Entrevista a Karen Luy de Aliaga

Hay algo que hace que el lector empatice inmediatamente con el libro de Karen Luy de Aliaga: la honestidad con la que está escrito. En Compórtense como señoritas, la autora —publicista de profesión, escritora por decisión— hace catarsis, salda cuentas consigo misma y abre al mundo lo que significó para ella, mujer, lesbiana, de clase media y —como ella dice— con ciertos privilegios, salir del clóset. Conocemos a través de la protagonista que la complejidad de las relaciones sentimentales no sabe de identidad de género y que atreverse a ser diferente tiene un costo emocional bastante alto.

Empiezas el libro hablando de un ataque homofóbico que sufriste en una discoteca, hecho que terminó en un juicio, y dejas en claro que pasaste años en negación frente al tema. ¿Escribirlo fue aceptarlo?
Sí, de alguna forma. Cuando imaginaba cómo sería este libro al final nunca se me cruzó por la cabeza que iba a empezar por el accidente. Perdón, por el ataque. Pero hace tres años murió mi abuela y, en el proceso de ordenar sus cosas, mi mamá encontró y me pasó fotos que yo tenía con ella, y en una de ellas salgo con mi parche y mi ojo morado. Vinieron los recuerdos de golpe, y entonces empecé a escribir sobre eso. Al final me acordé de que hasta le había dado la mano al agresor. No sé por qué había bloqueado eso.

Ahora que lo sacaste de tu sistema, ¿ya tienes más claro el por qué de la evasión?
Era una mezcla de rabia, miedo e indignación. Yo conocí a mi abogado, Ronald Gamarra, una noche antes de la sentencia. Al final hicieron que nos diéramos la mano. Yo no fui al juicio porque no quería verlo. Y en ese momento, cuando lo vi, me di cuenta de que el sujeto jamás pensó “Me siento mal”, “perdóname”.

Trabajaste, durante 15 años, un libro sobre la base de esa y otras experiencias. ¿Cómo fuiste macerando y construyendo las historias que aquí aparecen?
Es cierto, empecé a escribir algunas de las historias hace 15 años, pero no es un libro totalmente autobiográfico. Hay algunas escenas en las que sí soy la protagonista, pero en otras fusioné personajes; en otras, asumí otro rol, el antagónico... Yo puedo ser la mala de la historia. Otras son historias que pude haber escuchado y las narré desde mi pellejo.

Desde el pellejo de una mujer lesbiana en la Lima pacata de los noventa.
Era muy difícil ser lesbiana en Lima en esa época. Ahorita creo que todo es más fácil. Las chicas de 20, 25, pueden gilear, ir a una discoteca, conocer chicas sin pensar si se van a quedar solas cuando lleguen a los 40. Ahorita que estoy en los 40, y veo a mis amigas empezando a tener familia o decidiendo quedarse con la misma chica toda su vida digo wow, qué suerte que empiece a pasar eso, porque anteriormente no podías pensar que ibas a encontrar una chica para ti, alguien con quien asentarte.

Puede que la tengan más fácil, pero aún así no son tan visibles sus historias. Como dijo Violeta Barrientos, tu novela llega a inaugurar el espacio de la narrativa lésbica en el Perú. Es un buen momento para hablar de las mujeres y de la comunidad LGTB.
Hace diez años no creo que hubiera publicado este libro. Además de ser otra persona, me hubiera dado más dolores de cabeza. Cuando el libro estaba todavía en proceso de edición justo se dieron estas marchas del enfoque de género y el debate del uso de la falda escolar y el currículo, y justo en mi libro hablo de la falda escolar, qué casualidad. Es cierto que nos falta hablar sobre más cosas y más alto. Recuerdo haber leído en los años noventa a Morella Petrozzi, que fue el único referente que tuve, aunque salvando las distancias, porque ella hablaba de cómo es ser lesbiana fuera, en Nueva York, y ser una chica de la alta sociedad limeña, con muchos privilegios. Creo que tiene que ver también con que antes nadie llamaba a una mujer para que publique un libro. Y menos sobre estos temas. Mi primer poemario fue autogestionado, y hablaba de dos chicas, de lo que era vivir con una mujer, tener veintitantos, ser lesbiana en Lima. Y que yo recuerde, no tuve ninguna entrevista.

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