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Pedro Infante murió hace 60 años - 1
Carlos Batalla

En la edición de la tarde del mismo día de la tragedia, el 15 de abril de 1957, El Comercio informó en su portada que la estrella del cine y el canto mexicanos, Pedro Infante, fue una de las víctimas del vuelo que partió de Mérida rumbo a Ciudad de México, y que cayó sobre una casa en las afueras de la ciudad.

El accidente fatal 

Infante tenía 39 años y estaba en una de sus mejores etapas como actor, pues en 1956, con el estreno de “Tizoc”, el gran filme junto a María Félix, había logrado el aplauso unánime del público y la crítica. Ese mismo año, justamente, recibió de manera póstuma un Oso de Plata en Berlín y un Globo de Oro de Hollywood.

Eran las 8 y 30 de la mañana de ese “lunes negro”, cuando el avión de carga cuatrimotor de la línea aérea comercial TAMSA, que copilotaba el actor, tuvo, al parecer, un fallo en los motores, produciéndose su caída cerca de la zona del aeródromo. Fallecieron en forma instantánea tres personas más: el piloto Víctor Manuel Vidal, el mecánico Marciano Bautista y, en tierra, una mujer que se hallaba dentro de la casa que recibió el violento impacto. 

Pedro Infante era dueño de gran parte de la flota de aviones de TAMSA; incluso a veces había piloteado él mismo. Como dueño, esa mañana decidió acompañar a Vidal para llevar una carga general de pescados y otros productos de Yucatán a Ciudad de México. Algunas versiones indicaron, por ello, que habría habido sobrepeso en la carga durante el viaje.  

Sin embargo, las investigaciones de la propia empresa señalaron que, tras un error en el motor, el piloto habría realizado un giro para intentar aterrizar de nuevo, así perdió velocidad.  Infante era un piloto aviador y como tal tuvo hasta dos accidentes aéreos anteriores; por ello el artista tenía colocado en el cráneo una placa de platino y un injerto de cabello desde hacía algunos años. 

En Lima meses antes de su muerte 

El bueno de Pedro Infante aterrizó en Lima el 8 de enero de 1957. Fue su primera y última visita, y para él sería inolvidable el recibimiento en el viejo aeropuerto de Corpac. Luego se trasladó al hotel Bolívar, en el centro de Lima, donde declaró: “Soy del pueblo y vivo para el pueblo”. Era sincero entonces este hombre que había nacido en el estado de Mazatlán, Sinaloa, el 18 de noviembre de 1917. 



Infante era querido como actor pero más como cantante, porque así llegó al corazón de la gente. Tenía aspiraciones para los próximos años, en Lima confesó a El Comercio que deseaba dirigir películas. Seguramente lo hubiera hecho.    
 
Don Pedro cantó y encantó en los teatros City Hall y El Porvenir, donde fueron inolvidables las jornadas de rancheras. Pero volar era ya su obsesión. Confesó en Lima: “Pos, esto de volar me atrae fuertemente. Piloteando mi avión me siento otro”. 

Hombre famoso y sencillo 

Pedro Infante nunca olvidó de dónde provenía. Era una persona sencilla, campechana y se hizo artista por vocación y ganas de serlo. Sin necesidad de academias ni escuelas de arte dramático se convirtió en una estrella del cine y del canto. Siempre creyó que lo podía todo y lo hacía sentir a todos. Nunca dejó de soñar con ser el mejor. 

Aprendiz de carpintero en su adolescencia, construyó con sus propias manos su primera guitarra. Cantando y agradando con el carisma de un charro recio que todos conocerían luego, fue descubierto a comienzos de los años 40, que también fueron los de su crecimiento, mientras los años 50 se consagraron como los de su esplendor y gloria. Todo eso coincidió con la “etapa de oro” del cine mexicano en la que Pedro fue una estrella rutilante. 

La muerte del  gran artista mexicano remeció no solo su país sino todo el mundo que pudo verlo y escucharlo. Su cuerpo fue trasladado a la Ciudad de México, donde fue velado en la Asociación de Artistas Mexicanos. Su mito creció como la espuma y las leyendas de su muerte no pararon de aparecer, hasta llegar a la versión alucinada de que aún estaba vivo, y que perdido y sin memoria deambulaba por algún pueblo del México profundo.      

Pese a ser filmada en 1955, la cinta protagonizada por Pedro Infante, “Pablo y Carolina”, dirigida por Mauricio de la Serna, se estrenó mundialmente diez días después de su muerte, el 25 de abril de 1957, convirtiéndose así, en la memoria de la gente, en la “última” historia que nos dejó el divo del cine mexicano.                          
 

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