Uno de los alivios del verano es el reencuentro con el cine. El invierno invita a la maratón serial en cama, donde la autocondescendencia y el frío conspiran para el desparrame y el streaming. El verano, en cambio, alienta a invadir los espacios abiertos y, algunas tardes, la promesa de aire acondicionado y oscuridad sirve de alivio temporal para el bochorno tropical.
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Entonces empieza 1917, cuya trama es tan simple que hace absurda la alerta de spoiler: dos soldados deben llevar un mensaje urgente de A a B. Es el trayecto, la manera en la que una carta debe atravesar un paisaje de horror, lo que permite este esfuerzo por dibujar en un solo y largo trazo un fresco gigantesco. La referencia menos evidente, pero quizás más afín al gesto técnico del director está en el cómic: Joe Sacco, en La gran guerra, buscó retratar en un solo movimiento el horror del primer día de batalla en Somme; para ello, convirtió al libro en una suerte de acordeón desplegable con el fin de borrar la secuencia clásica de cuadro a cuadro propia de la historieta para crear, así, un solo gran cuadro dinámico. Es curioso que ambos artistas hayan elegido el mismo momento histórico para utilizar estos recursos y puede que ello tenga una explicación: a diferencia de la Segunda Guerra Mundial, la escala del conflicto, con toda su crueldad, aún era “humana”, entendiendo que, en una trinchera, puede haber algo más de vida que en ciudades enteras borradas del mapa con una bomba atómica (en el páramo radiactivo, solo quedan cenizas y sombras).
En 1917, el espectador tiende a creer que cada peripecia es una prueba mediante la cual un par de cabos se convierten, en merced de una orden imposible, en héroes, mientras que el cineasta busca encontrar en esos movimientos la tensión suficiente para que la vista no se canse. Cuando Mendes triunfa, parece haber entendido cuál es el límite que convierte la cobardía en humanidad y el instinto de supervivencia en épica. Cuando falla, es posible reconocer los referentes de los que se vale: 1. Los restos de un hombre a merced de un río: El renacido. 2. Un hombre cruza lateralmente un batallón antes de una carga: Danza con lobos. 3. Un hombre debe buscar a un hermano en una compañía a punto de ser exterminada: Salvando al soldado Ryan. Entre ambos extremos, cine en estado puro: los árboles se convierten en refugio y las flores de cerezo evocan con sus tonos níveos la pureza de las maneras de casa (así como los pétalos rojos inundaban las fantasías sexuales en Belleza americana). El tiempo cinematográfico se traslapa con el “real”. La bondad y la maldad, la sensatez y la locura ya son solo aspiraciones que aparecen y se pierden entre una noche y un amanecer.
A la salida del cine, dos ideas contradictorias luchan por imponerse. La primera dice: “Tiene que haber sido peor”. La segunda es más amable: “En un mundo asaltado por la crueldad y la ferocidad, es posible agradecer, por una vez, la renuncia al hiperrealismo”.