En la columna de la semana pasada abordé los orígenes y el desarrollo del concepto de propiedad intelectual desde la perspectiva del establishment. Y digo la visión del establishment porque existen otras formas de entender el problema que también es bueno conocer. El programador estadounidense y fundador del movimiento del software libre Richard Stallman, por ejemplo, ha recordado acertadamente que los conceptos de derecho de autor y de propiedad intelectual surgieron con la finalidad de asegurar la distribución generalizada de los libros. Al principio, y durante un largo tiempo, imprimir libros era muy caro y el único modo de garantizar que un editor invirtiera su dinero en dicha actividad era protegiendo la exclusividad de sus derechos. “El sistema de copyright creció con la imprenta, una tecnología para la producción masiva de copias. El copyright se ajustaba bien a esta tecnología puesto que era restrictivo solo para los productores masivos de copias. No privaba de libertad a los lectores, ya que cualquiera que no poseyera una imprenta solo podía copiar libros con tinta y pluma y a pocos lectores se les ponía un pleito por ello”.
Quienes cuestionan ‘la tiranía del derecho de autor’ y la exclusividad de la reproducción de una obra reivindican la reproducción total o parcial de la obra y su difusión por medios electrónicos siempre y cuando sea para uso personal y no comercial. Dejan en claro, por supuesto, que no están haciendo apología de la piratería organizada y dirigida por mafias. Subrayan, en todo caso, que ya es hora de asumir las nuevas realidades impuestas por el desarrollo de las flamantes tecnologías para democratizar el acceso de la gente a la información, atravesando barreras geográficas, sociales, culturales. Y es que, como señala con lucidez el filósofo español César Rendueles, la ‘propiedad intelectual’ no puede ser considerada una mercancía como las demás ni el derecho de autor se parece en nada a una patente. Al contrario, como ha explicado el historiador Eric Hobsbawm, la creación artística está íntimamente ligada a la comprensión, repetición y reelaboración de tradiciones muy diversas. La adánica tentación de romper con todo para crear una obra ex nihilo es una pretensión tan ingenua como ilusoria.
Por otro lado, hay que admitir que una cosa es la piratería comercial a gran escala y otra, muy distinta, el libre intercambio entre usuarios. No obstante, la apología de internet y de las tecnologías digitales como medios para una democratización de la cultura también tiene sus bemoles. Porque, si bien es cierto que la reproducción de una obra que realiza el usuario para su uso personal, difícilmente puede ser calificada de piratería —porque no tiene un uso público ni una finalidad de lucro—, también es verdad que si esas reproducciones se multiplican de forma masiva e indiscriminada terminan perjudicando de manera flagrante a su autor, en primer lugar, porque deja de percibir la retribución económica que le corresponde y, en segundo lugar, porque pierde el control sobre la integridad de su obra, la misma que puede ser canibalizada sin que él tenga la capacidad de hacer nada, por sí mismo, para impedirlo.