Las elecciones de hoy vienen recubiertas de una fría resignación. Sin euforia, propuestas ni ideas, el ciudadano paga en enero la factura del cierre del Congreso de setiembre. La reforma política a medias, unida al corto periodo congresal y a la ausencia de reelección, convierten estos comicios en una transición forzosa a no se sabe qué, en vez de una contienda alegre en busca de algo. Sin alegría, toca recordar, la democracia se empieza a parecer a aquello que veía Borges: una superstición, un abuso de la estadística.
La racanería de las propuestas tienen múltiples efectos. Uno de ellos es consagrar el lugar común como bandera: “Luchar contra la corrupción”, “mejorar la institucionalidad del país” y “garantizar la transparencia” son ejemplos perfectos de nada. Al respecto, y con más humor, Vallejo se preguntaba: “¿Quién no habla de un asunto muy importante muriendo de costumbre y llorando de oído?”.
Otra secuela, igual de importante, es la falta de paradigmas políticos. Al militarismo estatista (y ladrón) le sucedió el partidismo incompetente (y ladrón), que fue sustituido por el autoritarismo (ladrón), que, a su vez, fue reemplazado por una galería folclórica de supuestos liberales adictos al espejo y a la puerta giratoria (y, por supuesto, ladrones). Caídos los modelos, lo que queda ahora son reflejos de esos arquetipos, algunos virados a lo grotesco, otros entibiados al punto de lo insípido. Ha sido conmovedor el esfuerzo de Fernando Carvallo y Patricia del Río, por citar dos casos, al momento de entrevistar a varios de ellos todas las mañanas en RPP. Apenas tenían minutos al aire, sus voces se apagaban. Y todo para saber que al día siguiente sería lo mismo…
"Al no exigir un sistema digno, despertaremos en una pesadilla protagonizada por Antauro Humala".
Una última consecuencia es perder de vista lo particular, por ejemplo, el deporte y la cultura. Sobre lo primero, no hay plan ni propósito legislativo, a pesar de que el legado de los Juegos Panamericanos peligra y que varias de las instituciones más representativas del fútbol están quebradas. De lo segundo, a pesar de que el Ejecutivo ha dedicado decretos de urgencia para legislar sobre el libro y el cine, el MEF ha desoído el consenso gremial y ha aprovechado la ausencia de Parlamento para imponer su voluntad, de manera antitécnica y con resultados poco predecibles.
¿Cambiar la Constitución? ¿Votar viciado? Las buenas intenciones suelen trastocar los medios con las metas. ¿Qué relación puede existir entre esas consignas y una transformación de las condiciones de vida de los peruanos? La distancia entre quienes piensan el Perú y quienes ejercen la representación nunca ha sido tan larga, tan impracticable.
En un punto, cuando el bicentenario haga evidente que no se puede exigir a los restos del actual sistema una delegación digna y cuando la inercia económica termine por desvelar su próximo límite, los ciudadanos despertaremos ante una pesadilla que bien podría estar protagonizada por Antauro Humala y Andrés Hurtado, el extremo fascista y la frontera circense de nosotros mismos, en una segunda vuelta en la que citar a un extraterrestre tendrá el mismo valor que manchar —otra vez— el apellido de Cáceres.
Hay veranos, como este, que se recordarán por cuán frías fueron sus mañanas.