Vera: “Watanabe tiene agudeza para escenificar en el cine espacios de control y marginación social”.
Vera: “Watanabe tiene agudeza para escenificar en el cine espacios de control y marginación social”.

José Watanabe Varas es recordado como el poeta zen. Y aunque no es un apelativo equivocado, es justo decir que fue mucho más que eso. Lo que recoge la muestra Watanabe: el ojo y sus razones, que se puede ver en la Casa de la Literatura, es un testimonio de ello. Nos trae a un artista polifacético, cuyo trabajo dista muchísimo del encasillamiento, y cuyo aporte a diversos campos, como el de la cinematografía, no ha sido aun adecuadamente valorado. Rodrigo Vera, curador de la muestra, habla de lo que significó sumergirse en el mundo de Watanabe para entregarnos esta exposición que va hasta el 18 de agosto.

Es muy simbólico el título de la muestra teniendo en cuenta todos los ámbitos en los que se movió Watanabe. ¿Qué tan difícil fue la curaduría?
No todo artista o poeta polifacético tiene un material tan vasto que dé cuenta de ese espíritu polifacético. En el caso de Watanabe esto sí sucede y su amplio trabajo se encuentra resguardado por la familia. El 70 % de las piezas de la muestra pertenece a la familia, una cantidad de más de dos mil objetos entre recortes de periódicos, poemarios y poemas inéditos, guiones de cine inconclusos... Y en ese trayecto nos topamos con cosas que revelaban una faceta que se conoce muy poco, como investigaciones sobre el movimiento obrero de las haciendas del norte del Perú. Este trabajo fue materia prima para guiones de cine, poemas inéditos, un proyecto de novela llamado “Rosenda”, o textos de corte más sociológico y periodístico en los que pretendía construir la historia del movimiento obrero desde 1932 que es la fecha que le da nombre a la llamada “Revolución de Trujillo”. Hemos encontrado una capa más de complejidad.

El matiz político que le faltaba a Watanabe
No sé si le faltaba algo, pero sí confirma el carácter ecléctico de su trabajo. Se tiende a encasillar una obra sobre la base de un rótulo, que en su caso tenía que ver con el poeta zen o el poeta nikkei. Esta constante ‘japonización’ que se hace de su obra es algo con lo cual él no se sentía muy cómodo. Creo que la muestra, tal como está planteada, sí abre un camino en el que Watanabe no aparece inserto en ninguna etiqueta. La intención es mostrar la complejidad de una mirada que bebía de muchas fuentes y que en ese cruce aparecían cosas que a veces eran poemas o guiones. Esa es una mirada más interesante que la típica mirada biografista.

¿Encontraste algún indicio de por qué esta parte de él no se hizo conocida en su momento?
Seguro no lo quiso. Te cuento: como parte de la investigación se descubrió su primer poemario que fue presentado a la segunda edición del Premio Poeta Joven del Perú en 1965, cuando él tenía 25 años. No ganó, pero tuvo una mención honrosa. Y al parecer, el no haber ganado es lo que hace que este sea un poemario completamente desconocido hasta para su familia. Los únicos que sabían de su existencia eran escritores que fueron parte de un grupo en Trujillo, en la época en la que Watanabe vivió ahí, llamado el grupo Trilce. Uno de ellos, Eduardo Paz, dice que sí tuvo acceso a ese libro y, según él, era un libro de haikus, pero ahora no hay registro de él. Watanabe tenía una gran dosis de humildad, pero también era muy orgulloso con su propia obra y consigo mismo.

¿Encontraron el poemario?
No, pero estamos exponiendo el acta en la que sale en mención honrosa. Ese año obtuvieron también dicha mención Constelaciones, de Luis Hernández y Elogio de los navegantes, de Juan Ojeda.

Eso demuestra que no terminamos de conocerlo ni en su faceta de poeta
Hay una sección en la exposición que se llama “Los versos que tarjo” y pone énfasis en esta figura del poeta que corrige sus poemas hasta entrar en una dinámica en que la escritura es siempre un proceso abierto. Creo que esa actitud que él imprimía en su poesía también se ve reflejada en sus otros proyectos que son proyectos inconclusos quizá por un afán detallista de su parte, como el proyecto de guion en torno al movimiento obrero. Hay muchos documentos ahí con mucho storyboard que muestra que estaba bastante avanzado.

Watanabe era una persona polifacética ¿Este espíritu inquieto es producto a una época en la que todavía se permitía esta exploración o crees que tenía que ver más con una necesidad personal?
Creo que son las dos cosas. Tiene que ver un poco con la flexibilidad en cuanto a los límites institucionales para el arte que en el momento estaban menos claramente establecidos que ahora, habían lenguajes más abiertos porque la institucionalidad artística era bastante más precaria que la de ahora y también porque desde el punto de vista más poético y, quizá con una dosis de romanticismo, tiene que ver con una necesidad expresiva que se volcaba por múltiples campos pero también, desde un punto de vista más concreto, tiene que ver con el recurseo. Él era poeta y decía que era un poeta del ojo. Tenía una conciencia visual bastante desarrollada. La poesía era lo suyo, pero en distintos momentos, en la medida en que se hace consciente de que la poesía no dará para vivir, comienza a explorar otros campos. Él empieza a trabajar en el SENAMUS en el gobierno de Velasco, en un área que se llamaba INTE, y llega ahí porque Pablo Guevara, que era un poeta amigo, lo llama. En la medida que se veía que él tenía una habilidad manual o artesanal le pasan la voz para hacer las escenografías y luego hacer un programa. A partir de ahí va generando lazos generacionales y amicales con gente de cine como con Pancho Lombardi o la historieta como Carlín que lo llamaban para distintos proyectos muy puntuales. Poco a poco sus amigos van conociendo sus habilidades y va demostrado que podía asumir ciertas labores.

Si bien es más recordado como poeta, también trabajó en la industria cinematográfica y sus aportes a ella no son adecuadamente valorados.
Es cierto. Y pensando en su obra y trayectoria, creo que su trabajo en el cine ofrece una oportunidad para sacar a Watanabe del rótulo de poeta zen, entregado a la mera contemplación o apaciguado. Si ampliamos un poco el foco, él explora en el cine una conexión con la urbanidad, la ciudad de Lima y la violencia intrínseca de lo urbano, y esto añade una capa de mayor complejidad a su obra. Tiene, además, agudeza para ver, escenificar y darles vida a espacios de marginación social y de control y disciplina, pues casi todos los guiones de cine y su trabajo en escenografía y en dirección artística tienen como centro la violencia de la ciudad y muchos de ellos también están atravesados por películas contextualizadas en la violencia política. Creo que el cine ofrece una oportunidad de tener una mirada hacia Watanabe que lo desencaja un poco del rótulo del poeta zen, entregado a la mera contemplación o apaciguador. En el cine él explora una conexión con la urbanidad, la ciudad de Lima y la violencia intrínseca de lo urbano que creo que añade una capa de mayor complejidad a su obra. Se observa además un manejo y una agudeza para ver, escenificar y darle vida a espacios de marginación social y de control y disciplina porque casi todos los guiones de cine y su trabajo en escenografía en dirección artística tiene como centro la violencia de la ciudad y muchos de ellos también están atravesados por películas contextualizadas en la violencia política como Maruja en el infierno, La ciudad y los Perros, Alias La gringa. Es compleja la relación que se puede hacer entre el cine y su obra porque por un lado Watanabe separa estos dos lenguajes pero por otro establece relaciones que tiene que ver con analogías: así como las palabras operan en el espacio de la páginas, así también los objetos operan en un espacio. Se trata de combinar los objetos y producir una atmósfera en el caso de la poesía también es combinar las palabras. Por otro lado también creo que su vocación como escritor y literato le da una serie de herramientas muy sólidas para poder entender lo que es la adaptación cinematográfica.

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