Tres imágenes registradas durante esta semana resumen la confusa historia presente del etnocacerismo, ideología que superó sus propios límites hace exactamente 16 años en Andahuaylas, en un hecho que causó la muerte de cuatro policías y dos reservistas del Ejército convertidos en seguidores, acaso en devotos, del mayor en retiro Antauro Humala.
Al otro lado de la reja
La primera es una foto de autor desconocido, pero en la que participó directamente el congresista Posemoscrowte Chagua. Él estuvo aquel enero del 2005 en el ‘andahuaylazo’ y, al igual que más de 150 etnocaceristas, fue procesado y sentenciado por delitos como rebelión y secuestro. Cumplió seis años de condena y salió del penal en el 2011, absolutamente convencido del liderazgo de Antauro Humala. En enero del 2020, postuló como congresista por Unión por el Perú (UPP), un partido político dirigido por José Vega, quien se había aliado con Humala Tasso. Fue elegido.
En los últimos meses, Chagua realizó gestiones para que el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) cumpliera con los trámites para la liberación de los últimos antauristas presos, quienes ya habían cumplido su condena, pero que, en medio de burocracias, la crisis políticas y una larga pandemia, no podían dejar la cárcel.
En la imagen aparecen cuatro de ellos. Al centro, Tito Palomino Almanza y Agusto Peña Carbajal (estuvieron presos en Piedras Gordas). Los flanquean Javier Sulca Cáceres e Isaías Galindo Sedano, quienes ocuparon celdas en Castro Castro. La foto abunda en simbolismos: fue tomada el 3 de enero, coincidiendo con el aniversario del ‘andahuaylazo’, y en el lado exterior de la puerta de acero de la cárcel. Todos los retratados forman una V con los dedos, ninguno usa mascarilla.
UPP tiene un número muy variable de facciones internas. Chagua, muy poco tiempo después de asumir su curul, se distanció de Vega y, por lo tanto, de Antauro, a quien acusó de ser “un traidor al partido etnocacerista”. Chagua sabe que haber ‘logrado’ la liberación de los antauristas le permite aglutinar fuerzas en la facción que él lidera. Es una pequeña victoria personal. En otra foto tomada en los exteriores de Castro Castro ese mismo día, sí aparece él, también con la V, también sin mascarilla.
Andahuaylas blues
La segunda imagen fue captada la mañana del martes 5. Es otra foto que se retuerce en lo simbólico. Aparecen José Vega, con una bandera del Tawantinsuyo como si fuera un poncho, al lado de Ina Andrade, esposa de Antauro Humala. Vega está postulando a la presidencia (su candidatura está en suspenso) y Andrade a la vicepresidencia, y ambos están en plena campaña. Hasta allí, la foto no tiene nada de especial.
Pero no importa el qué, sino el dónde: están parados en una escalera que conduce a una pequeña capilla construida en homenaje a los muertos del ‘andahuaylazo’, en una ladera del cerro Huayhuaca. Allí mismo se ubicaron los militares que 16 años atrás fueron enviados a sofocar el alzamiento de Antauro. En un breve pero intenso enfrentamiento a balazos murieron los cuatro policías y dos reservistas. Por ese hecho, Humala está preso. Él no sabe que su esposa y su socio están allí; se enterará la mañana siguiente, cuando llame a Ina desde el teléfono público de la cárcel.
Lo que queda
La tercera imagen es una foto dentro de otra foto.
Jesús Daniel Jarata Quispe es asmático. El 4 de enero del 2005, después de que Humala había sido detenido por la policía en Andahuaylas, pidió a sus seguidores entregar las armas que habían sustraído de la comisaría que asaltaron. Después, ya rendidos, serían detenidos y llevados a un cuartel.
Un grupo de etnocaceristas –entre ellos Jarata– pidió llevar el ataúd con el cadáver de Walter Merma, uno de los reservistas que murió por el disparo de un francotirador militar. Camino al cuartel, la población andahuaylina, enfurecida, arremetió contra los policías enviados a la zona. Estos lanzaron bombas lacrimógenas. El asma provocó que Jarata se desvaneciera y soltara el ataúd, que cayó a la pista y se abrió. Él acomodó el cadáver antes de volver a alzarlo. Ese momento lo captó Roberto Guerrero, reportero gráfico de “La República”.
Dieciséis años y un día después, Jarata ve por primera vez esa foto. Llora. Pasa las páginas del libro que publicó Guerrero, y llora más. Tiene menos de 48 horas en libertad. Él creía en Antauro, creía que después de Andahuaylas tomarían Lima. En la cárcel de Lurigancho imaginó que afuera, en la calle, el etnocacerismo era el mismo. Ahora no entiende el rol de Antauro, el cuestionado liderazgo de Vega, la presencia de Ina. No entiende el lugar que él ocupa en el etnocacerismo, o lo que queda de eso.
Antes de visitar a su padre en Puno, quiso viajar a la selva para aprovechar el clima político de la campaña. Sabe que ha habido protestas recientes en el país, sabe que un sector del etnocacerismo ha intervenido en las marchas del paro agrario. Sabe que ha habido muertos, que el descontento sigue y que él, junto con los otro cuatro liberados, podrán pescar en aquellos ríos revueltos. El antaurismo, con o sin Antauro, se sumará.
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