A Lady Oscar François de Jarjayes su padre le encomienda, a los 14 años, la tarea de cuidar a la princesa María Antonieta, quien tiempo después se convertiría en reina de Francia.
A Lady Oscar François de Jarjayes su padre le encomienda, a los 14 años, la tarea de cuidar a la princesa María Antonieta, quien tiempo después se convertiría en reina de Francia.
Katherine Subirana Abanto

Los referentes femeninos de las niñas que crecieron —crecimos— a finales de la década del ochenta, educadas de cierta forma por la televisión nacional, vienen, sobre todo, de las canteras de los animes japoneses creados pocos años antes: Candy Candy (1976), cuyas cuitas han sido repetidas hasta el cansancio aun en estos años; Las aventuras Gigi (1982), la niña que se convertía en una muchacha adulta tras recitar la frase: “Diamante mágico, dame el poder”; o Ángel, la niña de las flores (1979), que buscaba sin descanso la flor de los siete colores.

Cada personaje contaba su propia moraleja y sus dramas solían verse sazonados por situaciones lúdicas, bien recibidas por el público infantil. Pero hubo un personaje mujer, cuyo atractivo era la actitud grave, que destacaba entre las demás historias de niñas traviesas de faldas y botines, justamente por prescindir de ellos. Era —sigue siendo— Lady Oscar.

Titulada originalmente Berusaiyu no Bara y conocida en castellano como Lady Oscar, la rosa de Versalles, hablamos de una serie de 40 capítulos que llegó a la televisión japonesa en 1979, como adaptación de un manga publicado en 1972 en la revista Margaret. La creadora de esta historia fue Riyoko Ikeda (Osaka, 1947), integrante de un colectivo de autoras conocido como Grupo del 24, y una de las principales impulsoras del manga shōjo, dirigido a chicas adolescentes. Es bueno recordar que de las series animadas mencionadas en el primer párrafo, solo Candy Candy y Lady Oscar fueron historias adaptadas del manga. Tanto Gigi como Ángel fueron creadas especialmente para la televisión.

En el texto “La tragedia de la rosa y la espada”, de Andrea de Pablo Rodríguez, investigadora de la Universidad de Zaragoza, se explica que el primer autor en crear un manga con una protagonista femenina de rol activo fue el reconocido Osamu Tezuka (1928-1989) con Ribbon no Kishi, que se tradujo como La princesa caballero (1954). Pero Andrea de Pablo encuentra que, a pesar de su aparente innovación, en esta historia no hay un cuestionamiento de los roles de género, ya que la protagonista acaba reconciliándose con su naturaleza femenina al enamorarse. Y lo mismo sucede con Lady Oscar. En la ficción es ambientada en la Francia inmediatamente anterior a la revolución; su protagonista, Lady Oscar François de Jarjayes, deberá renunciar a su feminidad para cumplir las expectativas de su padre, un general francés. Así, Oscar crece perfeccionando su técnica en el arte de la espada y otros oficios masculinos. A los 14 años, asume la tarea de cuidar a la princesa María Antonieta, quien tiempo después se convertiría en reina de Francia. A pesar de la aparente naturalidad con la que Oscar asume su rol de hombre, la naturaleza femenina resurgirá en ella cuando esta se enamore.

En estos mangas se puede apreciar cómo la protagonista vive el travestismo como imposición para la consecución de fuerza y poder y como una coacción a su verdadero ser femenino”, escribe De Pablo. “Las relaciones amorosas permiten volver a sacar a flote la emotividad esencialmente femenina de los personajes, rehumanizándolas, feminizándolas y resolviendo el paradójico constructor genérico que les originaba, con el fin de subrayar la idea de que la mujer debe ser preparada para roles comunales”, añade.

Lo dicho por De Pablo es certero. Sin embargo, no deja de ser interesante la forma en la que Lady Oscar asumirá su feminidad tras aceptar ser la esposa de su eterno pretendiente, André. Este compromiso coincide con el retiro de Oscar de la Guardia Imperial y del cuidado de la reina María Antonieta —lo que ocasiona la rabia de su padre—, para integrar un batallón de la Guardia Militar. Es decir, hay una doble sublevación ante el mandato paterno. Finalmente, se une al pueblo durante la toma de la Bastilla. Y, aunque ella no ha dejado en ningún momento de vestir el uniforme, símbolo de su masculinidad, antes de morir pronuncia solo una palabra: André. Mirándolo así, es muchísima información para procesar para una infante.

—La doncella guerrera—

Anne E. Duggan, profesora de la Universidad de Wayne, en su artículo “The revolutionary undoing of the maiden warrior”, analiza el caso de Lady Oscar a partir del manga y de la adaptación cinematográfica que realiza, también en 1979, el francés Jacques Demy. Pero ¿a qué se refiere con maiden warrior (doncella guerrera)?

En el libro Folktales and fairy tales. Traditions and texts from around the world, editado por la misma Duggan, se dice de las doncellas guerreras que estas aparecen como figuras que protagonizan historias de registro romántico que se ven sazonadas con guerras y batallas en lugares históricos y míticos. Las doncellas guerreras se encuentran en los mitos, las leyendas y los cuentos de hadas en diversas partes del mundo. ¿Por ejemplo? Las historias de las amazonas.

Por un lado, la doncella guerrera demuestra la capacidad de las mujeres para vivir y luchar honorablemente. Los primeros cuentos de guerreros enfatizan las fortalezas físicas e intelectuales de la heroína [...]; sin embargo, su labor es luchar por mantener un orden social y político patriarcal que defiende, paradójicamente, normas de género que limitan la agencia de la mujer. Cuando la heroína restablece el orden al final del cuento, suele abandonar su atuendo masculino para retomar su posición como mujer, ya sea junto a un príncipe o rey a través del matrimonio o dentro del espacio doméstico. En cualquier caso, ella siempre renuncia a su espada”, escribe Duggan.

A pesar de seguir la figura de la doncella guerrera, el caso de Lady Oscar es interesantísimo porque la heroína se niega a soltar su espada y se vuelve contra padre. “Al ubicar sus historias en el contexto de la Revolución francesa, las guerreras de Ikeda y Demy terminan luchando para desmantelar un orden feudal patriarcal y monárquico en lugar de defenderlo”, dice Duggan.

No deja de ser curioso que un producto de la cultura japonesa —conocida por su apego a las tradiciones— sea el origen de estas reflexiones. Dice Andrea de Pablo que tiene que ver con que el manga es un territorio ficcional donde la ideología oficial se pone en entredicho por medio de comportamientos y reacciones que jamás serían permitidos en la vida real. Pero, es sabido, que este material sí tiene un impacto en quienes lo consumen. El innegable poder de la ficción.

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