En el 2018, 749 personas fallecieron en accidentes de tránsito en Lima, según estadísticas del INEI. El número es algo abstracto, pero se vuelve real después de ver fotos y videos de accidentes, como el que ocurrió en Javier Prado el viernes 11 pasado, o cuando se puede leer el nombre de una de las víctimas con solamente 28 años como Joseph Huashuayo o su amigo Christian Buitrón, de 35 años.
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Fue en 1969 cuando Vargas Llosa preguntó: “¿En qué momento se jodió el Perú?”, en su libro “Conversación en La Catedral”. La pregunta retórica parece ser más relevante que nunca. Pensando solamente en el tráfico de Lima –un aspecto de una realidad “jodida”– los medios y redes están saturados con repuestas de expertos, explicando por qué Lima tiene tantas fatalidades. No hay nada nuevo que decir.
Un estudio de la CAF del 2006 resaltó que Lima era la ciudad con el número más alto de accidentes de tránsito por cada 10.000 vehículos en América Latina. Fue en el 2009 cuando Claudia Bielich publicó su estudio “La guerra del centavo”, que fue una potente síntesis que explicó cómo las combis, coasters y buses tradicionales compiten, corriendo para llegar primero al siguiente pasajero. Por razones económicas, el sistema de transporte público en Lima ha creado una cultura de mal comportamiento de los choferes.
En el 2018, el MTC publicó un informe desarrollado por la empresa de ingeniería española Target, que resalta que, a pesar de tener un bajo parque automotor comparado con otros países en la región, el Perú “tiene la mayor tasa de mortalidad por accidentes de tránsito (15,9 por cada 100.000 habitantes), al compararlo con Chile (12,3), Colombia (15,6) y Argentina (12,6)”.
Desde el 2010 he escrito sobre el problema del diseño vial en Lima, donde las avenidas están hechas para una velocidad mucho mayor que la velocidad normativa. No es solamente en Lima, sino en todo el mundo, donde la velocidad de los autos está más correlacionada al diseño vial que al límite normativo. Por otro lado, todos saben que, debido a una falta de fiscalización, no hay consecuencia por exceder el límite de velocidad o romper otras reglas de tránsito a escala nacional.
Tampoco faltan soluciones. Programas como Visión Cero de Suecia vienen con paquetes de estrategias que han logrado reducir el número de accidentes de tránsito en otras ciudades en el mundo. Existen innumerables estudios desarrollados por consultores; ONG como la fundación Transitemos; universidades, incluyendo la PUCP y la UNI; e instituciones internacionales como la CAF que cuentan con soluciones sobre lo que hay que hacer. Todas han sido archivadas.
Como ‘experto’ pero más como limeño, ya estoy frustrado y cansado. Verdaderamente, no siento que una columna más sobre el tema ayudará a generar un cambio. Por primera vez en cuatro años, no tengo nada constructivo para decir.