Leila Guerriero entrega un libro que condensa en cien páginas uno de los episodios más dolorosos de la historia argentina. (Foto: Richard Hirano)
Leila Guerriero entrega un libro que condensa en cien páginas uno de los episodios más dolorosos de la historia argentina. (Foto: Richard Hirano)
José Ragas

El asado que la familia Foch estaba organizando para celebrar el retorno de Andrés tuvo que ser interrumpido cuando se enteraron de que este no volvería a casa. Junto con otro centenar de combatientes, Andrés estaba enterrado a miles de kilómetros, en una tumba sin nombre. Había muerto en un bombardeo, pero solo supieron esto veinte años después, cuando un soldado sobreviviente ubicó a las hermanas de Andrés para contarles lo que sabía. La última vez que su familia supo de él fue por una carta enviada en abril de 1982, donde él les pedía que le enviasen “galletitas” y “queso” para mitigar el hambre que sufrían en Las Malvinas.

El destino de Andrés y de los combatientes argentinos caídos en Las Malvinas, los esfuerzos para devolverles su identidad y el drama de las familias es el tema de La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas (Barcelona: Anagrama, 2021). Leila Guerreiro, escritora y cronista argentina, reconstruye las casi cuatro décadas que tomó construir un camposanto con los nombres de los soldados muertos en el conflicto que por poco más de dos meses sostuvieron las fuerzas argentinas y británicas en torno al territorio llamado Las Malvinas o Islas Falkland.

La derrota militar del país latinoamericano precipitó la caída de la dictadura militar, y dio inicio a uno de los episodios más dramáticos de su pasado reciente, como lo fue el destino de los soldados ahora enterrados en suelo británico, y de los cuales no se conocía quiénes eran. La otra guerra recoge los testimonios de los familiares, así como su lento y doloroso proceso de reencuentro con los restos. Es una historia que termina bien, pero no precisamente por el interés de las autoridades locales sino más bien por cuestiones del azar y el cuidado de personas como Geoffrey Cardozo, el oficial británico encargado de reunir los restos apenas terminada la guerra y de elaborar el informe que sería crucial para determinar la identidad de los caídos.

LIBRO: La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en Las Islas Malvinas

Anagrama

Autora: Leila Guerriero

Cardozo había logrado darles sepultura a doscientos treinta cuerpos, pero pese a sus esfuerzos, ciento veintidós no pudieron ser identificados. Reunió toda la información que pudo, así como los objetos que fueron encontrados con ellos y, para evitar el impersonal “N.N.”, escribió en la cruz de aquellos: “Soldado argentino solo conocido por Dios”. Un gesto de caballerosidad y respeto luego de una guerra cruenta, que arrastró a centenares de jóvenes como Andrés Foch, pero también a Eduardo Araujo y Julio Cao, entre muchos otros. Pero este gesto no fue correspondido por sus contrapartes argentinas, lo que hizo que solo en junio de 2017 el Plan de Proyecto Humanitario comenzara a operar recogiendo muestras de ADN de familiares.

Argentina es un país pionero a nivel mundial en identificación de personas. Ya era un referente un siglo atrás cuando el inmigrante croata Juan Vucetich difundió su método dactiloscópico, basado en las huellas dactilares y mucho más preciso que el predominante hasta ese entonces. Esta excelencia tecnocientífica se manifestó mucho después con la labor del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y la creación de un banco de datos genético para la adecuada identificación de los desaparecidos por la dictadura militar. La “generación perdida”, como se denomina a los niños y niñas robados por la dictadura a madres y padres posteriormente asesinados, ha podido ser identificada en un número significativo precisamente por estos avances, así como por los esfuerzos de Abuelas de Plaza de Mayo.

Sin embargo, devolver la identidad a los caídos de Las Malvinas iba más allá de un simple procedimiento técnico. Los encargados del EAAF tuvieron que vencer muchas resistencias de parte de quienes no deseaban colaborar con la toma de muestras. El vocabulario también era un asunto delicado, pues no se podían usar “repatriación” o “N.N.”, esto último por el riesgo de confundirlos con los desaparecidos de la dictadura. Los restos pasaron asimismo a ser objeto de disputas nacionalistas, lo que dilató los procedimientos. Casi dos años después de dar inicio al Proyecto Humanitario, se había logrado identificar ciento quince caídos. Un segundo Plan Humanitario, iniciado el año pasado, tiene como meta completar la identificación de los caídos que faltan.

“El Cementerio de Darwin”, como se conoce al camposanto donde descansan los restos ahora con nombre, es visitado por familiares y personas cercanas a los fallecidos en la guerra. Hasta entonces, algunos familiares se habían aferrado a la idea de que sus hijos o hermanos enviados a pelear al sur no habían muerto, sino que habían perdido la memoria y deambulaban en alguna parte. Familias como la de Andrés Foch creyó por años que en algún momento él bajaría del colectivo 190 que lo dejaba cerca de la casa materna. Con este nuevo libro, Guerreiro ha condensado en poco menos de cien páginas uno de los episodios más difíciles de la historia argentina.


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