Tres escenas: el devastador terremoto y tsunami del 2011 en Japón; una vieja peluquería de Lince especializada en peinados vintage; las fotos de un grupo de señorones nudistas, entre las que destaca el retrato de una anciana que luce, sin tapujos, todos sus pliegues delante del Gran Cañón del Colorado. ¿Puede existir alguna relación entre estos tres gráficos a todas luces inconexos?
Ese es el reto que se planteó el ilustrador y artista plástico Rodrigo La Hoz en su libro "Estética unisex", una novela gráfica que es a la vez un microcosmos de historias entrecruzadas y de personajes extraños y solitarios, que ocultan algunos secretos inquietantes. A saber: una abuela que viaja secretamente a Japón para practicar el nudismo; una estilista obsesionada con los ansiolíticos y los peinados antiguos; un optometrista evangélico que contacta hombres por Internet y vive, con muchas culpas, su homosexualidad, y un boticario que comercia calmantes y cultiva geranios en la azotea de su casa.
“Empecé la historia a partir de tres ejercicios visuales. El tema del desastre, que siempre me había interesado trabajar; la peluquería, porque quería dibujar pelos y peinados, y el nudismo, porque había encontrado en Internet un grupo de fotos de nudistas, especialmente una imagen maravillosa de una mujer de 60 años. Toda la novela nació a partir de estas ideas gráficas”, explica Rodrigo La Hoz en su habitación taller. Ahí nos recibe con la inquietud de quien inicia un examen final. “Es la primera entrevista que doy sobre mi libro y he escrito algunas cosas para que no se me olviden”, dice, entre telas a medio pintar, libros con ilustraciones de los años sesenta, una muñeca de la novia de Chucky que nos mira como un pequeño maniquí perturbador, y geranios, muchos geranios, que él cultiva en macetas —como su personaje— con la pasión y dedicación de un coleccionista.
Por eso "Estética unisex" se inicia con la imagen desgarradora de un amasijo de escombros. Casas, carros, edificios y árboles barridos por una hecatombe. Y en medio de ese caos surge, de milagro, la figura de una anciana que se pregunta, totalmente desconcertada: “¿Dónde estoy?”.
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Hasta los 25 años, Rodrigo La Hoz había desarrollado una carrera como artista plástico y los cómics habían pasado por su vida de manera inadvertida. Creía, como muchos, que solo se trataban de historias de superhéroes y pasatiempos para chicos, pero un buen día descubrió el trabajo del estadounidense Chris Ware y luego leyó las historias del pionero y maestro canadiense Winsor McCay, y su percepción empezó a cambiar. Se dio cuenta de que en realidad se trataba de un género que ofrecía múltiples posibilidades expresivas.
Un arte en el que lo imposible se torna verosímil y donde, cuadro por cuadro, el trazo importa tanto o más que la trama misma. “Empecé a encontrar en los cómics elementos que me entusiasmaron y que solo funcionan en este género. De hecho tengo muchas influencias del cine y la literatura, pero la manera en que uno construye un cómic es completamente diferente, como la idea del ritmo y del tiempo que no es la misma que en las novelas o las películas”, cuenta Rodrigo.
Entonces, más que historias, ha desarrollado eso que enfatiza: “ideas gráficas”.
“Haber venido de las artes plásticas me permite trabajar más a partir de temas que de historias. Soy incapaz de crear un marco narrativo de principio a fin y después dibujarlo, como hacen mis amigos historietistas. Yo simplemente pienso en la escena que quiero desarrollar y después decido cuál será la siguiente y así sucesivamente. Por eso nunca sé lo que pasará después. En realidad una vez que ya tengo varias escenas hechas, voy retrocediendo, corrigiendo y aumentando viñetas”, explica.
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La anciana camina entre los escombros y en un almanaque se señala la fecha: 11 de marzo del 2011. Ese sábado, Gema ha salido a repartir volantes de su peluquería por las calles de Lince. Luego, mientras está cortando el pelo a un indeciso cliente, recibe una desconcertante llamada: un extraño le comunica que su abuela ha muerto tras el tsunami que ha barrido las costas de Japón. Algo que Gema toma como una absurda broma, pues su abuela le ha dicho que se encuentra en Huaraz, en un pacífico retiro religioso.
En este momento empiezan a entrecruzarse las historias. Cerca de ahí, en una iglesia evangélica, un joven aficionado a la crianza de palomas mensajeras conoce a Alberto, un maduro y solitario dependiente de una óptica.
“Siempre he sentido una fascinación por la idea del desastre y del fin del mundo”, explica La Hoz. “¿Qué harías si te enteras que va a caer un meteorito en la tierra? Eso tiene que ver con los personajes. Tanto la abuela como el optometrista gay están en cierto sentido buscando recuperar el tiempo perdido. Él está desesperado por vivir su homosexualidad en el último tramo de su vida y ella está haciendo lo que siempre le gustó (el nudismo), pero en secreto”.
El título del libro, "Estética unisex", tiene que ver con ese rótulo que figura en todos los salones de belleza de Lima y que también puede definir —como explica el autor— a los nudistas en apartados parajes, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, despreocupados de su sexualidad, unidos por una estética unisex. En el caso del cómic estamos frente a otra estética, que no es uniforme, sino que surge a partir de imaginar potentes ideas gráficas.
Aventuras sin dramas
Junto con "Estética unisex" y "Perros perdidos", Pictorama también publica "Las increíbles aventuras del hombre que no se hacía dramas", de Jesús Cossio, una serie de historias que han tenido gran éxito en Facebook (con más de 100.000 seguidores) y que ahora, reunidas en un volumen, serán presentadas en la próxima FIL (26 de julio, 16:00). Conocido sobre todo por sus trabajos sobre la memoria, la violencia política y la crítica social, Cossio desarrolla en esta serie algo aparentemente sencillo: la vida de un muchacho que no se hace dramas después de un fracaso amoroso.
A partir de ahí se han multiplicado las historias que hacen hincapié en la extraña condición actual: una sociedad cada vez más individualista que paradójicamente quiere escapar de la soledad. En una de las viñetas se lee: “Todos tenemos problemas. El punto es no reaccionar con drama: desesperación, fatalismo, apego, miedo al cambio”, dice el personaje. Desde fuera del cuadro, le responden: “En una relación es normal reaccionar así… Es que tú ya pareces un robot”. Entonces, el hombre que no se hacía dramas concluye: “Las personas reaccionan así porque nuestra cultura nos programa para idealizar las relaciones. Y nos programa para odiar la soledad con sus canciones de amor envenenado y sus películas edulcoradas con final feliz. Dime quién parece un robot ahora”.
La historieta detrás
El año es el 2012. El lugar, un chifa frente al hospital Edgardo Rebagliati. Ahí un grupo de amigos, editores, dibujantes y académicos aficionados al cómic planea dar vida a una editorial especializada en este género. Después de varias reuniones, idas y venidas, el proyecto llegó a buen puerto con la aparición de Pictorama. Giancarlo Román, uno de los artífices de la editorial, explica que esta nace con la intención de independizar el cómic y entender que se trata de un arte y no de un subgénero literario, como piensan muchos.
Uno de los objetivos de Pictorama no solo es publicar a autores locales, sino a grandes maestros del cómic que no sean muy conocidos en el Perú para desarrollar la novela gráfica en nuestro medio.
De esta manera, la editorial acaba de publicar Perros perdidos, la novela gráfica del canadiense Jeff Lemire. El libro, marcado desde el mismo trazo por un realismo sucio, visceral y elocuente, es la historia de un campesino, gigante y tosco pero bondadoso, que se enfrenta a un degradado mundo urbano, en el que todo intento de salvación termina en tragedia e imposibilidad.