En una cultura agraria como la andina, el solsticio de verano, que se inicia hoy en nuestro hemisferio, se celebró con distintos rituales en el mundo prehispánico. La fiesta se llamó Inti Cápac Raymi y era la fiesta del Sol joven que se celebraba con la presentación de los jóvenes en sociedad, “una especie de quinceañero para las mujeres y de dieciocho años para los varones”, dice Gerson Paredes, profesor sanmarquino y representante de la nación wanka. Los rituales son, básicamente, pruebas de resistencia física y espiritual. A pesar de los años de colonia y de república, estas manifestaciones continúan hasta hoy y se repiten en cada solsticio a lo largo del hemisferio en Ecuador, Bolivia, Argentina, el norte de Chile y el Perú, pero también al otro lado del continente, en México.
Poder mental y espiritual
“El 21 de diciembre, se celebraba la presentación de los jóvenes al Kamachiq o Gran Consejo, es en esta fiesta, en que el inca les entregaba una wara, tela que cubría la parte baja del cuerpo —explica el profesor Paredes—. Los jóvenes debían realizar los atipanakuy o demostración de poder, era el ritual de celebración para recibir su wara, que en aimara significa ‘estrella’, los jóvenes realizaban pruebas de poder, hacían carrera de chasquis, ascendían cerros, se sumergían en lagos muy fríos o en aguas muy calientes, y realizaban combates rituales cuerpo a cuerpo. Esta celebración no solo constituía una demostración del poder físico, sino también del poder mental y espiritual, recordemos que según la tradición del pueblo Q’ero, narrados por Nicolás Pauccar, para llegar a ser inca, debía seguirse una ruta de preparación evolutiva, desde el primer nivel”.
Lo interesante es que estas celebraciones se han reactualizado en los últimos tiempos y se expresan de distintas formas. En el caso peruano, en la sierra sur, en Chumbivilcas, Huaquira y pueblos aledaños se llevan a cabo combates rituales, llamados ‘takanakuy’, en los que grupos de hombres y de mujeres resuelven a golpes sus diferencias y viejas rencillas; pero, como resalta Paredes, siempre en un ambiente ritual y en el que se bailan danzas tradicionales y se cantan las ‘huaylías’.
“Por la zona Chanca (Ayacucho, Apurímac, Huancavelica) se celebran los ‘seqollo’, donde los contendientes, hombres y mujeres tiran, a su turno, con su waraka u honda a los pies desnudos de sus oponentes, en Huancavelica se realiza el ‘champa ticray’ llamado también “cuchuscha” que es muy interesante porque la demostración de poder se realiza de espaldas y a codazos, entre cantos de harawis”, cuenta el investigador.
Preparación de la tierra
En otros lugares, en esta fecha se realizan competencias de preparación de la tierra y los rituales ya no son personales, sino colectivos como una preparación para el recibimiento de las primeras lluvias. Existe, como refiere el profesor Paredes, un sincretismo entre todas estas festividades y el nacimiento de Jesús que comenzó a celebrarse luego de la evangelización. “Nuestros ancestros apelaron al sincretismo y para salvar sus vidas iban a la iglesia, pero en su interior seguían celebrando del Inti Cápac Raymi, o la fiesta esplendorosa del padre Sol. Hoy estamos en el periodo del Musuq Pachacutiy, donde el espacio y tiempo es propicio para las culturas originarias en el mundo entero”, añade el especialista.
En las distintas huacas y centros ceremoniales de Lima y el Callao se repiten cada año estas festividades a cargo de representantes y sabios de los pueblos originarios, y el solsticio fue celebrado el domingo pasado en La Punta, frente al mar de la isla San Lorenzo, la mama cocha que, como dice la antropóloga María del Pilar Fortunic, es un eje sistémico por su condición de observatorio de estos eventos astronómicos, como tantos otros repartidos a lo largo del territorio nacional, como el de Chankillo, que recientemente ha sido reconocido por la Unesco como patrimonio mundial.
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