Freud
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Por: Camilo Torres
Alemania, 1886. Friedrich Nietzsche escribe: “Ello piensa” (Más allá del bien y del mal, I, 17). Francia, 1871. Arthur Rimbaud, el adolescente infernal, sentencia en una carta: “Yo es otro”. Europa empieza a sospechar, con temor, con desconcierto, que el hombre prometido por la Ilustración, el ser racional que gobierna sus pasiones, nunca existió, y que está naciendo una nueva forma de entender al sujeto moderno.

—El abismo dentro de nosotros—
Se ha dicho que los tres grandes golpes al narcisismo humano han sido los que le infligieron Copérnico (no estás en el centro del universo), Darwin (eres un animal evolucionado) y Freud. Su gran descubrimiento, en efecto, mostró que “el yo no es dueño de su propia casa”. Porque la aparición de La interpretación de los sueños (1899) revolucionó la visión de nuestra psique: somos seres regidos por pasiones, instintos, temores, recuerdos de los que poco o nada sabemos. Como Colón, Freud descubrió un continente: el inconsciente. Y desde entonces nada volvió a ser igual.

Podemos rastrear los inicios de esta revolución en el tratamiento que Josef Breuer le brindó a una paciente histérica, Anna O. Sus síntomas remitían cuando, bajo la hipnosis, ella recordaba hechos que la habían afectado y de los que no guardaba memoria consciente.

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Freud se sumó a ese trabajo y, cuando se hizo evidente el contenido sexual de los recuerdos reprimidos, Breuer renunció a seguir la investigación. Renunció a saber, renunció a la gloria. Freud, en cambio, llevó su curiosidad hasta sus últimas consecuencias.

Abandonó la hipnosis porque esta no vencía las resistencias de la mente y la reemplazó por la libre asociación de palabras (fue una paciente, Isabel de R., quien le pidió que no la interrumpiera). El recuerdo y la verbalización de lo no consciente aliviaban a quienes sufrían neurosis, y permitieron que Freud estableciera dos puntos clave: las causas de la neurosis radican en un mundo inconsciente que debía ser explorado; en este mundo la sexualidad juega un papel determinante.

Pero Freud aún no comprendía qué causaba la neurosis, y tuvo que utilizar al sujeto que tenía más a mano: él mismo. Así empezó su autoanálisis en 1895. La interpretación de sus propios sueños y de sus casos clínicos lo llevó a otra revelación trascendente. Muchos pacientes recuperaban memorias de abusos sexuales por parte de sus padres. Estos abusos, concluyó Freud, no eran necesariamente reales.

El sujeto vivía la fantasía inconsciente como si hubiera sucedido y esta respondía a un deseo inconfesable del niño por la madre o el padre. Así apareció en la teoría psicoanalítica el complejo de Edipo.

En la tragedia de Sófocles, cuando Edipo empieza a sospechar la verdad, Yocasta, su madre y esposa, le dice para tranquilizarlo: “Muchos hombres sueñan que se acuestan con sus madres”. Freud no necesitó más para ver confirmada su intuición; el incesto era un tema universal, una tentación, y ya los griegos la asociaban con el sueño. Si el complejo infantil no se resuelve con la aceptación, luego los deseos pugnan por irrumpir en la realidad; la mente los reprime; el resultado será el síntoma. La neurosis, pues, es un trastorno que permite reprimir un deseo con el alto precio del sufrimiento.

La búsqueda del placer es una fuerza imperiosa que dirige, sin que lo sospechemos, nuestros actos y decisiones, y no somos conscientes de esto porque una rígida censura nos impide verlo. Así, ¿quién puede saber por qué se casó, por qué eligió su profesión, por qué cometió un crimen o el motivo de cualquier otra elección en su vida? Cuando dormimos satisfacemos nuestros deseos en la vida onírica. Como ni siquiera entonces la censura desaparece, las imágenes del sueño están transformadas y solo una entrenada interpretación puede descifrarlas.

—Los demonios interiores—
El psicoanálisis es dos cosas distintas: una práctica clínica y una teoría de la mente humana. Tanto los sueños como los errores cotidianos (actos fallidos) y los síntomas neuróticos pueden ser vistos como signos que expresan contenidos reprimidos en el inconsciente. Buena parte de la cultura occidental moderna se basa en su interpretación. De este modo, Freud nos enseñó a leer nuestro propio mundo interior —enorme, exuberante y desconocido— y gracias a él empezamos a ser más libres. Pues no nos libra de responsabilidad moral, sino, por el contrario, este saber nos impele a conocernos mejor, comprendernos y llegar a acuerdos con uno mismo, y hacernos responsables de nuestras emociones.

Freud
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Tres ensayos sobre teoría sexual apareció en 1905. Allí se dice que el instinto que rige este orbe interno es el sexual, la libido. Desde que nacemos somos seres hechos de deseo y la función de la libido no es reproductiva. No debe extrañarnos, entonces, hablar de sexualidad infantil ni que el niño, que aún no tiene una sexualidad ni definida ni reprimida, sea visto como un “perverso polimorfo”. La historia personal del deseo explicará que un sujeto lleve una vida saludable o sufra una neurosis o sea un perverso (tenga un tipo de deseo anormal). “El niño es el padre del hombre”, había sentenciado el poeta William Wordsworth.

En la vida cotidiana el psicoanálisis puede ayudarnos a comprender lo que resulta insensato a primera vista. Un ejemplo: una joven ingresa a un nuevo espacio laboral; allí casi todos la aprecian, pero su jefa, sin motivo alguno, esparce el rumor de que la joven es lesbiana. Podría ocurrir que la jefa exprese así, por medio de una proyección, el deseo que siente hacia la recién llegada y que, por vergüenza, no se confesará a sí misma, es decir, lo reprimirá. Otro ejemplo. Todo profesor universitario ha conocido estudiantes que decidieron odiarlo desde el primer día de clases. Si no hay motivo razonable, podría darse el caso de que el chico esté desplazando hacia el profesor (figura de autoridad) la aversión que le produce su propio padre y que sus creencias religiosas le impiden aceptar conscientemente.

—Muerte sin fin—
Solo con el descubrimiento del inconsciente y la reformulación de la sexualidad, Freud había marcado la cultura de Occidente. Literatura, filosofía, antropología, medicina y otras disciplinas y artes no pueden ignorarlo. Mas él no se satisfizo nunca con lo descubierto; fue más allá. La teoría de la sublimación, los mecanismos de defensa, la interpretación de la cultura, la metapsicología… Es mucho lo que no podemos ni esbozar en esta nota [hago lo que puedo]. Después de la Primera Guerra Mundial, Freud se preguntó por las obsesiones de repetición y en Más allá del principio de placer (1920) publicó que, junto a Eros (los impulsos de vida), el hombre obedece a un poderoso impulso de muerte (o tanático), que lo lleva a anhelar el retorno a lo inanimado. 

Portada de uno de sus libros más estudiados.
Portada de uno de sus libros más estudiados.

Es decir, queremos muchas cosas impronunciables y una de ellas es la muerte. Tal vez esto explique por qué, en algunos casos, la aplicación de la pena capital aumenta la tasa de crímenes.

Judío que residió en Viena, médico que en un momento tuvo que postergar su matrimonio por falta de dinero, adúltero, amante de los perros, adicto al tabaco, Sigismund Schlomo Freud cambió su nombre por Sigmund, más aceptable socialmente. Muchos otros hombres compartieron esas características biográficas; solo él creó el psicoanálisis. Con el ascenso del nazismo, huyó a Inglaterra. Sus cuatro hermanas menores se quedaron y perecieron en campos de exterminio. Luego de treinta y tres cirugías por un cáncer maxilar, el 23 de setiembre de 1939, a pedido suyo, se le aplicó la eutanasia y Freud recibió la inyección de morfina que puso término a su sufrimiento.

OBJECIONES DE LA CONCIENCIA
En el siglo XXI la práctica clínica del psicoanálisis ha conocido un retraimiento. “En un mundo que prefiere la velocidad, no es extraño que haya menos interés por un conocimiento profundo de uno mismo”, nos explica Matilde Ureta de Caplansky, la primera mujer psicoanalista peruana. “Un análisis puede tener cinco sesiones semanales o solo dos; mientras menor sea la frecuencia, menor será su efectividad”.

Es famosa la sentencia de Karl Popper, quien demostró que, por no ser falsables sus afirmaciones, el psicoanálisis no es una ciencia. Al respecto, la psicoanalista Carla Mantilla reconoce que hay un debate abierto: “Una postura de los años ochenta fue aceptar que no es una ciencia, sino una disciplina hermenéutica; luego se propuso que era una folk psychology, que explica los aspectos irracionales cotidianos”.

Ella destaca, sin embargo, que el psicoanálisis mantiene la pretensión de ser una teoría general de la mente, y que en los últimos veinte años se ha estudiado evidencia empírica que lo respalda.

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