Cualquiera que visite Los Ángeles tiene la secreta esperanza de toparse en la calle con algún actor o actriz famoso, aunque la mayoría debe conformarse con tomarse una fotografía con la copia de cera de su artista favorito en el museo Madame Tussauds o con las estrellas que cubren el pavimento del Paseo de la Fama.
En mi caso, a los pocos días de llegar a la ciudad como corresponsal de BBC Mundo, tuve mi primer encuentro con una celebridad. ¿Quién espera salir de casa para comprar leche y ver en el restaurante de la esquina a uno de los directores de cine europeos de más prestigio?
El director en cuestión era el español Pedro Almodóvar y el local en el que estaba cenando era el restaurante Carlitos Gardel, que en sus cerca de dos décadas de existencia se ha convertido en uno de los referentes de la cocina argentina en la meca del cine.
Acabé la noche entablando conversación con el dueño del lugar, quien me dijo que Almodóvar es sólo una de las muchas estrellas del mundo del celuloide que en los últimos años se han sentado a la mesa del Carlitos Gardel.
En las paredes de este negocio cien por cien familiar, situado en una de las principales avenidas del barrio de West Hollywood, además de varias fotografías del famoso cantante de tango que le da nombre, cuelgan imágenes que atestiguan el paso de estrellas como Tom Cruise, Quentin Tarantino, Sean Penn, Penélope Cruz, James Cameron, Sharon Stone, Ralph Fiennes, Al Pacino.https://elcomercio.pe/tag/80855/al-pacino o Eva Longoria.
LOS INICIOS La historia del Carlitos Gardel empezó a fraguarse a principios de los años 90. En 1991 la familia Bozoghlian compuesta por un matrimonio de origen armenio y sus tres hijos emigró de Argentina a Los Ángeles con la idea de iniciar una nueva vida, atraída por la oportunidad de un negocio inmobiliario.
Las cosas no salieron como esperaban y de la noche a la mañana los Bozoghlian vieron cómo los ahorros de toda una vida se esfumaban. Para el patriarca del clan, Carlos Bozoghlian, el golpe fue duro. Lejos de su país, de su familia y amigos, debían empezar desde cero.
Ahí me di cuenta de la fortaleza de mi mujer y mis hijos, cuenta con orgullo Bozoghlian.
Mi esposa Azniv se arremangó y dijo a trabajar.
Corría el año 1996 y, con la ayuda de un benefactor, compraron un restaurante que estaba en traspaso en la avenida Melrose de West Hollywood y que acabaría convirtiéndose en su sustento y en su segundo hogar.
Sin experiencia previa en el mundo de la restauración, decidieron poner en práctica lo que Azniv Bozoghlian había aprendido años atrás en unas clases de cocina que había tomado con la famosa cocinera argentina Doña Petrona.
Cada miembro de la familia Bozoghlian asumió un rol en el negocio que, al día de hoy, todavía mantienen: Carlos, el padre, se encarga de la administración; su esposa Azniv es la chef ejecutiva; el hijo mayor, Maximiliano, es el sumiller; Rodrigo los asesora en cuestiones legales y Gerardo, el benjamín, es el encargado del personal y de las relaciones públicas.
LLEGARON LOS FAMOSOS Poco a poco el restaurante empezó a tener una base de clientes fieles y los medios locales se hicieron eco de las bondades gastronómicas del lugar, en una época en la que la cocina argentina todavía no era muy conocida en EE.UU.
Nos ayudaron mucho las buenas críticas. El diario Los Ángeles Times nos hizo una crítica muy positiva al poco tiempo de abrir el restaurante. Después siguieron varias publicaciones locales. Eso trajo muchos clientes nuevos, ya que los estadounidenses hacen caso a lo que se escribe en los medios, explica Carlos Bozoghlian.
Después llegarían los artistas Hollywood. La primera fue Penélope Cruz, que vino con su familia cuando todavía no era muy conocida. Le encantó la comida y empezó a traer a algunos de sus compañeros de profesión.
A partir de ahí, la recomendación de boca en boca hizo que la fama del restaurante empezara a crecer y con ella la lista de personajes famosos que visitaban el local. Hoy son muchas las anécdotas que los miembros de la familia Bozoghlian pueden contar.
Creo que a las estrellas les gusta el restaurante, además de por la comida, porque respetamos su intimidad. Vienen a pasar un rato tranquilo y a disfrutar de una noche sin tener que estar pendientes de los paparazzi. Cuando notamos que hay fotógrafos afuera, les avisamos y los sacamos por la puerta de atrás, explica Carlos Bozoghlian.
LA CLAVE DEL ÉXITO El restaurante Carlitos Gardel tiene una decoración de estilo clásico y un ambiente acogedor, que hace que uno piense que está en Buenos Aires y no en Los Ángeles.
Pero además del encanto del local, lo que destacan los críticos es la calidad de los platos. Lo que más le gusta a la gente es la entraña. También tienen mucho éxito las papas fritas provenzal, las empanadas, la provoleta, el asado o el pollo a la parrilla, explica Azniv Bozoghlian.
Cuando nosotros empezamos, la comida argentina era una desconocida para los estadounidenses. Fue un desafío agradable enseñarles cómo vivimos, qué nos gusta comer, con qué disfrutamos. Los clientes lo aceptaron rápido y desde entonces no nos dejaron.
Si hay que elegir un plato estrella en la carta del restaurante ese sería el postre Gardel, hecho a base capas de bizcochuelo, crema chantillí, duraznos, dulce de leche y merengue. Yo me expreso mejor a través de mis postres. Mi imaginación vuela con ellos, cuenta Bozoghlian.
BALANCE POSITIVO Tras cerca de dos décadas al frente de un negocio que surgió fruto de la necesidad y de la pasión por la cocina de la matriarca del clan, el balance que hacen los miembros de la familia no podría ser más positivo.
A mí me sirvió para conectarme con mis sueños. Siempre quise tener a mis hijos trabajando conmigo en un restaurante. Además, quería mostrar a la gente de Los Ángeles cómo es una familia argentina. No sólo en la comida, sino también en la interrelación que hay cuando se trabaja, el respeto y la dinámica familiar, señala Azniv Bozoghlian.
Su esposo Carlos coincide en que el éxito del restaurante se basa en buena medida en que es un negocio familiar. Si bien buscamos la mejor calidad en todos los productos, a la gente le gusta ver que mis hijos y mi esposa están presentes en el restaurante.
Hay que ser muy sincero con lo que uno hace, hacerlo con ganas y con amor. Es muy fácil perder a un cliente habitual por no estar atento a todos los detalles. Hay que estar constantemente centrado en el cliente. La gente viene malhumorada y hay que lograr que se vayan contentos.
Aunque resulte obvio tratándose de un restaurante argentino, me queda la duda de por qué eligieron el nombre de Carlitos Gardel para su negocio.
Gardel es un sinónimo de suerte. En Argentina la gente tiene la foto de Gardel porque da buena suerte. Así que nosotros, además del nombre, tenemos varias fotos de Gardel de la época en la que estuvo en Hollywood. Tiene buena onda.