Han sido apenas 7 debates presidenciales de segunda vuelta (contando con el de Chota), pero nos han marcado. Aunque son pocos los momentos estelares, algunos son tan fuertes, que establecieron las pautas de un ritual flexible, de una tradición que se respeta a regañadientes.
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En realidad, han sido muchos más que 7 debates, si sumamos los de primera vuelta y los municipales. Ellos ayudaron a asentarse el ritual y la tradición. Lilian Kanashiro los ha estudiado en su libro “Debates presidenciales en el Perú (1990-2011)” (Universidad de Lima, 2016), recogiendo comentarios de la época y entrevistando a los moderadores, haciendo historia comparada con debates de otros lares, y ha establecido algunas constantes. Lo siguiente se basa, en parte, en una conversación con ella.
Si pudieras, te corres
Es normal que el puntero no quiera debatir. Que ‘Pedro arrugue’, según frase provocadora de Keiko, era comprensible cuando este llevaba más de 15 puntos de ventaja en las primeras semanas de segunda vuelta. Aunque la brecha se estrechó, siguió de puntero tras el encuentro en Chota y mientras se negoció la propuesta oficial de tener dos duelos presidenciales. Por eso, transó en un solo round.
Kanashiro confirma lo que ustedes y yo ya intuimos: “Es una constante. En EE.UU. y en Europa los primeros en los sondeos no quieren arriesgar su ventaja. Por eso mismo, se han instituido formas de sanción, como la silla vacía”. En su libro, refiere la anécdota más célebre del costo de no querer debatir. En 1992, el republicano George Bush padre mostró cierta renuencia a debatir con Bill Clinton. Por un tiempo, sus adversarios demócratas el pusieron ‘Chicken George’ y enviaban gente disfrazada de pollo a sus concentraciones.
Al revés, al francés Jacques Chirac no le fue mal cuando se negó a debatir con el ultraconservador Jean-Marie Le Pen en el 2002. Aquí tenemos el caso de Renzo Reggiardo, favorito para las municipales del 2018, cuya silla quedó vacía en una de las dos fechas en las que el JNE agrupó a la veintena de candidatos, y recibió una oleada de críticas que, presumiblemente, apuró su descenso en las encuestas. Entre este antecedente local y los riesgos de debatir, los castillistas decidieron transar en uno solo.
Lilian destaca una singularidad en el preámbulo de este debate. Por regla general, las negociaciones entre los representantes de cada lado son arduas y secretas. Estas han sido arduas pero no secretas. Del lado de Keiko, se hicieron públicos varios detalles de la puja. Tan opuestos son los candidatos, que una recurrió a esa arma prohibida, para que el otro no se le escurra.
El partido ya no manda
Me pregunto y le pregunto a Lilian porqué nuestro primer encuentro estelar fue el de Vargas Llosa versus Fujimori en 1990 y no en 1980 cuando recuperamos la democracia. Ella no ha estudiado ese periodo, pero anota que un requisito histórico para que los debates se produzcan es que se haya desarrollado la industria televisiva y el marketing político. Ese mercado estaba efervescente en EE.UU cuando hubo el primer debate televisado gringo entre Richard Nixon y John F. Kennedy en 1960, más no en el Perú de 1980. Recién la TV estatizada fue devuelta a sus dueños, luego de las elecciones de 1980, cuando Belaunde tomó el mando.
Hubo en 1983 y en 1986, debates municipales, como calentando motores para el primer presidencial. Probablemente, el primer estelar hubiera sido un Alan García versus Alfonso Barrantes en 1985, si Barrantes, con enorme desventaja respecto a García, no hubiera decidido renunciar ahorrando al país una inútil segunda vuelta.
Tuvo que ser, pues, en 1990, cuando broadcasters, agencias de publicidad y marketeros pudieron por fin imponerse sobre los aparatos partidarios. La modernización de las campañas –este es el punto que quiere dejar en claro Lilian- requiere que las cúpulas partidarias reconozcan el oficio de quienes, sin ser dirigentes, son indispensables para el triunfo. Y, antes, para preparar al candidato a debatir. En este momento, Keiko y Pedro, uno más renuente que la otra que ya sabe de esto, deben estar recibiendo los últimos tips de expertos ajenos a los partidos.
Sí confrontarás
Hay una suerte de hipocresía protocolar –puritanismo político le llama la teoría- que no solo la comparten los candidatos y moderadores, sino los espectadores cuando se suman a las críticas de que el debate es puro ataque sin propuesta. Lo ideal, según las teorías que recoge Lilian, es un equilibrio entre la lógica de la propaganda, esa que lleva al candidato a hablar mirando a la cámara sin distraerse en lo que haga o diga el otro; y la lógica de la confrontación que lo lleva a mirar al contrincante para atacarlo o defenderse.
Si no hay interacción entre los candidatos no hay debate. Es fundamental que uno se afirme junto a sus propuestas y en la confrontación con el otro. De no haber retos y fricciones, réplicas y dúplicas; no hay espectáculo digno de televisar. El puritanismo político, si fuese honesto y triunfara, nos dejaría sin espectáculo ni ráting.
Le comento a Kanashiro que me llama la atención, en los debates desde la primera vuelta, ver varios ataques sin respuesta. Es demasiado obvia la decisión de los contrincantes de resistir la mayoría de puyas sin distraerse. Solo aquello para lo que tienen preparada una respuesta o les permite enlazar un buen contra ataque, merece su reacción. Lilian cree que esta es otra forma de puritanismo que suele ser influenciado por periodistas y ‘media trainers’ que aconsejan al candidato no caer en el perfil del que solo se defiende.
Pero esto, como admite Lilian, “es un exceso de idealismo”. El consejo de no responder ataques, puede validar a ojos de los espectadores, mitos y estigmas que el candidato bien pudiera aprovechar la ocasión para darles vuelta. Pero para eso, también debe saber improvisar respuestas con aplomo, y ahí es donde vemos las limitaciones de Keiko Fujimori y Pedro Castillo. Una, porque prefiere decir solo lo que tiene más o menos previsto; el otro, porque está poco preparado y su capacidad de improvisar tiene límites.
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“El debate no puede representar algo que no está en nuestra realidad política” dice Kanashiro a propósito de ese prurito de pedir que los candidatos solo lancen propuestas y peleen por ellas. Cómo si no hubieran rabos de paja judicializados muy fáciles de arder. Como si la improvisación de Castillo, a quien hemos visto correr tapando vacíos en la campaña, no fuera materia de escarnio para Keiko; y, al revés, como si Pedro no fuera a atacarla como encarnación de todo lo que promete subvertir.
La letanía de ‘expongan, no peleen’ quedará en la invocación inicial de los moderadores; pero los ataques vendrán porque todos queremos que vengan. Por eso mismo, la organización, superando el puritanismo, tal como me subraya Lilian, ha incorporado preguntas ciudadanas y la ‘bolsa de tiempo’ (o ‘banco de minutos’) para que la interacción sea plena. Incluso, en esa sección interactiva, luego de la exposición de cada bloque temático, podrían interactuar sin que los moderadores medien para dar el pase a cada cual. En el debate de primera vuelta los moderadores querían alentar el diálogo, pero los candidatos preferían pedir la palabra.
Lilian Kanashiro me cuenta que en Francia, la bolsa de tiempo tiene larga data y es común ver a los candidatos interactuar libremente en los momentos en que ello se permite. En el último debate entre Donald Trump y Joe Biden, los vimos interrumpirse con aspereza. Una fuente ligada a la organización del debate, me contó que la sombra de ese debate gringo, pesó para decidir que acá haya siempre mediación de los moderadores y así evitar la brusca interrupción, pero si ven –durante la bolsa de tiempo- que el diálogo fluye y uno ha terminado su intervención, deben alentar al otro a que siga sin pedir la palabra. No sabemos cuál de los dos romperá el fuego interactivo hoy, si el improvisado o la chancona.