Valentina Maggiolo ha recibido la mención honrosa del concurso del Museo Central del BCRP (Mucen) con una obra —Donde crecen las cosas— que invita al espectador a ubicarse en un paraíso tropical hecho de sombras, con nítidos detalles y texturas. Para conseguir este efecto, la artista usa tinta y carboncillo sobre tela.
Esta pintora, de 31 años, dice que le dedica a la creación artística la mayor parte del día. Ha expuesto recientemente en Ginsberg Galería, Y Galería y Crisis Galería. Su trabajo creativo va creciendo y conociendo nuevos caminos, aunque, como ella misma afirma, guiada siempre por las sombras y la ausencia de color.
¿Hubo algo que te hizo dudar de la pintura en el camino?
Sí. En algún momento consideré estudiar Música o Arqueología antes que Pintura, pero terminé postulando a la Universidad Católica para estudiar Geografía y Medio Ambiente. El tiempo que estuve en cursos generales de Letras me sirvió para reflexionar sobre lo que realmente quería hacer y terminé cambiándome a Arte para estudiar Pintura.
¿Qué tan fácil es encontrar un espacio en el medio artístico?
Creo que uno se debe enfocar en el trabajo práctico en el taller y la especialización, pero sin perder de vista lo que se requiere para avanzar. Quiero decir que se debe ser, en primer lugar, buen pintor, pero también se debe saber de fotografía, de curaduría, de historia del arte. Hay que saber escribir, preparar un buen portafolio, hacer networking..., pero sobre todas las cosas pintar y ponerle mucha fuerza a eso. Hay mucha competencia ahora, y eso hace que haya gente que opta por tomar caminos secundarios.
¿Al usar tinta y carboncillo haces una apuesta por lo básico?
Sí. Me gusta y me parece importante regresar a ello porque es como encontrar un punto de partida nuevo, volver a empezar después de haber hecho muchas cosas distintas.
Hablas de regresar a este estilo, ¿en algún momento lo dejaste?
El tema del paisaje es algo que trabajo hace tiempo, y creo que eso también me viene de la mezcla con la geografía como una carrera no tomada. La tinta es algo que uso hace mucho tiempo también, pero antes hacía paisajes desérticos. Creo que el viaje que realicé a Brasil, a principios de año, activó otro lado de mí. El cuadro con el que participo en el concurso del Mucen es un puente entre lo que hacía antes y lo que hago ahora, esta serie de paraísos tropicales en los que no hay presencia humana, pero donde mucha gente se ubica. Mucha gente que ha visto este cuadro me dice: “Yo he estado ahí”. Es bueno para un creador generar evocaciones en el público, ¿no?
Hablas de un cambio en tu trabajo artístico, pero por lo visto siempre has jugado con las sombras, siempre te ha interesado la ausencia de color.
Sí, te cuento algo: lo último que he leído es un libro sobre la selva tropical y una de las cosas que más me interesó era cómo funcionaba cierto tipo de trepadora: esta planta crece en el suelo. El suelo en el bosque tropical es lo que menos luz recibe, y esta trepadora crece, en una primera etapa, buscando la oscuridad máxima, y una vez que ha crecido tanto como para chocar con la base del árbol, la planta se tuerce y empieza a crecer hacia la luz, hacia la copa del árbol.
Es como si la planta supiera que para alcanzar la máxima luz tuviese que pasar primero por la oscuridad. A mí me parece increíble porque esto puede ser una metáfora de los seres humanos. Todo el mundo tiene estos paisajes interiores en los que hay oscuridad y luz. Entre la sombra y lo luminoso se encuentran, creo, todos los matices que definen a las personas. A mí, siempre me llamó la atención eso, lo raro en lo oscuro. Creo que hay ciertas formas hermosas que emergen en el juego de luces de la naturaleza. Mi pintura trata de descubrir ese juego.