(Foto: Mario Zapata)
(Foto: Mario Zapata)
Pedro Ortiz Bisso

La histórica y documentada propensión a la tardanza del habitante de esta tres veces coronada villa ha encontrado una oportuna justificación en esa nueva acepción de la palabra ‘infierno’ llamada tráfico limeño.

Cuando a alguna criatura inocente se le ocurre hacer públicas sus intenciones de salir “con media hora de anticipación”, dizque para llegar a tiempo a algún sitio, provoca reír o, para no ser tan hirientes, darle una palmadita en el hombro y desearle suerte en dicha aventura. Porque ir por Lima, al volante o como pasajero, es eso: una aventura. Y de impredecibles consecuencias.

Es tanto el tiempo que se pasa en esos atracones en avenidas como Javier Prado o Ramiro Prialé que podríamos contar todos los Pérez o Quispe de las viejas guías telefónicas sin movernos un centímetro. O recitar, sin equivocarnos, cuántos José Arcadios y Aurelianos hay en “Cien años de soledad”.

Según un estudio de TEC Corporation, una empresa que ha colocado
la mayoría de los semáforos de Lima, las horas pico se han duplicado desde el 2009. La primera ya no empieza a las 7 a.m., sino a las 6:30 a.m. y termina tres horas después. La siguiente empieza a las 12:30 p.m. y se prolonga hasta las 2:30 p.m. y en la noche va desde las 5:00 p.m. hasta las 9 p.m. En suma, 10 de las 24 horas del día son un infierno en cualquier parte de la ciudad.

Según el ex viceministro de Transportes Gustavo Guerra García, el 70% del caos tiene dos culpables: los taxis y los colectivos. Estos últimos han proliferado exponencialmente, sobre todo en los corredores viales.

Su presencia no solo genera mil y un embrollos en los cruces, sino que compiten deslealmente con empresas que invirtieron su dinero de buena fe para obtener la concesión de diversas rutas.

El 26 de diciembre del 2018 fue creada la Autoridad Autónoma de Transporte Urbano de Lima y Callao, mejor conocida como ATU, entidad cuya función principal es ordenar el caos que vivimos en las calles. Fue una de las mejores noticias recibidas durante esos convulsionados días.

Hace un mes y 13 días, María Jara juró como ministra de Transportes. Su pasado en la Gerencia Municipal de Transporte de Lima hizo pensar que metería el acelerador en la ATU. Sin embargo, al momento de escribir estas líneas, la entidad sigue sin cabeza y en estado catatónico. Mientras el presidente y su ministra recuerdan que su deber no es solo pelear por la reforma política, sino gobernar, haría bien el alcalde de Lima en arremangarse la camisa y meterle el
diente al tema. De paso –¡por fin!– encuentra una idea fuerza que le dé un norte a su gestión.

Porque si el señor Muñoz va a seguir esperando a que la señora Jara despierte, la ciudad se le va a terminar yendo de las manos. Y salir de ahí será tan difícil como cruzar Faucett con Morales Duárez a las 7 de la noche.

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