El alcalde de Lima, Jorge Muñoz, jura su cargo al frente de la Municipalidad de Lima a las 6:00 p.m. (Andina)
El alcalde de Lima, Jorge Muñoz, jura su cargo al frente de la Municipalidad de Lima a las 6:00 p.m. (Andina)
Pedro Ortiz Bisso

La política es gesto. Es Belaunde izando la bandera en Falso Paquisha, García abriéndose el saco para mostrar que no llevaba chaleco antibalas, Fujimori anunciando la disolución del Congreso con el mapa del Perú detrás, Barrantes bebiendo un vaso de leche, Keiko leyendo con una bandera peruana al lado como si dirigiera un mensaje a la nación.

Los gestos del alcalde de trasladarse al Palacio Municipal en bicicleta y asistir a su juramentación en un bus del Metropolitano constituyen mensajes poderosos. Explicitan la mirada que tiene sobre la ciudad, lo que representan el transporte y el cuidado del medio ambiente dentro de sus prioridades.

Tienen también un carácter potencialmente revolucionario en una urbe donde el endiosamiento del auto ha llevado a la locura de ensanchar pistas a costa de derribar árboles o construir ‘by-pass’ innecesarios en desmedro del pobre peatón.

Pero este gesto, como apuntara Marco Sifuentes, recordó otro: el protagonizado por Pedro Pablo Kuczynski y sus ministros a poco de asumir sus cargos, cuando se metieron en mallas y politos ‘dry fit’ para hacer ejercicios en el patio principal de Palacio de Gobierno.
Aunque el entonces primer ministro Fernando Zavala señaló que la intención detrás de saltitos y elongaciones era fomentar el deporte en la población, había un subtexto encadenado a una palabrita de moda durante el breve mandato de PPK: destrabe. El Estado necesitaba eliminar la grasa que lo aletargaba a fin de ganar agilidad y emprender las reformas que necesitaba.

La rutina mañanera, como todos recordamos, duró poquísimo, y lo que menos mostró el señor Kuczynski en la Casa de Pizarro fueron agilidad y reflejos.

El reto del señor Muñoz es no convertirse en un “alcalde de lujo”, sino, como él mismo señaló, en un “alcalde de todos”.

En su discurso inaugural se puso la valla alta. Trazó una línea clara frente a sus recientes predecesores al ofrecer transparencia, acceso a la información pública y “no más silencio cómplice ni tolerancia con la corrupción”.

Mencionó como referentes a Eduardo Orrego, Alfonso Barrantes, Alberto Andrade y Luis Bedoya Reyes, y dejó una frase basal que, de no transformarla en hechos, lo perseguirá hasta sus últimos días: “Queremos que Lima sea una ciudad que tenga al ciudadano como centro y razón del gobierno municipal, una ciudad para todos los limeños”.

Convertir las palabras en acciones es el reto de todo político. Pero como apuntáramos en este rincón siete días atrás, en esta ocasión no hay mucho margen de maniobra. El pronunciado deterioro de Lima no aguanta cuatro años más de abandono, de indiferencia, de pérdida de autoridad.

Señor Muñoz, no se baje de la bicicleta. Está obligado a no fallar.

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