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Daniel Macera

La flota de 40 coasters informales a la que este Diario le hizo seguimiento durante cuatro meses gana en un año más que todo lo que invirtió el Estado comprando vehículos nuevos en el 2018: S/13 millones versus S/7 millones. La informalidad –en términos simples, no tener que pagar impuestos, licencias ni beneficios sociales para los trabajadores– le sale muy a cuenta a esta organización (no se le puede llamar empresa): descontando los S/184 diarios que gastan en choferes, cobradores y combustible, la ganancia neta del día para cada uno de estos vehículos es de S/713.

O visto desde otro ángulo, por cada sol que estas coasters invierten,
hay un retorno de S/4. Y del monto total de ganancias diarias, el 80% irá a los bolsillos de esta mafia.

La lucha contra este tipo de redes se basa principalmente en los incentivos que el Estado pueda implementar para formalizar a las empresas y en los métodos que se usen para motivar la renovación de sus vehículos. Y en este sentido –a manera de optar más por la zanahoria que por el palo– se creó en el 2011 el bono del chatarreo.

En esencia, este sistema busca la renovación del parque automotor a
través de un bono que se les da a los transportistas si deciden enviar sus vehículos al depósito. El problema radica en, justamente, los bonos: a una coaster como las de la mafia en cuestión le toma solo 35 días conseguir lo máximo que podrían darle a través de este incentivo, US$7.500. 

​Por los trabajos en las pistas, los ingresos de esta organización son
equivalentes a los de una empresa grande, es decir, está entre el 0,6%
de las compañías que más ingresos generan del Perú, pero tributa S/0, cuando le correspondería algo más de S/3’000.000 por Impuesto a la Renta, e incluso más considerando los conceptos de Essalud e IGV.

Con estos niveles de rentabilidad y los pocos incentivos para la formalización, no es de extrañar que la informalidad dentro del propio sector Transportes alcance al 80,5% de sus trabajadores, según Ceplan.

Así la situación, los números invitan a pensar que existen más mafias
como esta pero en otras rutas de Lima (El Comercio solo le hizo seguimiento a la red que opera entre las avenidas Arequipa y Petit Thouars), y que, probablemente, el trabajo para deshacerse de ellas esté en una situación de estancamiento, como atorado en el tráfico.

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