Ignacio Medina y su crítica gastronómica sobre Félix Brasserie
Ignacio Medina y su crítica gastronómica sobre Félix Brasserie
Ignacio Medina

Se necesitaron casi tres años para que Félix Brasserie, el último restaurante de Rafael Osterling, viera finalmente la luz, superando la esperpéntica carrera de obstáculos a la que le sometió la administración municipal de San Isidro. No es que las gentes de Manuel Velarde tuvieran algo especial contra ellos; más bien forma parte de la operación de castigo, acoso y derribo que acostumbran aplicar a cualquier negocio vinculado a la hostelería. Se exige mucho entusiasmo, una paciencia a prueba de bombas y un gran respaldo económico –tres años de alquiler antes de abrir constituyen una carga de la que muchos no se recuperan nunca– para soportar ese demencial vía crucis municipal. No dejo de preguntarme en qué nivel estaría la actividad productiva del distrito si la administración aplicara los mismos criterios al resto de negocios y empresas. Tal parece que prefieren un distrito anquilosado y envejecido a otro actual y dinámico. Algún día deberían explicarlo.

El caso es que finalmente abrió Félix Brasserie, el último emblema de lo casual de esta Lima que empieza a extender sus cocinas por caminos ligados al tiempo que toca vivir, para romper con la rutina culinaria.

Técnicamente la brasserie nació siendo una cervecería en la que se servían comidas. Viene a ser un lugar relajado para comer sin complicaciones y este Félix Brasserie lo es. Fácil, sencillo y diferente. Una carta breve –espero que eso le ayude a cambiar con cierta frecuencia– de la que me gustan sobre todo las entradas. Las croquetas de mero son ejemplares. Si la masa fuera más cremosa serían mayestáticas, pero así, tal cual se muestran –chicas, con un empanado fi no y compacto, sin queso, sin una gota de grasa y una masa exultante en su sabor a pescado y marisco– son una referencia a tener muy en cuenta, como lo son los tostones –finas láminas de pan crujiente– con raya confitada, palta y unos ligerísimos cortes de salchichón ibérico que ofrecen un sorprendente y logrado contrapunto. Un hilo de buen aceite de oliva virgen en el pan aromatiza y redondea el bocado. Los tacos de atún cumplen y divierten, pero no llegan al mismo nivel.

El encuentro con los platos de fondo abre la puerta de la irregularidad. El asado de tira rostizado brilla a gran altura. Ofrece todo lo que me gustaría encontrar en un asado de carne: jugoso, suculento y sedoso al mismo tiempo. Las dudas llegan con el arroz negro con calamares y conchas –sobran la crema de leche y el queso, que ocultan los sabores y desdibujan el resultado–, el robalo al miso –el pescado, demasiado hecho, pierde sabor y textura– o el estofado de pato –la carne no está integrada en el guiso– muestran las mayores dudas. El postre tropical –piña asada, sorbete de mango, crema de coco y maracuyá– es una propuesta alegre y divertida. El café es manifiestamente mejorable.

AL DETALLE
Calificación: 2.5 estrellas de 5
Tipo de restaurante: brasserie.
Dirección: Av. Santo Toribio 173, Centro Empresarial Camino Real, San Isidro, Lima.
Teléfono: 98252- 1454.
Tarjetas: todas. Valet parking: sí.
Precio medio por persona (sin bebidas): 90 soles.
Bodega: mediana.
Observaciones: cierra sábado noche y domingo.

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