El año 2008 parece lejano en el tiempo. En esa época se masificó el uso de cámaras digitales caseras/portátiles y la gente iba a todos lados con ellas. En diciembre de aquel año, un popular cantante de rock dijo al iniciar su concierto, saludando al público: “Bienvenidos a la convención anual de cámaras digitales”. Once años después, vistos los avances tecnológicos, dichos aparatos parecen ya obsoletos. Hoy un celular puede tomar una fotografía de mejor calidad y mucho más. “Si no hay foto o video, no pasó”, dice la sabiduría tuitera. Pero ¿realmente no pasó? ¿Realmente los eventos ahora no se disfrutan o es que hay una nueva forma de disfrutarlos? Al parecer el verdadero placer ya no está en ir a un concierto o en ver una película en el cine, sino en difundir, subir, publicar esa experiencia en alguna red social y si es en tiempo real mejor.
La revolución tecnológica, entre otras cosas, nos está haciendo dependientes de los aparatos y ha reconfigurado nuestras relaciones sociales. La privacidad y la cotidianidad pueden (¿o tienen?) que ser compartidas. Esto, visto desde la salud mental, nos lleva a terrenos insospechados solo hace unos años: nuevas adicciones, tecnofilias o la tecnofobia, que es el rechazo a vivir en el mundo controlado por algoritmos.
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La evolución tecnológica siempre ha significado para el ser humano sumergirse en un proceso de adaptación y al estrés que esto supone. En el artículo “Industrialización y salud mental”, publicado en diciembre de 1967 en el Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana y firmado por Pierre Chanoit, doctor y consultor de la OMS, se expone: “Como consecuencia de la industrialización, las condiciones de trabajo han variado [...] La capacidad de adaptación del individuo está en relación con su madurez, y con el medio ambiente afectivo, familiar, social y profesional que conforma su circunstancia”. Totalmente vigente.
Hasta el momento el término adicción a las redes sociales no figura como tal en las clasificaciones psiquiátricas, lo que no significa que no existan. José García del Castillo, académico de la Universidad Miguel Hernández (España), escribe, en el artículo “Adicciones tecnológicas”, que estas se encuentran en un limbo científico por las dificultades que entraña discriminar adecuadamente entre conductas, en principio normales, y patologías que podríamos considerar adictivas. Pero, a pesar de la falta de presencia en la clasificación oficial de enfermedades de la OMS, no se puede negar su existencia.
La doctora Kimberly Young, del Center for On-Line Addiction de la Universidad de Pittsburg, dice que la adicción a internet “se manifiesta como un conjunto de síntomas cognitivos, conductuales y fisiológicos”, lo que genera en el individuo “una distorsión de sus objetivos personales, familiares o profesionales”.
El Child Mind Institute ha encontrado una correlación que parece más que una coincidencia: el aumento de pacientes con depresión se produjo en conjunto con el aumento en el uso de teléfonos inteligentes. La paradoja de este tiempo reside en que las personas se vuelven adictas a las redes que les permiten permanecer hipercomunicadas, pero esta adicción les genera ansiedad, inestabilidad emocional, depresión, tensión y contracturas, confusión mundo real-imaginario, ira, agresividad y aislamiento social.
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Pero patologías —y consecuencias de estas— hay de las más variadas. Por un lado, una encuesta realizada a más de 3.400 estudiantes de Estados Unidos y publicada en el Journal of Behavioral Addictions, ha encontrado que el uso excesivo del celular se asocia a calificaciones bajas, abuso de alcohol, problemas de salud mental y un mayor número de parejas sexuales. Por otro, un artículo publicado en The International Journal of Intelligence, Security and Public Affairs concluye que hacia 2040 la nueva ola de terrorismo estará asociada a la tecnofobia. Según este texto los objetivos de los terroristas serán tanto los generadores de nuevas tecnologías como sus usuarios, y el arma que usarán será la misma contra la que luchan: el internet. Se prevé una sucesión de ataques informáticos y actuaciones contra los gobiernos y las grandes compañías. ¿Cuál será el detonante? Que a medida que los cambios avancen, crecerán los sentimientos nostálgicos por un pasado idealizado. ¿Tendrán razón?
Un escenario menos apocalíptico es el que propone Larry Rosen, investigador de la Universidad de California, quien reconoce tres tipos de tecnofóbicos: los cognitivos, que usan las nuevas tecnologías con temor y miedo y sienten que no están formados para usarlas; los incómodos, que no dominan las nuevas tecnologías y las usan con cierta incomodidad; y los ansiosos, los que experimentan un temor irracional cuando se enfrentan a ellas. Patologías del siglo XXI.