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Kirk Douglas llegó a los 100 años - 1
Carlos Batalla

Kirk Douglas nació con el nombre de Issur Danielovich Demsky en la localidad de Ámsterdam, Nueva York, Estados Unidos, el 9 de diciembre de 1916. El centenario actor –cuyos 100 años solo imita la actriz Olivia de Havilland– es una estrella del viejo Hollywood, de ese en que sus figuras, hombres o mujeres glamorosos y carismáticos y de gran presencia, talento y carácter, eran unos titanes del écran, una especie de héroes de las historias más sublimes, intrigantes o épicas.        

Inicios de una vida dura

En la neoyorquina Ámsterdam, el niño Issur (o Izzy) vivió en medio de una familia ruso-judía muy modesta. Provenían de una zona que hoy corresponde a Bielorrusia. Su padre pasó de ser comerciante de caballos en Rusia a obrero y reciclador de objetos (trapero) en Nueva York. Fueron siete hijos en total. Él fue el único varón. 

¿Cuándo cambió de nombre? Lo hizo legalmente antes de ingresar a la Marina, previo al inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Desde entonces se convirtió en Kirk Douglas. Un hombre que luchó siempre, que no dudó en trabajar de muy joven en mil oficios para sobrevivir hasta que pudo iniciar una carrera como actor.    

Logró estudiar en la Universidad de St. Lawrence (él mismo se pagó la carrera), donde destacó, por supuesto, en arte dramático y deportes. Se graduó en Letras y en los últimos años de la década de 1930 obtuvo una beca de la Academia Americana de Arte Dramático de Nueva York.

Antes de servir en la Marina (1942-1943), Douglas había hecho su debut en Broadway en 1941. Pero inició propiamente su carrera tras su paso por la guerra, con el apoyo de Lauren Bacall, a quien conoció en la Academia de Arte Dramático con su nombre original judío de Betty Joan Perske. Bacall lo recomendó para la comedia “Kiss and Tell” (1943).

El brillo en Hollywood

Douglas intervino en la cinta de intriga “El extraño amor de Martha Ivers” (1946), cuyos protagonistas fueron Bárbara Stanwyck (1907-1990) y Van Heflin (1908-1971). Sus papeles iniciales fueron secundarios, pero dejaron huella en los espectadores y buena imagen entre los directores de esos años.

Entonces el primer protagónico no tardó en llegar. Lo hizo en la comedia “Mi querida secretaria” (1948), al lado de Laraine Day. Luego vino otro protagónico con su papel de boxeador en el clásico “El ídolo de barro” (1949). Hasta ahora uno se pregunta, ¿por qué la Academia no le dio en esa ocasión el Oscar a Mejor Actor por el cual fue nominado por primera vez?

Douglas seguramente ya soñaba con el premio mayor de la Academia mientras hacía “El gran carnaval” y “Brigada 51” (1951); y también cuando hizo su mejor papel, al decir del propio actor, en “Cautivos del mal” (1952) de Vincente Minnelli, el mejor director con el que trabajó, sin lugar a dudas. En ese filme llevó a la cumbre a su personaje, Jonathan Shields, uno de los peores cínicos del cine moderno. Por dicha historia obtuvo su segunda nominación al Óscar, aunque tampoco obtuvo el merecido reconocimiento. Ese mismo año hizo el filme “La ley de la fuerza” (1952).

En estas cintas de inicios de los años 50, Kirk Douglas se desarrolló como un actor de gran intensidad dramática, capaz de revelar las complejidades de personajes marcados por el odio, el egoísmo y el poder sobre los otros. Para esos papeles su presencia anímica y gestual era la más pertinente, incluso la más deseada para la mayoría de directores.

En 1954 estrenó “Ulises” en la que interpretó el papel protagónico. Pero no fue sino con su actuación como el pintor neerlandés Vincent Van Gogh en la película “El loco de pelo rojo” (1956), nuevamente con Minnelli, que logró su tercera nominación al Óscar, aunque sin obtener resultados positivos. 

Douglas se convirtió entonces en un hombre orquesta. No solo actuó magistralmente sino que intervino y colaboró con prolijidad en todas las producciones en las que se involucró. Entre las películas que hicieron historia y que lo tuvieron como su estrella figuran: “Senderos de gloria” (1957) y el inolvidable “Espartaco” (1960), ambas cintas de Stanley Kubrick.

Por esa época, en 1958, se salvó de morir al decidir no subir al avión privado del productor de cine Michael Todd. En esa ocasión, no hubo sobrevivientes.

Douglas brilló como nunca en sus últimas grandes producciones de los años 60, como “El último tren de Gun Hill” (1959) de John Sturges; “Un extraño en mi vida” (1960) de Richard Quine; así como “Dos semanas en otra ciudad” (1962) de Minnelli; “El camino del oeste” (1967) de Andrew  McLaglen y “El compromiso” (1969) de Elia Kazan, entre otras cintas.

El ocaso de un gigante 

Hizo otras películas en los años 70 y en los años 80, algunas de ellas, las más recordadas, furibundos western como “Los justicieros del Oeste” (1975) o “Draw” (1984). En 1988 publicó su autobiografía “El hijo del trapero”, donde reveló detalles de su vida íntima, y dos años después su primera novela: “Dance with the Devil” (1990).

Casi sin darse cuenta, Douglas entraba en su ocaso actoral definitivo. Un accidente de helicóptero en la ciudad de California, en febrero de 1991, casi lo mató a sus 74 años. Pero, allí donde murieron dos personas, él sobrevivió solo con algunas heridas y costillas rotas. Este lamentable hecho –así como una trombosis– lo alejó por años de alguna posibilidad en el cine. Incluso su vida pública se redujo al mínimo.

Pero como el ave Fénix, el gran Kirk, testigo y protagonista de la edad de oro de Hollywood y además un admirable filántropo, resucitó hacia finales de esa década finisecular, no solo publicando en 1999 la segunda parte de su autobiografía con el título de “Ascendiendo las montañas” (Premio Literario del Festival de Deauvillé, Francia), sino también actuando en la comedia romántica “Diamonds” (1999), donde volvió a estar junto a su gran amiga Lauren Bacall.

El Oscar esquivo

Pese a todos los proyectos, libros, reconocimientos y demás agasajos académicos y no académicos, Kirk Douglas siempre esperó un premio especial: el Oscar. Pero lo esperó y deseó, tenemos la certeza, cuando estaba en plena actividad profesional en los años 50 y 60.

Algo de injusticia y mala suerte lo rondó en torno al Oscar, porque entre decisiones y circunstancias particulares perdió algunas opciones. Por ejemplo, no aceptó actuar en la cinta de guerra “Traidor en el infierno” (1953), donde sí lo hizo William Holden; y tampoco quiso hacer el papel protagónico en el western-comedia “La ingenua explosiva” (1965), donde lo hizo Lee Marvin. Pues bien: los dos, Holden y Marvin, ganaron el Oscar al Mejor Actor.



Pero aun pasó algo más: se negó a producir una adaptación cinematográfica del clásico literario de Ken Kesey (que él interpretó en el teatro), “Alguien voló sobre el nido del cuco” (1962), con el inolvidable nombre de “Atrapados sin salida” (1975). La película ganó cinco Oscares, incluido a Mejor Película. ¿Quién la produjo y por ello ganó un Oscar? Su hijo, y también actor, Michael Douglas.  

Por eso, así le hayan dado un Oscar honorífico en 1996 (“Por toda una carrera dedicada al cine”…), el viejo e invicto judío neoyorquino, capaz de hacer cualquier papel que se le propusiera, dejará este mundo –seguramente– con la idea de que el Oscar tuvo varias veces su nombre, pero no se le dio en su mejor momento por razones que, probablemente, iban más allá de lo artístico y lo actoral.

Cuando el actor cumplió 90 años de edad, el 9 de diciembre de 2006, declaró con total desparpajo: “Me llamo Kirk Douglas. Tal vez hayas oído hablar de mí. Si no... búscame en Google. Soy el papá de Michael Douglas y el suegro de Catherine Zeta-Jones. Hoy cumplo 90 años y, en mi caso, llegar a esta edad no es solo especial sino milagroso”.
Si cumplir 90 años fue milagroso, ¿qué adjetivo podemos escoger para este viejo de hierro que hoy cumple 100 años?
 

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