La ficción no admite concesiones. En “No miren arriba” (Don’t Look Up), dos astrónomos viven una verdadera odisea para convencer a una embobada humanidad —incluido sus políticos— que el fin está cerca. Un cometa de nueve kilómetros se dirige a la Tierra y no habrá nadie que pueda sobrevivir a tamaño cataclismo. Para la ciencia, la hipótesis existe: hace 66 millones de años, a fines del Cretácico, un meteorito de entre once y doce kilómetros de diámetro impactó en la península de Yucatán y aceleró la última extinción masiva conocida, la de los dinosaurios. Sin embargo, no existen evidencias de que algo así ocurra en un futuro ni siquiera lejano. “No pasará en tiempos humanos”, apunta el biólogo peruano y experto en fósiles Iván Meza Vélez. Pero esta no es la única amenaza interestelar. Lo real es que todo el tiempo cuerpos conocidos como NEO (Near Earth Object) —algunos miden centímetros; otros, decenas de metros— están próximos a nuestro planeta y vienen siendo monitoreados al detalle por astrónomos en el mundo. Se descubren alrededor de 3.000 de estos cuerpos cada año.
Ataque y defensa
La NASA lleva un registro minucioso y las posibilidades de que objetos (rocas o cometas) de más de 100 metros de diámetro se acerquen peligrosamente a la Tierra en los próximos siglos son ínfimas, cerca del 0,037 %, de probabilidades si tomamos como referencia el asteroide Bennu que podría —hay que remarcar el condicional— rozar el planeta en el año 2182.
“De todas maneras —afirma Meza Vélez— para la humanidad actual que puebla prácticamente toda la Tierra no se necesitaría un asteroide de kilómetros para ocasionar una catástrofe. Si un cuerpo de 200 metros cayera cerca de la costa de algún país, se produciría un maremoto que provocaría considerable destrucción”. En previsión de todo esto, la agencia espacial estadounidense ha desarrollado sistemas de detección y de destrucción de estas potenciales amenazas siderales, como el programa Doble Prueba de Redirección de Asteroides (DART por sus siglas en inglés). En noviembre pasado se lanzó con éxito la sonda dirigida a desviar la órbita de Dimorphos (160 metros de diámetro), un asteroide que no representa ningún peligro para la Tierra, pero que servirá como conejillo de indias para probar la eficacia del sistema. Se espera que el impacto entre la sonda y el asteroide se produzca entre julio y setiembre de este año.
Cometas y rocas a la vista
“La diferencia entre un asteroide y un cometa es que los primeros están compuestos por rocas mucho más densas y sólidas, por metales pesados como el hierro o el silicio, y generalmente son residuos de colisiones que quedaron orbitando muy cerca del Sol; en cambio, los segundos son mucho más volátiles. Tienen trazas de elementos químicos pesados, pero mayormente son una especie de polvo suspendido. Por eso cuando se acercan al centro de nuestro sistema, el viento solar los sacude y se forma una cola vistosa. Los cometas vienen de regiones lejanas o externas al sistema solar como el cinturón de Kuiper o la nube de Oort”, explica el astrónomo Víctor Vera, quien es coordinador de divulgación y educación de la Unión Astronómica Internacional en el Perú.
Como explica el especialista, al venir de regiones cercanas, ubicadas mayormente entre Marte y Júpiter, los asteroides tienen órbitas más cortas que los cometas y sus recorridos son más fáciles de monitorear, aunque siempre puede haber alteraciones por su interacción con la gravedad de otros cuerpos mayores como planetas o satélites. “Las orbitas de estos NEO son más conocidas y precisas, un gran número se encuentra bien monitoreado, pero con un cometa es más difícil. Como provienen de los exteriores del sistema, solamente empiezan a brillar cuando se acercan al Sol, esto hace que su descubrimiento sea más repentino. Este es el caso de Leonard (el cometa que pasó recientemente cerca de la Tierra) que fue descubierto solo hace once meses”, dice Vera. Por eso, se pregunta el astrónomo “¿qué hubiera pasado si, como en No miren arriba, la órbita de Leonard se intersecaba con la de nuestro planeta?, hubiéramos tenido menos de un año para reaccionar”.
Y más allá de los esfuerzos de los científicos por vigilar el cielo ante hipotéticas catástrofes, hay datos que nos permiten respirar un poco más tranquilos: “conforme ha ido pasando el tiempo en la formación del sistema solar, las colisiones entre objetos celestes han ido disminuyendo”, afirma Víctor Vera. Pero, si finalmente esto ocurriera, Iván Meza Vélez dice que tenemos un 70 % de probabilidades de que el cuerpo vaya a algún punto lejano del océano, pues ese es el porcentaje de agua en la superficie terrestre.
Más información
El cometa Leonard, que pasó cerca a la Tierra el pasado 12 de diciembre, fue descubierto en enero de 2021 por el astrónomo Gregory Leonard, atraviesa el sistema solar a una velocidad de 71 kilómetros por segundo.
Se estima que el año 2029 el asteroide Apofis (340 metros de diámetro) pasará a 31.200 kilómetros de la superficie de la Tierra, a una velocidad estimada de 30 kilómetros por segundo.
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