Ignacio Medina y su crítica al restaurante Le Soleil
Ignacio Medina y su crítica al restaurante Le Soleil
Ignacio Medina

La cocina francesa vuelve a Lima después de haber sido la moda en los comedores que contaban, hasta hace poco, más de una decena de años. La verdad es que nunca llegó a irse del todo, pero la representación tampoco era para echar cohetes. Por lo general se concentraba en locales medio marcados por la duda, la escasa fidelidad a los principios y más nouvelle cuisine mal entendida que cocina de siempre, además de las dificultades para conseguir algunos productos o las secuelas de la ola reivindicativa que puso en valor lo peruano frente a lo llegado de fuera.

Las cosas cambian y los últimos dos años han visto aparecer propuestas de cocinas lejanas que reclaman atención. Algún restaurante thai con más credibilidad de lo acostumbrado, un indio algo más elaborado, mínimos detalles españoles y, cómo no, propuestas que reivindican la cocina francesa. Son el anuncio de un tiempo diferente; la puerta ha quedado definitivamente abierta.

En eso estábamos cuando Artur Macinkiewicz llegó a Lima con Le Soleil. No era un completo desconocido, porque ya se había hecho notar en el restaurante original, en el Cusco. Su entrada en Lima estuvo adobada por las consabidas trabas municipales pero acabó siendo una realidad.

Hay algunos motivos por los que me gusta este restaurante. El principal es que me devuelve a la paz y la serenidad de los buenos comedores de siempre. Mesas bien separadas, mantel cuidado, servilletas de hilo (¿a quién le parece normal ventilar comidas de 100 soles entre servilletas de papel?), música tenue y un servicio atento y discreto configuran un espacio tan poco habitual en la Lima de hoy que conviene celebrarlo. La otra está en la comida, sobre todo cuando se apunta a la cocina clásica francesa. Hay algún plato que podría estar en un bistrot de París, como unos caracoles bourgignon perfectamente concretados, y otros que son propios de cocinas más ilustradas, como su versión del tournedó Rossini –lomo de res sobre una lámina de pan, cubierto con un escalope de foiegras– adaptada con soltura a la ausencia de madeira y trufa negra en nuestra despensa.

Hay otra cocina que se maneja en el territorio del legado de la nouvelle cuisine. Son preparaciones entre dos tiempos que plantean algunas dudas. Es una propuesta que perdió actualidad pero hay platos que funcionan, como una trucha confitada en aceite de oliva que disfruta de un feliz encuentro con el kion, o el canelón de palta relleno de verduras encurtidas, aunque este aparece cuando la mejor temporada de la palta ha quedado definitivamente atrás.

Otros quedan fuera de tiempo –la mousse de trucha– o necesitan un replanteamiento. Es el caso del lomo de res con salsa de foiegras y castañas, un plato que hace agua tanto por la concepción como por el uso del lomo. Se resolvería mucho mejor con un corte de bife ancho.

AL DETALLE

Calificación: 3 de 5 estrellas

Dirección: Francisco de Paula Camino 285, Miraflores

Teléfono: 333-4580

Tarjetas: Visa

 Valet parking: No

Precio medio por persona (sin bebidas): 120 soles

Bodega: Buena

Observaciones: Cierra domingo noche y lunes.

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