En 1988 Patricia Alba y yo presentamos formalmente un proyecto al Concytec para financiar lo que llamamos el primer Encuentro de Escritoras Peruanas realizado en Huanchaco. Ese balneario había sido utilizado previamente para varios otros encuentros de escritores al que nosotras, por supuesto, no habíamos sido invitadas. Concytec dio luz verde y nos pusimos manos a la obra: durante esos días y noches, al compás de los caballitos de totora, se discutieron múltiples temas, entre ellos, qué implicaba la “literatura femenina”.
En 1999, Jorge Cornejo Polar, en la Universidad de Lima y el Instituto Nacional de Cultura, organizó sendos encuentros de escritoras y narradores, respectivamente, estos sí con presencia internacional y nacional: desde Diamela Eltit (Chile) hasta Margo Glantz (México) pasando por Ana Varela de Loreto. Ese año, Mariella Sala, quien siempre ha sido una gremialista consecuente, organizó otro encuentro nacional y pudimos debatir entre mujeres solas —esta vez desde las propias bases, digamos— sobre la invisibilización de las poetas de Cusco (Ana Vizcarra) o Puno (Gloria Mendoza Borda), la postergación de las narradoras en los espacios editoriales (estuvo Pilar Dughi) e incluso sobre una necesaria e importante arqueología literaria de nuestras ancestras (Maritza Villavicencio, Francesca Denegri y Emma Mannarelli lo llevaron a cabo).
Este martes 26 comienza en el Icpna otro ciclo de espacios para hablar de la literatura de mujeres; mucha agua ha corrido bajo el puente y lo que era una polémica a finales del siglo XX es hoy una plena realidad: la heterogeneidad de la pluma de las escritoras peruanas y su calidad expresiva. El sábado 30, como reconocimiento de una entrega potente y transparente a la literatura, se realizará un homenaje a la gran poeta Rossella di Paolo. Y ahora que lo recuerdo, ella consagró en estos encuentros una frase para la posteridad: “A los hombres, por unidad; y a nosotras las mujeres a granel”.