La escalada de tensiones del 2019 entre Vizcarra y el fujimorismo impidió ver que cada uno tenía su ala moderada. El gobierno tenía a Salvador del Solar y Fuerza Popular tenía a Luis Galarreta y ambos, mientras los duros se sacaban los ojos, se sentaron tranquilamente a conversar para pactar una salida pacífica en la casa del anfitrión Luis Iberico, entonces secretario general de APP. Algunos se sorprenderán de ver a Galarreta de moderado; pero si bien es duro al confrontar en declaraciones públicas, es concertador a la hora de la negociación política.
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La confrontación fue unánime entre el 2016 y el 2018. Le dio viada a la ‘mototaxi’ (nombre del grupo de chat de congresistas y de miembros del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) pillado en unas fotos de la pantalla del celular de Héctor Becerril) desde la censura al ministro Jaime Saavedra en diciembre del 2016 hasta intentar vacar a PPK en diciembre del 2017 y provocar su renuncia en marzo del 2018.
Con la sucesión de Vizcarra vino un giro natural hacia la concertación, que fue roto por él y no por Fuerza Popular (FP). Aún así, un sector de FP, en especial el presidente del Congreso, Daniel Salaverry, intentaron ir al ritmo de la reforma política planteada provocadoramente por Vizcarra. La tensión aumentó cuando Salaverry renunció a FP y respaldó al gobierno. En julio, FP recuperó la mesa directiva congresal, sentando en la presidencia a un ex ppkausa aliado, Pedro Olaechea. Era un buen momento para negociar con Vizcarra una salida pacífica, pues, en extrema provocación, había lanzado en su mensaje del 28 de julio un proyecto de adelanto de elecciones para el 2020.
Y así fue que Galarreta, con la venia de Keiko Fujimori y sin la intervención de sus asesores Pier Figari y Ana Vega, que estaban encarcelados como ella, empezaron a negociar. La salida que estaba a punto de pactarse con Del Solar quizá hubiera fijado la asunción de mando para enero del 2021 y no julio del 2020 como pedía Vizcarra, quizá con bicameralidad y reelección de congresistas, quizá con algunas leyes consensuadas y una fórmula para elegir parcialmente al TC; pero blindada por un acuerdo de paz. Solo la pandemia hubiera alterado ese escenario.
Como bien recuerdan, y lo he contado en crónicas pasadas, todo ello se frustró. Primó la guerra de poderes. Mientras Del Solar dialogaba, Vizcarra pechaba; mientras Galarreta ofrecía cambiarle de fecha al adelanto de elecciones, sus correligionarios Rosa Bartra, Milagros Salazar y Ángel Neyra bregaban por archivar definitivamente el proyecto en la Comisión de Constitución que los duros habían copado. Para remate, alguien enterado de las conversaciones, Salvador Heresi (en ese momento, vicepresidente de Olaechea y exppkausa enemistado con el gobierno), develó el pacto de fea forma en Expreso, y así contribuyó a sabotearlo.
Olaechea, a pesar de que le debía su puesto a FP, se alineó con Bartra y el ala dura, empujando los sucesos que llevaron el lunes 30 de setiembre a forzar la elección de miembros del TC y a la disolución del Congreso. Fuerza Popular perdió su mayor conquista en sus 10 años de historia: el Congreso en el que fue mayoría absoluta.
He evocado esta historia porque sin ella no se puede entender la situación actual del fujimorismo. Tras semejante enfrentamiento de alas y un desenlace tan catastrófico, era inevitable que los moderados ajustaran cuentas con los duros. Keiko tenía que alejar a unos y premiar a otros. Por lo demás, otros fujimoristas, como Úrsula Letona, Alejandra Aramayo, Carlos Tubino o Leila Chihuán, aprovecharon la ocasión para alejarse de la política. En el giro concertador de Keiko, por cierto, coincidían razones políticas y de defensa legal. No quería que el obstruccionismo congresal se interpretara por sus perseguidores como obstrucción a la justicia. Sentía que los duros, en lugar de aclamarla, le habían preparado el cadalso.
Bendita Solidaridad
El ajuste de cuentas se materializó en la lista al congreso complementario. Bartra, encarnación y extremo de los duros, no fue convocada. Tamaño desplante la empujó hacia Solidaridad Nacional, el partido que había dejado Luis Castañeda y había tomado el secretario general, Rafael López Aliaga. Allí, Rosa y Yeni Vilcatoma, otra dura que se había apartado de FP tiempo atrás, tuvieron muy poca fortuna electoral junto al grupo La Resistencia, violento extremismo de derecha que los fujimoristas no reconocen como suyo.
Tras esas últimas elecciones congresales, Solidaridad y López Aliaga juegan un importante papel en la autopercepción de FP, pues estos se asumen como partido de derecha popular, o de centro derecha, por contraste al extremismo de los solidarios. Incluso, adjudican a la influencia de aquellos y de López Aliaga, las opiniones de tuiteros de derecha radical que fustigan a Keiko como si fuera víctima de un ‘sindrome de Estocolmo’ que la ha hecho adepta del vizcarrismo que la secuestró.
Solidaridad no se llevó a todos los que hubieran querido los moderados liderados por Galarreta. Milagros Salazar y Karina Beteta se quedaron pero con menores responsabilidades de las que tenían. Becerril, que a su dureza agregaba serias acusaciones de corrupción, fue empujado a renunciar.
La lista por Lima al Congreso complementario fue encabezada por Martha Chávez y, en el número 2, por quien luego sería el portavoz de la bancada: Diethell Columbus, fujimorista de data reciente, que acude a cuanto diálogo palaciego lo convocan y contrasta con el extremismo de Chávez. Por cierto, ella no es miembro de la dirigencia partidaria. Para el CEN, tolerar su radicalismo es una muestra de la paz con el albertismo, lograda luego de tantas turbulencias familiares al borde del fratricidio y el parricidio políticos. La propia Keiko, en su último video con ocasión de la clausura de la virtual Escuela Naranja, se cobija bajo el árbol de papá y dice que FP se encuentra “bajo el liderazgo histórico de Alberto Fujimori”.
El congreso propio
Perdido el Congreso en el que reinaron, les quedó hacer uno propio e interno. El pasado domingo 20, se llevó a cabo el Congreso Nacional que eligió al nuevo Comité Ejecutivo Nacional. Se confirmó la presidencia partidaria de Keiko y la secretaría general de Galarreta (en realidad, él había sido subsecretario nacional, pero tomó las riendas en reemplazo de Luz Salgado, que fue nombrada en ese cargo estratégico, pero luego declinó por problemas personales y de salud).
Keiko sigue de presidenta e incluso habla de su ‘retorno 100% activo’ en sus videos; aunque para sus correligionarios está claro que su liderazgo tendrá serias limitaciones. Será de baja intensidad, en comparación con otras épocas en las que recibía en oficina y en casa a varios de ellos. Ahora, no puede interactuar con ninguno de las decenas de los coimplicados en las investigaciones del Ministerio Público. Por ejemplo, no puede hacerlo con sus otrora indispensables Figari y Vega.
La presidenta del partido sí puede interactuar con Galarreta, que no es su coprocesado y con Columbus, flamante secretario nacional de asuntos parlamentarios (nueva categoría en un CEN que tiene la peculiaridad de combinar funciones orgánicas con temáticas). También puede hacerlo con Carmela Paucará, que fue su asistente personal, y hoy ocupa el puesto clave de secretaria nacional de organización. Paucará llegó a estar detenida y procesada junto a Keiko, pero cuando se comprobó que había ingresado al entorno keikista luego de la campaña del 2011 (que es la matriz de lo que se investiga), fue liberada.
También puede interactuar con Cecilia Chacón, nueva secretaria de Ética y Disciplina, que votó con el ala dura por razones personales (entre otras, que fue desplazada de la posibilidad de presidir el Congreso o ser vocera) más que por compartir convicciones. Su amistad con Keiko y Galarreta, refuerzan el neokeikismo albertista. Miki Torres apoya sin asumir responsabilidades orgánicas.
Otra novedad del CEN que regirá del 2020 al 2024 es la creación de una secretaría nacional de familia, a cargo de Juan Carlos Torres. El conservadurismo pro vida y pro familia, ajeno a los orígenes del fujimorismo, pero muy presente en los últimos años, queda consagrado. Ese es el perfil del fujimorismo, ahora más nítido sin el ala dura cuyo extremismo impedía ver los contornos: un partido liberal en lo económico y muy conservador en lo social.
En un video de hace un par de semanas, Keiko lanzó una crítica al populismo, como planteando, para esta campaña, una dicotomía entre populismo y anti populismo (u otro concepto afirmativo, aún no encontrado y que sea más fácil de agitar). Hay pues, ya un diseño de campaña, que por lo menos, busca destacar la responsabilidad y mirada de largo plazo, que no abunda en las otras bancadas del Congreso. Por eso, no apoyaron ni los excesos de la jornada del 5 de julio en que se quitó inmunidad hasta el presidente, ni la censura a María Antonieta Alva, ni la vacancia de Vizcarra, a pesar de la inquina que le tienen.
Tanta declarativa prudencia anti populista se enmarca, por supuesto, en una estrategia de campaña hacia el 2021. Pero la candidatura de Keiko no está oficialmente definida. Tampoco creo que esté decidida por ella misma, tal como he conversado con algunos fujimoristas. La posición en la última encuesta de Ipsos -3er lugar detrás de George Forsyth y Daniel Urresti- con 7%, no es despreciable. Pero la previsión de que su campaña se vería restringida y enturbiada por sus procesos legales, la obliga a seguirle dando vueltas a su lanzamiento.
En el reciente libro “Señora K” (Página Once, 2020), 4 mujeres periodistas (Valerie Vásquez de Velasco, Ariana Lira, Beatriz Llanos y Mabel Huertas) perfilan la ensayada determinación política de Keiko y su afán casi imposible de desmarcarse del padre, además de documentar la trama del pitufeo y el lavado de activos en campaña, que la tienen legalmente acosada. Pues este nuevo capítulo pos penitenciario y con CEN de estreno, hace un ajuste de tuerca al perfil: paz con papá y candidatura en evaluación. Mientras tanto, Fuerza Popular y el fujimorismo buscan trascender a los Fujimori.
Veremos si el núcleo duro sin los más duros, busca el centro donde la mayoría de candidatos busca posicionarse para pescar con holgura.
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