Jeremías Gamboa

Digámoslo de saque: “El buen lugar”, de Ramiro Llona, es la más importante muestra individual que se haya montado en nuestro país en años, tanto que al salir de ella uno siente haber estado en una muestra del peso de una retrospectiva. Hay algo que electrifica el aire de las salas del MAC de Barranco y obedece a la cantidad de energía creativa concentrada en un solo espacio por obra de la mente y el oficio de un solo hombre.

El primer ‘lugar’ que nos plantea Llona es un recinto secular que adquiere ribetes espirituales por lo que “ocurre” en la mirada del espectador durante la sucesión cronológica de sus pinturas de gran formato: por un lado, el despliegue del elusivo centro biográfico de un hombre en la madurez de su vida, y por otro la proyección épica del oficio puro de la pintura. Los dos planos friccionan y tensan en un mismo recipiente también planteado como “lugar”: el lienzo. En la intersección de ambos se encuentra una conciencia vital y plástica. La del hombre-pintor.

Desde hace años, las obras de Llona se han expandido en tamaño y ese crecimiento ha vuelto más densa y rica la superficie de su trabajo. El lapso de la ejecución y el peso de la propia experiencia biográfica y conocimiento visual que se termina adhiriendo a la imagen en proceso terminan produciendo resultados de valor definitivo como en “El nuevo testamento”, “El iluminado” o “La ofrenda de Salomé”. Estas pinturas y todas las otras se nos presentan bajo la pretensión de un todo. Las dimensiones de cada tela y las de la sala que las alberga nos permiten ubicarnos a diferentes distancias de los trabajos y atravesar diversas experiencias. Lo que a pocos centímetros del cuadro es grito y mancha y luego ejecución que revisita la obra de los grandes pintores modernistas y sus sucedáneos (de Matisse a De Kooning) resulta después despliegue del ya reconocible lenguaje del artista (gesto y geometría, control y revulsión, vacío y saturación, contraste y armonía) para presentarse pasos atrás como la escenificación velada de complejos asuntos domésticos o familiares, lo mismo que soluciones visuales que aluden a los grandes hallazgos de la pintura de Occidente.

¿Pero qué dicen estas pinturas? ¿Representan el mundo, un ámbito familiar o la “psique” de un creador? Me animo por la última opción al contener las anteriores. Me parece una pintura mental y en tanto es así sus presencias y espacios resultan formas afantasmadas que se relacionan en lo que parece el ámbito no de lo ocurrido sino de lo soñado, lo reprimido, lo deseado y lo temido, ese lugar liminal en que consciente e inconsciente se confunden. En ese sentido, como nunca antes ese ocre con el que Llona inicia sus cuadros y que se muestra en carne viva en “El lenguaje” me ha parecido uterino, y como nunca he sentido que ante cada tela el artista reproduce su recorrido vital, empezando por lo amniótico y lo presimbólico, me refiero al gesto y la mancha del infante, pasando por lo narrativo y lo dramático hasta llegar a la organización arquitectónica en la que esas líneas negras demarcan territorios, umbrales y campos semióticos de la significación y que cierran la forma en que un hombre mayor, dueño de su lenguaje y oficio, se alcanza a sí mismo.

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La exposición “El buen lugar. Pinturas y dibujos 2017 – 2024″, de Ramiro Llona, se presenta hasta el 29 de setiembre en la Sala 3 del Museo de Arte Contemporáneo, en Av. Grau 1511, Barranco.


La muestra consta de 16 pinturas de gran formato y 24 dibujos en técnica mixta de mediano formato, realizadas en los últimos ocho años.


Terminada la muestra de Llona, la sala 3 albergará próximamente la colección del museo, en un proyecto curatorial preparado por los especialistas Augusto del Valle y Jorge Villacorta.


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