile mexicano, y —hace poco— un homenaje a los asnos porque “en un país sin rumbo nada mejor que celebrar a un animal que sabe a dónde va”. Hace difícil la tarea de clasificarlo sin tener que recurrir a una lista: novelista, dramaturgo, hincha del Barcelona, cuentista, autor de libros para niños, conductor televisivo, fan del Necaxa, comentarista deportivo, ensayista y cronista. “No sé si la dispersión me haga versátil, pero por lo menos me hace más difícil repetirme”, reflexionó sobre su evasiva a especializarse en una entrevista para Letras Libres. Como uno de los personajes del El libro salvaje (2008) indica: “Nada es tan aburrido como saber mucho de tan poco”.
Aunque dejar de escribir para hablar sobre la escritura sea una de las paradojas más comunes para un autor, él se ha encargado de asumir el reto con destreza. Sus continuas apariciones en los eventos culturales mexicanos ya son comparadas con las del fallecido intelectual Carlos Monsiváis, no solo en frecuencia sino en ese intento de romper el molde de lo que la sociedad acepta como cultura. Ambos escritores comprendieron que la literatura no solo debería estar en las bibliotecas o las librerías. En una de sus últimas excursiones, Villoro leyó sobre un escenario sus cuentos de Tiempo transcurrido, una colección de relatos publicado en los ochenta, con una banda de rock completa que convirtió sus relatos en canciones habladas. El libro fue reeditado y mereció una gira musical en vez de solo una presentación. “Para fortuna de los asistentes hasta la fecha, no he cantado nada”, admitió con la humildad de un adolescente que eligió los libros en vez de una Fender Telecaster. Durante la presentación del libro, Joselo Rangel, bajista de Café Tacvba y escritor, declaró que “Villoro no formó su banda de rock, pero nos dio sus cuentos como un mapa”. Si su trabajo periodístico es explicar el reverso del mundo, su ficción alimenta la imaginación de una comunidad.
— La deuda de la literatura con la lluvia—
El libro de cuentos que publicará en nuestro país el Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo para la Feria Internacional del Libro de Lima de este año, Apocalipsis (todo incluído), es su sétima colección. El cuento es uno de los pocos géneros a los que ha vuelto con regularidad. Quizá por la misma razón por la que el escritor Augusto Monterroso, cada vez que un tallerista le contaba que estaba trabajando en una novela, respondía: “¡Ah, te estás entrenando para escribir cuentos”.
Las historias de Apocalipsis (todo incluído) poco tienen que ver con la invasión zombi, las erupciones volcánicas terroríficas o el calentamiento global. Publicado originalmente el 2012 —el año en que los mayas aseguraron el fin del mundo—, el cuento que da nombre al título del libro nos cuenta la historia de un guía turístico envuelto en un congreso que busca determinar si ese año se acabaría realmente todo. El fin del mundo como una forma de turismo sería parte de la semilla de lo que se convertirá luego en Arrecife, su última novela, que dentro de poco publicará en inglés. La trama es una mezcla de thriller de ciencia ficción y búsqueda de la felicidad. Pareciera que en sus últimos ejercicios literarios los personajes, las tramas y el contexto pueden ser distantes, pero comparten el espíritu de la Ley de Murphy: si algo malo tiene que pasar, pasará. En una época turbulenta, estos apocalipsis cotidianos nos dan la sensación de no estar solos cuando el mundo parece que se nos acaba. Como cuando te invitan a hacer algo por primera vez a los 50 años.
Juan Villoro ha dicho que nunca se sintió más viejo que a los 30, pero durante una entrevista para la revista Gatopardo en el 2013 aseguró que su tercera edad será dramática o no será. En su sexta década de vida, todavía quiere escribir novelas, pero el teatro va ganando espacio en su agenda de futuros proyectos. Saltar a las tablas en cierta forma fue su introducción a la escritura: a los 14 llegó a montar Crisol, una obra influenciada por Alejandro Jodorowsky, y, cuando recibió una invitación para escribir una pieza a los 50 años, se volvió a enamorar del género. Aunque su primer intento de escritura fuera una obra de teatro a los ocho años, para Villoro “fue muy estimulante llegar al género a los 50 y ser un principiante absoluto”. Desde entonces se han puesto en escena más de una docena de obras entre España, México, Bolivia, Chile y Argentina. A propósito de esta incursión, en una entrevista en el diario argentino La Nación, le preguntaron: si la crónica es literatura bajo presión, entonces ¿el teatro es literatura con personas?
—Con personas y con toses del público. La variante más viva de la palabra—, replicó Villoro. Sentir en vivo la reacción de las personas hacia sus historias es una satisfacción más viva e inmediata que esperar la próxima firma de libros. Un escritor puede tener éxito de ventas o presentarse en un evento diferente cada mes; sin embargo, sentir el efecto inmediato de sus palabras ha probado ser una experiencia adictiva. De entre sus obras, la más popular es Conferencia sobre la lluvia, que ha llegado a ponerse en escena hasta cien veces en México. En tiempos de Broadway, la obra consigue que el público le preste atención a un bibliotecario que habla solo, cuya coreografía es tomar un vaso de agua, y con una mesa como toda escenografía. El monólogo empieza con el personaje principal constatando que ha perdido los papeles de su conferencia minutos antes de empezar y decide improvisar para hablar de su colección de chubascos literarios. La lluvia como excusa o motivo, como escenografía o protagonista, como héroe o villano demuestra que la literatura tiene una cuenta pendiente con las nubes oscuras.
— Novelas de una sola línea—
Sus dos libros de ensayos librescos, Efectos personales y De eso se trata, nos presentan a sus autores favoritos convertidos en personajes literarios. El autor de Lolita, Vladimir Nabokov, utiliza la escritura com “la brillante prosa de Villoro está sembrada de relampagueantes frases aforísticas que puntúan sus textos a modo de inspirados latigazos” o una máquina del tiempo. Al escritor de Bajo el volcán, Malcolm Lowry, nos lo presenta como un hombre tan convencido de que el arte es un padecimiento, que se pasó 20 años entre borracheras y resacas. Pero el más relevante personaje literario que nos presenta Villoro es Georg Christoph Lichtenberg. Su prólogo y traducción de 1989 darían forma a la primera edición en español de sus Aforismos, publicados dos siglos atrás. Su extenso prefacio es un perfil bibliográfico en que nos muestra el genio del autor alemán que convirtió la brevedad en una forma superior de ingenio: “La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas”. Un maestro moderno que afirmaba que “lo que siempre me ha gustado en el hombre es que, siendo capaz de construir Louvres, pirámides eternas y basílicas de San Pedro, pueda contemplar fascinado la celdilla de un panal de abejas, la concha de un caracol...”. Además de ser uno de los primeros en hacernos sonreír con esos chistes que apelan a nuestro poder de atención —“¿ha pescado usted algo? Nada más que un río”—, los Aforismos de Lichtenberg no son más que una recopilación de frases sueltas, pero no cabe duda de su impacto en la escritura de su traductor. Como destaca Enrique Vila Matas, “la brillante prosa de Villoro está sembrada de relampagueantes frases aforísticas que puntúan sus textos a modo de inspirados latigazos”.
En las redes sociales hay un grupo de fans dispuestos a sufrir esos inspirados latigazos, “Los testigos de Villoro” son una comunidad en Facebook que se mantiene al tanto no solo de las apariciones del autor, sino también de sus fijaciones: en abril pasado celebraron el cumpleaños de Nabokov con un texto de su pastor. Aunque aún no invitan a la discusión literaria, su devoción es clara: tienen como portada una ilustración de su escritor favorito como un santo, sosteniendo un ejemplar de El testigo. Pero es en Twitter donde encuentra su mayor audiencia, con más de 300 mil seguidores. A pesar de que hace unos años la cuenta es tan solo un repositorio de sus eventos y publicaciones, durante el 2011 y hasta el 2013 existió la esperanza en ese moderno Viejo Oeste. Su cuenta de Twitter publicaba hasta cuatro “villorismos” —a falta de una mejor palabra— al día. En solo su primer mes, nos puso a buscar nuestro doble digital: “Mi nombre ya estaba tomado en Twitter: ¿un pariente?, ¿un replicante? Con la filosofía te conoces a ti mismo; en la red conoces a tu doble”. Dio un consejo para enfrentarse a los corruptos y al mal tráfico: “En tiempos de crisis no hay nada más rebelde que sentirse bien”. Justificó la brevedad de los 140 caracteres: “Los tuits duran más en la mente que en los ojos: lo breve tiene una larga historia”.
No es casualidad que el bibliotecario de Conferencia sobre la lluvia comparta un rasgo que acompaña a Villoro en sus diferentes facetas: son coleccionistas de citas. Alejado de lo académico, las que selecciona Villoro a veces parecen novelas de una sola línea. Sobre la importancia de escuchar: “Moriré el día en que no me interese escuchar a alguien hablando de sí mismo” (Elias Canetti); sobre el valor de seguir pensando como un niño: “Tenemos de genios lo que conservamos de niños” (Charles Baudelaire); sobre la verdad de las personas felices: “Jamás consideres feliz a nadie que dependa de la felicidad” (Séneca). Autores clásicos y contemporáneos aparecen en sus textos para corroborar una idea o proponer un punto de vista distinto. Apoyarse en la sabiduría ajena pocas veces ha tenido un efecto menos arrogante y tan didáctico. Al presentar a grandes audiencias autores que acumulan polvo en los anaqueles, la palabra cita adquiere su acepción más romántica. Se trata de tener un plan con alguien, aunque sea de un autor nacido dos siglos atrás, una cita a ciegas, con la recomendación de un amigo. Si todo sale bien, el siguiente paso será conocerse más, pasar las páginas de los días, ver en dónde termina esta aventura.
Editorial: Fondo editorial UCV
Páginas: 254
El libro se presentará el sábado 22 de julio, a las 20:00, en el auditorio Blanca Varela de la FIL Lima.