"Saber matar, saber morir" ganó el Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro y fue presentada recientemente en la 35º Feria del Libro "Ricardo Palma". Conversamos con su autor.
¿Cuál es el contexto de su historia?
Todo ocurre durante los años del terrorismo, en los 80. Zamudio es un hombre asociado a Sendero Luminoso que organiza a los pandilleros de La Victoria para hacer atracos, perpetrar incendios y chantajear a los empresarios de Gamarra.
Zamudio no es un ideólogo, es lo que se dice un anarquista.
Es un militante periférico, no es un caudillo, es alguien que ha creído en Sendero Luminoso. Él entiende la revolución como la destrucción total y para reformar toda la realidad hay que destruirla, tanto como lo entendían muchos de los senderistas.
¿Cómo sintoniza a Sendero Luminoso con el pandillaje?
Originalmente la novela iba a ser sobre pandilleros y luego incorporé a Zamudio, que es un senderista. Él trabaja para el Ministerio de Educación, es profesor y tiene una vida oficialmente vinculada a trabajos de investigación, pero en sus horas libres, por la noche, es un senderista y un sindicalista del Ministerio de Educación.
Hay una dilección por La Victoria
Yo nací en Lima y me trasladé a La Victoria a los 7 u 8 años de edad. Allí viví hasta los 90 en que me fui a Surquillo. Los años más entrañables los viví en el barrio de La Victoria.
El “barrio” tiene elementos esenciales que le dan identidad.
Sí, por ejemplo siempre he estado cerca del mercado, en todas las obras siempre aparece el mercado, o es La Parada o es el mercado La Aurora. Y es algo innato, que nunca comprendo pero siempre aparece. También son los muchachos, el parque, las esquinas...
Usted ha logrado plasmar muy bien el lenguaje de la calle.
Es el lenguaje de los muchachos, con algunas palabras de la jerga. Y por el otro lado, el lenguaje más bíblico, más simbólico, que es el de Marmelodov Santoya, que es la contraposición. Yo me daba cuenta de que en esta novela había demasiada violencia y necesitaba la parte contraria. Después viene el padre Rodrigo Polo, como una alternativa a aquel escenario brutal.
Hay dos raíces culturales en su obra en general…
Yo estudié en el Perú, en colegios fiscales, hablo el castellano, profeso la religión católica, mis amigos están aquí en el Perú, soy peruano, pero cuando viajé al Japón (yo pensé que tenía algo de japonés) me di cuenta de que era un extranjero allá, que no era un japonés y que tenía una carga demasiado latinoamericana y peruana, allí se definieron las aguas.
¿Por qué la novela breve?
Porque soy muy detallista con la palabra, después de “El final del Povernir”, de 190 páginas, ya no puedo escribir novelas largas. Calculo mucho y no me extiendo, la brevedad me permite sintetizar, reducir todo a dos o tres problemas y darles solución.